…que está atenta a su entorno, que siente curiosidad, que quiere llegar un paso más allá.
Existen otros que, en igualdad de condiciones, con igual acceso a educación, recursos y demás materias primas, se esfuerzan por «navegar» a través de un mundo infinitamente rico en estímulos, con la sensibilidad de una momia.
Siempre me consideré un tipo curioso. Nada me gusta más que resolver un problema, encontrar un dato curioso, descubrir conexiones inesperadas. Desde que tengo memoria, uno de mis mayores placeres es sumergirme en un buen libro. Desde que llegué a México, hice un esfuerzo consciente por aprender y conocer el país y su gente (en aras del post «confesional» debo reconocer que tengo un tiempo sin hacerlo, por andar ocupado en cosas menos importantes pero más urgentes).
Por todo esto, me exaspera encontrarme con gente que puede vivir abstraída de estas maravillas. Por supuesto, no hago ningún esfuerzo por ponerme en sus zapatos. Y esta abstracción no es en pensamientos superiores, metafísicos y complejos. La abstracción de preferir un juego de video a salir a conocer una ciudad fascinante, a ésa me refiero.
No tengo respuesta, no sé cómo invitar a estos personajes a buscar significados ocultos, o aunque sea, a conocer los evidentes. No sé si depende de la educación de toda la vida, o es algo que se puede aprender cuando uno ya está formado.
Espero que alguna vez logre infundir en mis hijos el hambre de mundo, la curiosidad infinita, la pasión por el aprendizaje. Siento miedo de no lograrlo al ver la dirección en que se mueven el mundo y las sociedades.
Crecí jugando en terrenos baldíos, quemando hierbas resecas en invierno, llenándome de espinas y polen en verano. Nunca aprendí a jugar al fútbol, pero lo jugué mil veces, con especial gusto por partidos que jugábamos cuando paraba la lluvia, zapateando en el barro y escandalizando a mi madre.
Mientras hacía eso, a mis 8 o 9 años, leía a Julio Verne y Emilio Salgari. Sabía que el Ganges cruzaba la India de lado a lado, que los mares del Sonda estaban poblados de algas que crecían desde el fondo del mar y se enredaban en el timón de los barcos que se salían de las rutas navegables. Sabía que el Etna y el Stromboli eran las vías de salida desde el centro de la tierra y que tånder significa dientes en el holandés de 1800 y tantos.
Ahora veo que mis amigos y conocidos mandan a sus niños a centros de estimulación temprana, a escuelas de doble horario, a clases de idiomas y demás actividades extracurriculares. Hay una mayor percepción del peligro (quién no ha recibido ese email sobre cómo sobrevivimos nuestra infancia?) y eso hace que los niños pasen más tiempo en casa, jugando juegos de video, viendo televisión o usando internet.
Conozco niños cuyos padres están divorciados, y se convierten en víctimas de los caprichos de sus padres, con carencia de una de las figuras, y -en criollo- bastante sosos.
Esto da como resultado una generación de tipos reblandecidos, incómodos al aire libre, inútiles si se trata de cambiar una rueda pinchada, acostumbrados a ser servidos y sin tener la menor idea de cómo tratar con la gente.
Si alguien me pregunta, prefiero a los otros.
Hola Andrés, me siento identificado a medias con todo: soy uno de los que ha podido crecer con baldíos y campitos (jugando horriblemente al fútbol, sí) pero también con megadrives, pcs y otras yerbas. He tenido que crecer también con peleas de padres, y con inseguridades propias. Pero nunca he perdido la curiosidad.
Saludos
Adriano