Coffee Shop Publishing, un modelo de negocios

Quiero crear un nuevo segmento de medios digitales: de contenido abierto, sin publicidad, cuyos autores son líderes de su mercado y unos 20,000 suscriptores paguen USD 3-4 al mes por estar, participar y compartir con los autores.

¿Quién no quiere facturar un millón de dólares por año, y romper algunos mitos en el camino?

Llevo mucho tiempo inmerso entre medios digitales y en estos años he visto muchos (y algunos my buenos) intentos por afianzar la visión del negocio detrás de lo editorial. También he visto puertas cerrarse e ingresos caer por múltiples razones, la intrusión publicitaria no la menor de ellas.

Anécdotas y malinterpretaciones

Aunque a «la industria» le encanta publicar récords de ventas globales y cómo la inversión publicitaria en Internet supera a otros canales tradicionales, lo cierto es que a nivel individual los ingresos por publicidad caen: Google y Facebook se llevan cada vez más, las agencias de medios prefieren comprar en un solo punto que gestionar jaurías de medios chicos y en el fondo, entre dientes y solo de noche, algunos admiten que la publicidad en forma de banners, layers y links patrocinados no sirve tanto como quienes la venden quieren aparentar. Si por cada billete de USD 10 que me das, te regreso USD 12 en rendimiento, nunca se te acabaría el presupuesto para darme, ¿verdad?

La publicidad de «display» está condenada a ofrecer retornos marginales decrecientes para el anunciante. Ya ocurrió con la TV, donde cortes comerciales estridentes y poco relevantes lograron que servicios como TiVO, que ofrecen la posibilidad de saltarse los anuncios, fueran bienvenidos con gran éxito. Lo sorprendente del mercado de publicidad digital fue la desmedida reacción hacia aumentar las interrupciones y los impactos publicitarios, para compensar la ceguera de los usuarios. Mientras que llevamos unos treinta años recibiendo 42-43 minutos de contenidos por hora de TV, en los últimos diez años la publicidad en Internet mutó de un banner pobremente animado a «takeovers», «pre-rolls», imitar contenido real, saltar y expandirse ante acciones distraídas con el mouse, todo tratando de exprimir un centavo extra de mi intención de leer sobre la última burrada de nuestros amados líderes.

Desde que existe la publicidad en Internet, los «hackers open-todo» quisieron llevarle la contra y existen los ad blockers. Primero en forma de archivos hosts que anulaban las direcciones de los anunciantes, después en forma de extensiones del navegador. Al margen de algunos experimentos en la época en que una Palm era cool, sentí la necesidad de instalar uno en 2007-8 cuando hubo una oleada de anuncios animados con audio que se activaban automáticamente, promoviendo un sitio/app que «calculaba la fecha de tu muerte» (y te suscribía a alguna estafa vía SMS con tu móvil, imagino). Nunca más quité el ad blocker.

Los rendimientos marginales decrecientes se sienten del lado de la publicación también. Sitios que en 2006 podían ser (apenas) rentables con unos miles de visitantes al mes, hoy necesitan mostrar estadísticas de decenas de millones para soportar la estructura que atrae toda esa atención. Google y redes sociales «conspiraron» para cambiar las condiciones de trabajo en esos medios: hay que publicar muchas cosas por día para que Google piense que el sitio es noticioso y lo presente más arriba en los resultados. Muchas notas al día proveen muchas publicaciones en redes sociales, así que hay más chance de aparecer en el momento correcto para ganarse un click. Luego la cantidad fue insuficiente y comenzaron con la psicología: los títulos que ofrecían una lista de items funcionaban porque daban una idea de variedad y amplitud de información, mientras que delimitaban el «esfuerzo» en leer el contenido. Ahora estamos sufriendo lo que alguien llamó «la explotación de la brecha de la curiosidad», que es algo tan bello y especial, que si te lo contara en detalle te sorprendería, llorarías y probablemente cambiarías tu dieta.

Esto no es nuevo, los diarios vienen haciendo algo parecido desde hace un siglo. Desde primeras planas estridentes («¡EXTRA, EXTRA!») para convencerte de comprarlo, a rellenarse con montañas de temas en conjunto irrelevantes para cualquier lector (o tradiciones que no están dispuestos a soltar para no perder páginas) como obituarios, guía de televisión, policiales, sociales, recetas de cocina, horóscopos y suplementos de cualquier tema y color.

Lo que duele es que es bastante evidente a esta altura que el modelo de los diarios no tiene un futuro brillante, entonces cuesta explicar por qué tanta gente se empecina en repetir ese modelo en los medios digitales. Entiendo que las redacciones ya están armadas y el mismo becario que escribe el horóscopo para el papel puede republicarlo online, pero eso de hacer lo mismo y esperar diferentes resultados viene fallando desde que el mundo es mundo.

Por otro lado está el tema de la confianza. Toda esa pasión por la optimización y maximización de ingresos por centavo invertido produce situaciones -inocentes o no- en que el equilibrio editorial que se pregona como la virtud última de medios serios, se arrodilla al servicio de «robarte» un click que deje una comisión. Hay un concepto más o menos viejito, pero que se repitió bastante este último año hablando de los oscuros motivos de Facebook: cuando te ofrecen un servicio gratis por el que un tercero paga, el «producto» eres tú.

Otro día hablamos de las traiciones menos automatizadas, como el columnista que defiende tenazmente al gobierno en su página de opinión, y cuando vamos a su blog personal encontramos mucha publicidad de entidades estatales que, oh casualidad, eligieron anunciarse ahí.

Se construye la Gran Muralla de Pagos

Nadie me va a instalar una estatua por descubrir esto, los medios llevan años explorando vías para compensar la caída de ventas con otros ingresos y el resultado más prominente es la «paywall», que adquiere diversas formas entre cerrar por completo el contenido a quien no paga y abrir un cierto número de notas o algunos sectores del sitio al público, reservando partes a usuarios registrados o pagos.

Pocas cosas me hacen sentir TAN bienvenido como cuando un medio pone delante del contenido «Esta es una de las veinte cosas que te autorizamos leer este mes en el New York Times» (y una de cinco en el caso de un «Boston whatever» que ya no visito). Y mientras que nada me obliga a leerlo, ni nada los obliga a ofrecerme su material gratis, el contexto actual de diseminación de información en redes sociales genera una desconexión entre su -loable, o’course- valuación del producto y la mía. ¿Debo llevar la cuenta yo de los clicks que doy en Twitter para no excederme? ¿Debo suscribirme por las dudas el click número 21 sea realmente el que me va a iluminar la vida? ¿Vale lo mismo seguir diariamente a Krugman que leer sobre un accidente en Queens que mi amigo ciclista puso como ejemplo? ¿Debo pagar una suscripción al WSJ para leer la misma columna de Oppenheimer que aparece abierta al público en el IHT?

Hace poco (creo que Pew Research) publicaron un estudio sobre «la apreciación de los millenials sobre el valor de noticias y medios» o algo así. Una de las citas clave de uno de ellos era «Creo que está mal que pretendas cobrarme por contarme algo que ocurre. Las ‘noticias’ circulan y me llegan; si explotó un edificio en NY me voy a enterar igual, así que no sé cuál es tu razón para cobrarlo». Mi apuesta: su razón se apoya en un modelo obsoleto de cuasi-monopolio en la difusión de noticias y en la apreciación editorial de qué es noticia y qué no, con base a escasez de espacios y restricciones económicas (temporales, «ediciones», papel, etc.) que hoy no tienen el mismo peso gracias a Internet y la disponibilidad de tecnologías superiores de interconexión y difusión de información.

Y digamos que lo que gano suscribiéndome es monumentalmente superior al costo. Supongamos que no me importa ensuciarme las manos y compro los 150 g de papel de un diario gordo. ¿Qué me espera en el interior? Lo mismo que vengo listando: horóscopos, crucigramas, obituarios, policiales, sociales, agro, relleno, relleno, relleno, columnistas con varios patrones, anuncios de entidades estatales (en Latinoamérica el estado es casi indefectiblemente el mayor anunciante y a veces supera el 50% del presupuesto publicitario del mercado) y páginas completas anunciando nuevos modelos de autos que no voy a comprar.

Algunos medios digitales toman una decisión bastante decente y no muestran publicidad a usuarios registrados (que paguen, en general), lo cual me parece muy racional. Además, la pérdida marginal por no mostrar ESOS anuncios es exactamente $0.0000000 y todos felices. Los operadores de cable deberían recordar eso, yo todavía recuerdo cuando en los ’80 postulaban como gran ventaja de la suscripción que no ponían publicidad, por ser un servicio de pago.

¿Dónde estábamos?

Todo esto genera una relación tensa entre usuario y medio. Ser tratado a priori como parásito-freeloader no me predispone bien, especialmente cuando mi «experiencia» gratis está monetizada con tal ferocidad que mi laptop ruge para procesar la cantidad de publicidad animada que rodea un texto de 1000 palabras.

Y en medio de «te prestamos este artículo por un rato, luego vendrás a rogarnos por más», ¿nadie les avisó que el modo de consumo cambió radicalmente? Me espanta que los que consideramos al frente de la exploración de medios digitales (y son los sospechosos de siempre: NYT, WSJ, FT, etc.), si miramos con detalle, siguen suponiendo que 1) yo voy a buscarlos para 2) leer todo de punta a punta o 3) si no, salgo a la calle «desarmado».

No se les ocurre pensar que ese preciado post sobre el candidato a concejal de una ciudad que no habito es uno de los 500 clicks que doy al día en mi circulación habitual por la red. Que los clicks que doy responden en gran parte a lo que mi(s) timeline(s) filtran por mí y a mi estado de ánimo en el momento. Que el consumo de medios no es central a mi actividad y está más concentrado en momentos de ocio (los que VIVEN de eso tendrán sus terminales de Reuters/Bloomberg, yo no).

En marketing se usa mucho el concepto de «share». Share of wallet nos hace pensar en qué es prioritario para una persona, y eso suele dirigir y ordenar sus compras (Maslow, etc.). Share of mouth fue todo un descubrimiento para mí: Coca-Cola no solo compite con Pepsi, también con agua del grifo, frutas y hasta hamburguesas, porque tomarse un refresco quita el hambre -de cualquier cosa- por un rato y con la panza llena de Big Macs no entra tanta Coca.

Con esos conceptos en mente, ¿qué están haciendo los medios para competir por mi cada vez más pobre share of attention? Listas de fotos de gatitos, promesas de emociones exasperadas y si consiguen el codiciado click «Tres más y se te acaba, rata, y mejor dame tu email para mandarte basura o encuentra tú solo cómo cerrar esto que oculta lo que te prometí que leerías».

Nada de eso hace que yo me sienta parte del asunto. La relación del 99.98% del planeta con los medios es casual y creo que estas tácticas pueden tener un efecto paliativo en el corto plazo, mientras todavía queda gente que recuerda el modelo pasado de los medios, y son los mismos que siguen consumiendo papel. A mediano plazo, no nos veo queriéndonos tanto como cuando te admiraba de lejos, NYT.

Quizás haya un modelo mejor

El modelo de capitalismo olímpico™ «Citius, Altius, Fortius» está peleado con las empresas periodísticas. Se discute (¿Jay Rosen?) si deberían tratarse como casos de responsabilidad social empresaria y financiarlas sin esperar ganancias. Nadie duda de lo indispensable del periodismo, pero creo que los esfuerzos por convertirlo en una actividad empresaria rentable han fallado en generar ganancias de largo plazo o periodismo genuino de ética irreprochable. Parecen mutuamente excluyentes.

Me excede por completo resolver ese asunto, pero creo que hay una oportunidad para crear un segmento de medios digitales rentables sin publicidad y con una relación no-antagónica con los lectores.

El título de este post nace de la aparente diferencia de criterio que esa masa amorfa que llamamos «la gente» (esos millenials de unos párrafos atrás, por ejemplo) aplica al valuar el aporte de medios a su vida.

En parte cobijados por alguna definición sesgada de qué es el derecho a la información, y también porque hasta hace un tiempo la publicidad era suficiente y los medios no cerraban sus puertas, estos tipitos -tú y yo- se resisten tenazmente a pagar por medios. Cuando el NYT anunció su paywall «suave», el mismo día aparecieron notas en blogs y foros sobre cómo resetear el contador para seguir leyendo más allá de los 20 artículos/mes que el diario definió como suficientes.

Por otro lado, esa misma gente no duda en pagar por instalarse en un café con su laptop conectada al wifi del lugar. Más de una vez he comprado -corriendo- un refresco solo para pasar sin vergüenza al baño de un café cualquiera.

Así el emprendedor que emplea a 5 personas y renta un local para vender café tiene más probabilidades de facturarle al humano promedio que el emprendedor que emplea a 5 personas y renta una oficina para publicar un medio. La diferencia, creo, está en una percepción de valor desconectada entre los actores en la transacción.

El celo profesional del periodista para investigar información y validar fuentes no se aprecia del otro lado de la mesa. Quien hace de eso la base de su valuación para decidir suscribirse y pagar por un medio, ya está suscripto. Nuestro problema es el restante 99.9999998% de la población mundial, quienes se preocupan poco por quién escribió la nota, y mucho por cómo llegaron a ella, para determinar su valor. El mecanismo social de filtros y descubrimiento le gana al editor sagaz. Y, siendo sinceros, el 95% del contenido de los medios es igual dentro del mismo segmento, a excepción de algunas columnas. Todos los blogs de tecnología (y moda y juegos y diseño y publicidad) hablan del iPhone a coro, todos los diarios repiten las consignas presidenciales sin falta.

Mi respuesta a esto es un medio con diferente estructura. Sin redactores anónimos creando relleno porque no hay publicidad. Menos «periodístico», porque llevo varios párrafos insistiendo que el periodismo no es negocio. Google no juega un papel central en la provisión de tráfico, así que tampoco hay que hacer acrobacias de lenguaje para alimentar iniciativas de SEO. Tan centrado en un tema o tan ecléctico como decidan sus autores, pero sin un mandato que cumplir.

Los autores no son columnistas ni opinólogos/todólogos, ni este es su principal ingreso. Son expertos en algo, con trayectoria profesional de campo. Publican dos o tres veces a la semana. Sus afiliaciones políticas, empresarias, ideológicas son claras. El medio opera como una vitrina y no es necesario usar pseudónimos ni ocultar datos.

Imagina a cinco creativos publicitarios comentando campañas y lanzando ideas al aire. Ahora imagina que cada uno tiene un par de Cannes Lions en su escritorio. O dos ex-futbolistas, con un periodista deportivo y un DT invitado. CEOs de empresas, abogados prominentes, diseñadores, arquitectos.

En cada uno de esos ejes temáticos hay gente consumiendo y publicando opiniones e información que bien puede entender la propuesta de valor de hurgar el cerebro de líderes del segmento y participar en esa comunidad de ideas.

El texto estaría abierto al público, porque al fin el medio es vitrina y queremos que se comparta lo que publicamos. Los comentarios estarían disponibles solo para suscriptores, y se me ocurre que podría ser interesante ofrecer la posibilidad que el autor del comentario defina si quiere que sea visible al público o no (a suscriptores siempre), para tratar temas con algún grado de delicadeza.

La salsa secreta sería un chat o foro privado donde se puede hacer preguntas y ofrecer respuestas, donde los autores/dueños participen activamente y el contenido que se comparte sea relativamente valioso. Que cada medio se convierta en un place to be, como fueron algunos blogs antes de la avalancha de spam y trolls. Que algunos temas del chat/foro se publiquen como artículos y le den mayor exposición a los autores.

Una ensalada gigante entre grupos de LinkedIn, subreddits, blogs y foros, en un espacio (¿Medium?) privado, bajo el control de los autores. Creo que con la mezcla correcta de perfiles de autores, frecuencia de publicación y calidad de interacciones, tiene que haber en toda Latinoamérica, para casi cualquier tema, entre 10,000 y 20,000 personas dispuestas a pagar USD 3 o 4 por mes para sentarse a esa mesa.

Superhumanos y superpoderes entre nosotros

A esta altura muchos conocen la historia de Rick y Dick Hoyt: padre e hijo que compiten en maratones y competencias IronMan de todo el mundo, uno de ellos en silla de ruedas (y en canoa, asiento especial en bici y lo que haga falta para llegar a la meta juntos).

Hace poco, una abuela centenaria saltó en paracaídas para festejar su cumpleaños 102 (no te pierdas la sonrisa a los 21 segundos):

Y ayer descubrí a Pascale Honore y Tyron Swan, dos personas que practican surf sobre dos piernas:

Mientras me secaba las lágrimas, recordé esta presentación en TED de Derek Sivers, donde postula que la única diferencia entre un orate solitario y el líder/iniciador de un movimiento, nace cuando el primer acólito se pone a seguirlo.

Parece desconectado con el tema de los videos anteriores, pero me parece esencial: lo único que necesitan todos para lograr cosas maravillosas, cosas que quienes no tenemos dificultades físicas consideramos difíciles e incluso inalcanzables, es a otro. No un ser supernatural, simplemente otra persona, con un poco de tiempo libre, y buena predisposición.

Pienso en esto mientras espero que mi hijo Lucca termine una sesión de rehabilitación física. No solo él me necesita, llevo casi dos años descubriendo que gracias a él yo crezco cada día.

Emprendedores, ¡despierten (temprano)!

Esta es una columna que publicó el diario El Universal el 4 de abril pasado.

Es urgente comenzar a inculcar espíritu y actitud emprendedora en nuestros estudiantes, para mejorar el perfil económico de México de cara al futuro.

“Es nuestro deber honrar a los arquitectos de nuestra prosperidad, a los grandes capitanes de la industria que han construido nuestras fábricas y ferrocarriles; a los fuertes que perseveran para generar riquezas con sus mentes y sus brazos. Porque es grande la deuda que nuestra nación tiene con quienes son como ellos”. Theodore Roosevelt.

Nótese cómo Roosevelt no se refirió a una profesión en particular, o a los consabidos servidores públicos que todos aprendemos a venerar en primaria: habla de “capitanes de la industria”, categoría reservada a emprendedores como JP Morgan, John D. Rockefeller, Andrew Carnegie, Andrew R. Mellon, quienes revolucionaron las industrias donde actuaron y dieron forma a la economía global como se conoció en el siglo XX.

Los grandes empresarios, los pioneros, los innovadores, los arriesgados, son quienes pasan a formar parte de la historia. Quienes construyen obras perdurables, piensan más allá de sí mismos y ven con claridad un futuro que resulta incierto para la mayoría, son los nuevos héroes y ejemplos a seguir que nuestros estudiantes se empeñan en ignorar.

Frente a 120 alumnos de los últimos años de carreras de marketing, publicidad y diseño gráfico en una universidad al sur de la ciudad de México, lancé una de las preguntas habituales cuando doy una charla sobre emprendimiento: ¿Cuántos de ustedes trabajan ya?

Con cuatro manos levantadas, la contestación a “¿y quién ya fundó una empresa?” tuvo una respuesta triste como evidente.

Este es solamente un botón de muestra que pone en evidencia una condición que el ecosistema universitario (privado, en particular) parece desconocer: los estudiantes universitarios mexicanos no tienen ningún interés en desarrollarse laboralmente mientras estudian, situación cómoda y pueril que cuenta con la complicidad tanto de padres como de la “industria” educativa.

Y de ahí a pensar en fundar un negocio parece haber otro universo de distancia.

Formo parte del Consejo de Pase Usted Genera, una iniciativa que seleccionará e impulsará a jóvenes emprendedores con 10 proyectos tecnológicos que mejoren la vida urbana en México, a través de un proceso de evaluación para asignarles fondos, recursos y tutores que brinden asesoría a estos proyectos hasta dar forma al negocio.

Me encantaría ver que las solicitudes nos desborden y el proceso se nos salga de las manos, pero mi experiencia me dice que no ocurrirá tal cosa.

Mientras que en EU el culto al emprendedor es evidente, al sur de la frontera se observa con suspicacia al que por sus propios medios y enarbolando sus ideales, cambió la realidad que le tocó vivir. Bill Gates (Microsoft), Steve Jobs (Apple), Mark Zuckerberg (Facebook), Larry Page y Sergei Brin (Google), Matt Mullenweg (WordPress -Automattic), todos ellos dirigían empresas reconocidas y contaban con importantes fortunas personales alrededor de los 25 años. Aquí nuestros “capitanes de la industria” rondan los 70 y apostamos sobre el año de su retiro.

Es crucial dar un golpe de timón cuanto antes y comenzar a impulsar a los jóvenes para que adopten el credo emprendedor y comiencen a desarrollar empresas nuevas.

Es necesario un cambio educativo, con agendas de clases que permitan a los estudiantes trabajar mientras desarrollan su carrera, para ampliar sus perspectivas y socializar con un grupo más diverso. Un estudiante que reconoce el valor de su propio tiempo, no lo desperdicia y es un mejor alumno. Un profesor dará mejores clases si es cuestionado por alumnos capaces de opinar con fundamento sobre un tema, en vez de recitar la currícula ante un aula de zombis.

Los padres, por candidez —supongo— creen que trabajar es una “carga” que es mejor “evitarles” a sus “niños” para que no se distraigan en el estudio. Ya que ellos han logrado ahorrar para pagar por la carrera, no es necesario someter al retoño al “sacrificio”. Cambiar esa actitud es esencial para que se reconozca el valor del esfuerzo personal, en vez de incitar a esquivarlo. Trabajar forma el carácter y fomenta la independencia. Los solterones de 35 que viven con mamá no suelen ser grandes revolucionarios.

Al gobierno, se le agradecerán apoyos para empresas en formación, como los de los programas Prosoft y Promedia. Hay que entender los emprendimientos tecnológicos como motores del desarrollo y reconocer su impacto en la economía nacional.

No abogo en pro del emprendimiento relacionado a la tecnología por ser mi ámbito favorito. Ampliemos un poco la definición: me refiero a emprendimientos que tengan base en ideas nuevas, patentables, exportables, franquiciables, escalables, generadores de empleo; donde la tecnología existente (o futura) se aproveche para hacer un mejor negocio. Como contraste: ningún Roosevelt del futuro va a rendir honores a los fotógrafos de bodas, ni a productores de jabón de nopal.

Es necesario despertar los emprendedores escondidos entre nuestros estudiantes.

Si fuera posible, ayer.

La felicidad huele a…

La felicidad huele a revista de comics nueva, traída por mi papá desde Buenos Aires en el ’79 u ’80. Huele a mucho cartón, cajas enoooormes y juguetes pesados, que decían «Hecho en China» por todas partes y eran de altísima calidad.

La felicidad huele a tardes de otoño en casa de mi abuela, trepado al limonero del patio, planeando la siguiente invasión a «aquellas tierras que se ven al otro lado del mar verde». Y también al papel que uno encuentra en un bolsillo, con un «te quiero». Libros recién abiertos, mal cortados, que escondían mundos enteros detrás de su perfume.

Dicen que el olfato es el sentido que más afecta nuestra percepción, que está atado a mecanismos instintivos, primigenios, que no sabemos racionalizar.

Hoy caminaba por Reforma, y a la altura del Botánico me encontré con un olor que me transportó 25 años hacia atrás. Quizás fue una flor, o la pintura fresca de una reja. Lo sentí sutil, pero indistinto. Cada vez que «pescaba» su rastro, podía sentir dispararse los impulsos eléctricos en mi cabeza. Todavía siento, mientras escribo, una sensación de paz y familiaridad en el pecho.

Me volví loco tratando de encontrar las dos fuentes: la actual, la fuente del aroma y la anterior, la fuente del recuerdo. No lo logré, quizás en unos meses recuerde el momento exacto y no lo relacione con su perfume.

Pasé, absorto, por todos esos lugares: mi auto de rally que chocaba y retomaba su rumbo, los libros de Verne y Salgari que me hicieron conocer un mundo amplio y fascinante, los patios, los besos, los recuerdos que bien podrían ser sueños.

Cuando desperté, seguía caminando por el corazón de la Ciudad de México. Mi ciudad, mi México. Un lugar donde respiro felicidad todos los días.

Y ya no sé si es que sigo soñando.

Menorca Tech Talk: meeting of the minds

UPDATE: Varias fotos que tomé ya están en Flickr.

La semana pasada estuve viernes y sábado en Menorca Tech Talk, sumergido en esa extraña y sorprendentemente efectiva mezcla de informalidad, cercanía y franqueza que se logra cuando todo el mundo puede ver que hace siiiglos que no te pones al sol.

Ya Eduardo, Mariano, Santiago Bilinkis y Damián Voltes describieron más que bien lo que pasa en el evento, a mí me gustaría probar con un par de interpretaciones sobre lo que pude ver y aprender mientras me asomaba al sol de a ratos para no terminar color camarón como Amartino.

Meeting of the minds (MOTM) es un concepto que en inglés sirve doblemente bien para expresar cómo sentí el evento. Además de la literal «reunión de las mentes», MOTM en español se traduciría como la «voluntad contractual»: antes de celebrar un contrato, las partes acuerdan las condiciones del mismo de manera que la relación funcione para ambos. Cuando una de las partes detenta un poder/interés desproporcionado, se dice que no hay «meeting of the minds» y eso puede llegar a invalidar el contrato, por ejemplo en el caso de las licencias «forzadas» de Windows que Microsoft tuvo que reembolsar a gente que habían comprado equipos con Windows preinstalado y no podían evitar pagar por él, aunque luego usaban otro sistema operativo.

Mucho preámbulo. La cuestión en Menorca Tech Talk es compartir y descubrir, y si fueras con otra intención desentonarías bastante. Nadie está en un pedestal, ni nadie va con la tarjeta de presentación por delante del saludo. Todo el mundo se interesa por conocer al resto del grupo y la conversación es muy relajada, sin que eso le reste profundidad.

El estilo y formato del evento me hace pensar que Varsavsky entiende y extiende una norma fundamental, que no siempre se sigue pero ha probado ser efectiva a lo largo de siglos: siempre es mejor hacer negocios entre amigos.

Quizás poniéndose más riguroso y enfocándose solo en resultados se puedan conseguir un par de puntos más de rendimiento, pero la paz mental, la buena onda y las múltiples oportunidades que se desarrollan trabajando con like-minded people (ves? Hay un patrón detrás de la insistencia), supera con creces acabar con un poco más de plata y una úlcera de tanta mala sangre.

Menorca Tech Talk me pareció un evento donde uno no va a hacer «match» con un inversor, un potable partner o futuro cliente, sino que muchas más veces ví gente haciendo «click«, conectando entre personas y compartiendo vivencias.

Esta casta de emprendedores, innovadores y vanguardistas viven su negocio, está en su ADN y corre por su sangre. Si las personas conectan, seguro se abrirán oportunidades de negocio.

Y esto facilita una tercera pata de la historia: cuando a cada uno le tocó el turno de hablar, el ambiente de apertura y las chispas generadas ayudaron a que nadie diga «esto hago, ergo soy muy cool» sino que muchos aprovecharon el IQ acumulado de la sala para pedir ayuda -que estoy seguro que recibieron-, o para contar de su causa, su tierra y sus creencias -y fueron atentamente escuchados.

Yo estuve como una esponja, escuchando y aprendiendo. No creo que podría haber aportado algo revelador a tantos buenos temas que se ponían sobre la mesa, pero si me dieran el micrófono ahora, lo usaría para agradecer tantas nuevas perspectivas y apretones de manos.

Ojalá estos encuentros se repitan muchas veces más y ojalá surjan muchos otros eventos con el mismo espíritu sano y abierto. Martín, Nina, Matías (gracias!) y el Mediterráneo le saben dar el toque único e inolvidable, pero apuesto a que hay más gente, incluso en otros ámbitos menos tecnológicos que se beneficiarían con un flujo de energías positivas como el que se genera en Menorca Tech Talk.

Notas de color que rescato de la memoria:

  • Hay buenos anfitriones, grandes anfitriones y en su propia liga: Martín Varsavsky. Todo en las fincas está preparado para recibir gente y hacerlos sentir como en casa. Detalles de todo tipo desde la comida rica y variada, blisters con cepillos de dientes en todos los baños (c’mon, quién viaja sin su kit personal? pero incluso esto estaba pensado), hasta bloqueadeores solares de todo tipo y potencia junto a la piscina, sumados a las reformas hechas a las fincas para recibir tal cantidad de gente con total comodidad, redondean la experiencia del encuentro para que sea perfecto.
  • Cuando hablo de la falta de sol, lo digo en serio. Alguien, yendo al aeropuerto de regreso a la cruda realidad, portaba un rostro fucsia brillante, acentuado por un antifaz blanco donde antes hubo lentes oscuros.
  • El libro Outliers de Malcolm Gladwell es un gran éxito entre los asistentes: en tres diferentes conversaciones escuché algo similar a «lo acabo de terminar, lo tengo en la maleta, te lo traigo en un rato». Damián Voltes trazó una serie de paralelos interesantes entre las descripciones del libro y la «fauna» reunida en Menorca.
  • La variedad de asistentes propició descubrientos interesantes. Escuché «uno a veces se mueve en un círculo un poco reducido y tendemos a desestimar a la gente ‘de afuera’. Luego los escuchas en cualquier conversación casual y te encuentras un tipo que está trabajando en cosas tan interesantes, pensando tan adelante, que te preguntas por qué no llevas horas escuchándolo y aprendiendo algo nuevo».
  • El viernes por la noche fue la celebración de la festividad del solsticio de verano en Suecia, algo similar a la fiesta de Inti Raymi en la cultura incaica. Cinco suecos cantaron, bailaron y tradujeron las canciones tradicionales de la fiesta en medio de una avalancha de aplausos.
  • Nunca viajes con zapatos nuevos.

Ciudad de las Ideas, una experiencia inolvidable

Ayer terminó Ciudad de las Ideas y todavía me brillan los ojos.

En el site del evento se pueden tener detalles de todo lo que ocurrió, acá van mis impresiones.

Llevo unos años fascinado con TED y cuando me enteré que Ciudad de las Ideas existía, lo primero que pensé fue «esto es una versión de TED pero más acá». Luego me enteré que Andrés Roemer, el organizador/ideólogo del proyecto, estuvo en TED este año.

La temporada de fin de año es habitualmente agitada en AREA6, así que no pude estar todo el tiempo en Puebla, fui por las tardes a una o dos sesiones. Me quedé con muchas ganas de más.

Ciudad de las Ideas no tiene nada que envidiarle a TED:

  • El grupo de expositores fue de un nivel excepcional, muchos grandes speakers internacionales que dieron brillo a la temática del evento.
  • La mezcla de temas fue variada e interesante: discusiones alrededor de ¿En qué creemos?, ¿Cómo nos comunicamos?, ¿Qué nos domina? y otros temas agrupaban diferentes perspectivas alrededor del eje de conversación.
  • Los formatos de exposición tuvieron su chiste también. La primera sesión que ví fue ¿En qué creemos? y en este segmento los ponentes hacían su presentación desde un ring de box en el escenario, para luego lanzar preguntas al «bando contrario» (eran ateos versus religiosos, así que se puso intenso el debate).
  • El lugar elegido -Centro de Convenciones Puebla- y su entorno: perfectos. Fue muy fácil llegar desde México sin mapa. Las instalaciones fueron más que suficientes para la cantidad de gente que asistió, nunca ví un baño sucio o con fila, el personal de apoyo (seguridad, mantenimiento, etc) era cordial y eficiente.
  • Puebla es una ciudad que me encanta y hasta el clima colaboró: días soleados, de una temperatura agradabilísima fueron la constante.

En total, la experiencia fue muy positiva y edificante. Ahora a revisar algunas curiosidades que encontré mientras estuve ahí.

  1. En algún punto preguntaron desde el escenario cuántos poblanos había en el auditorio y hubo un 50% de manos levantadas, aproximadamente. Me parece excelente que la gente de Puebla disfrute del evento, pero me parece que la mezcla quedó desbalanceada, quizás por falta de comunicación.
  2. Siguiendo, no hubo mucha comunicación previa al evento. Es probable que Proyecto 40 haya estado plagado de anuncios de Ciudad de las Ideas, pero no creo que sea el lugar ideal para concentrar el 100% de la comunicación.
  3. Sea como sea, uno de los boletos premiados en una rifa tenía el número 2700 y algo. Eso es indicador de MUCHA gente.
  4. El costo de $21,900 no me pareció descabellado una vez que fui al evento. El website oficial no termina de venderte la idea.
  5. El 80% de los asistentes le respondió a Michael Shermer que eran más o menos religiosos. Casi se desmaya. Preguntar eso en Puebla puede conllevar esas decepciones.
  6. Había una fauna extrañamente mezclada. Por una parte, ví al típico empresario de 50 años acompañado de una jovenzuela de 20 en traje de antro y maquillaje a tono de cocktail. Pobrecita, tenía una cara de aburrimiento que se le caía. Otros grupos de intelectualoides que intentaban reinterpretar lo que los expositores decían. «Eso es un sofisma», repetía un pesado atrás mío a un grupo de impresionables, hasta que lo callé. También estaban las chicas de revelador escote atraídas por el glamour del entorno «televisivo» del evento, que salían a fumar a la mitad de las presentaciones, porque lo importante era saludar gente en los intermedios.
  7. Mares de estudiantes que tuvieron oportunidad de saludar a los pesos pesados antes y después de cada sesión. Espero que sepan reconocer que quienes les firmaron la libreta están entre las mentes más brillantes del mundo.
  8. Los presentadores fueron audiencia también y, salvo algunas excepciones, estuvieron presentes en todas las sesiones. Me imagino que para ellos es una parranda entre viejos amigos.
  9. Las sillas eran un asco, después de un par de horas dolía bastante. Igual, no es fácil sentar semejante masa de gente. La distribución de espacios, los pasillos de acceso, todo el resto estuvo muy bien.
  10. No había redes inalámbricas disponibles para hacer reseñas en vivo. Dependí de un par de redes abiertas bastante erráticas y la conexión EDGE de mi teléfono. De todas maneras, no es el tipo de evento que uno puede pasarse pendejeando. A diferencia de otros donde el «backchannel» es lo divertido, acá lo atractivo estaba LEJOS de la pantalla.
  11. Las cámaras del circuito cerrado que alimentaban las pantallas a veces se perdían algunas escenas, pero estuvieron muy bien en general. El nivel de audio y la calidad del montaje fueron excelentes.
  12. Nunca había estado en un evento con TANTOS equipos de traducción simultánea. Los auriculares/audífonos de modelo viejo que no van in-ear generan un murmullo insoportable cuando son 2000.
  13. Como se ve en el historial de posts, el viernes tomé varias fotos. El sábado anunciaron que estaba terminantemente prohibido usar cámaras de cualquier tipo y que el personal de seguridad tenía orden de correr a cualquier que lo hiciera. Hasta donde sé, inicialmente esto fue un pedido de David Konzevik, que huye de cámaras y medios como de la peste. Pero después que se bajó del escenario siguieron con la pendejada y se llevaron a varias personas del lugar. Me parece que si es tu primer evento de este tipo, deberías ENTREGAR cámaras en la puerta para inundar la web de fotos e impresiones del evento. Ninguna foto ni video pendejo va a competir con las tomas del equipo de TV Azteca que grabó todo.

Creo que hasta acá estamos bien. Si me acuerdo de algo más, lo agrego.

Bottom-line: el año próximo no me lo pierdo, y ya convencí a un par de amigotes que se sumen y hagamos una excursión a Puebla el 5 de noviembre del 2009 (según anunciaron al cierre).

Inofensivos e indefensos

Cuando a Barbie le rompieron un cristal del auto durante un embotellamiento para arrancarle el celular de las manos, denunció el hecho frente al primer policía que encontró, a unas 10 calles del lugar. Los 2 responsables de la patrulla apostada bajo el puente Constituyentes – Circuito Interior, le dijeron «No seño, para que hagamos algo tiene que hacer la denuncia en el Ministerio Público, porque después usted se raja y nosotros qué?».

Los ladrones estaban a 10 calles, probablemente rompiendo otro cristal y asaltando a otra mujer que regresaba del trabajo esa misma tarde de viernes. Estos policías que quizás no hayan terminado la escuela secundaria (así de exigente es la política de reclutamiento de algunas entidades), estaban más preocupados por no perder las mordidas / coimas que trae aparejadas el apostarse en un semáforo concurrido y ver qué autos tienen vencida su verificación, que por detener ladrones operando impunemente a unos 1500 metros de distancia.

Una vez pasado el primer mal trago, había que hacer la denuncia para poder tramitar la reposición del celular. Otra odisea. Después de pasar por 5 escritorios donde todo el mundo anotaba diferentes partes de la misma historia en un cuaderno diferente (no había una computadora en kilómetros a la redonda) y agregaba un sello a algún formulario, el mensaje fue «esto hasta acá no sirve de nada, tiene que regresar en 7 días a ratificar su denuncia» (ellos dijeron «rectificar» pero bueno, se entiende). Por suerte a las empresas de celulares las rectificaciones no les resultan indispensables.

Cuando el viernes pasado Barbie accidentalmente se encontró con 4 tipos en un teléfono público que vociferaban extorsionando a alguien al otro lado de la línea (e insultándola por mirar), lo primero que hizo fue llamarme para preguntar cómo se denunciaba algo así.

«Porque hay que hacer algo, no se puede quedar así».

Sí se puede. Irónico, no?

Nadie muestra voluntad para que los crímenes se resuelvan. Nadie creería que ese sistema de captura de denuncias sirve para algo, salvo para alimentar ratas en los archivos. Nadie me hace creer que está haciendo un esfuerzo para tener una mejor policía, ni para evaluar a sus componentes como deberían, ni para ordenar una institución decadente e ignorante.

No soy yo el que tiene que recibir la carga a la hora de denunciar. No tienen por qué hacérmelo difícil, exigir múltiples visitas y demostrarme que no va a servir de nada. No es mi función hacer el trabajo del policía ni del burócrata administrativo. Si soy víctima, vengan a mí. Si soy testigo, créanme lo que digo.

Los policías en Latinoamérica son, en su mínimo común denominador, una lacra social. Claro que hay excepciones y que hay eximios profesionales haciendo su trabajo, porque si no estaríamos en la selva con arcos y flechas. Pero el policía raso, el animal de patrulla es lo peor que uno se puede encontrar, y es lo que con más frecuencia uno se encuentra.

Por los requisitos de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, los aspirantes a la escuela de policía son personas que no pueden ganar 330 dólares al mes en otra parte y entonces quieren hacer un curso básico de 6 meses donde se les dará de comer y se les enseñará a usar un arma. La promesa entre líneas es que una vez graduados, con un poco de suerte les va a tocar una esquina más o menos concurrida donde podrán obtener unos 200 pesos cada vez que pesquen a alguien en infracción.

Es esta la gente que me va a proteger del crimen «organizado»? No creo. No protegieron a mi mujer de 3 hijos de puta en un scooter.

Pero regresemos al tema de la carga, que es donde creo que Hollywood nos juega una mala pasada.

Seguridad es uno de los servicios que el Gobierno DEBE proveer a la ciudadanía. Legislación, Justicia, Salud, Seguridad son temas constitucionales porque no pueden ser sujetos a la decisión de una mayoría democrática o no. Son función y obligación del gobierno de turno, para eso se los contrata votando.

La seguridad ciudadana no es «trabajo de todos», es trabajo de unos pocos. Es trabajo del Gobierno y las fuerzas de seguridad, quienes tienen el monopolio legal del uso de la fuerza y las armas.

Yo ciudadano, civil y desarmado, no puedo ENFRENTARME a un criminal. Primero porque si lo termino matando, me enfrentaría a un proceso penal y una experiencia de mierda, encerrado entre miles de criminales como el que acabo de matar. Si siquiera detenerme a pensar en las implicaciones morales judeocristianas y la carga psicológica que trae matar a alguien, aquél es suficiente «desmotivador» como para que si me piden la cartera, la entregue, en vez de andar buscando puntos débiles para partirle el cuello al ladrón.

Además, mi vida vale. Hacerme el malo y el responsable, denunciar a los que roban, a los que matan, a los que evaden impuestos sólo lograría que alguna vez, en algún lugar, un tipo me haga un daño. Para el ladronzuelo de celulares, dispararme es más barato que dormir una noche en una celda, o pagarle al policía la mordida para dejarlo ir. Para el criminal «organizado» (que supuestamente se enfrentará a un proceso policial y judicial superior, a través de abogados caros y bien vestidos), sólo le basta con mandar un chofer con una navaja de 5 cm para amargarme la existencia mientras él sigue el proceso judicial desde St. Barth’s.

Ninguno de los 2 precios están a mi alcance. No soy yo quien debe hacer la tarea, quien debe llevar la carga de la ineficiencia e ineficacia policial / judicial del país.

La marcha del sábado 30 de agosto fue un llamado al Gobierno para que renueve sus esfuerzos y dé señales claras de compromiso hacia la seguridad. No fue un «basta» a los criminales. Con ellos no hay diálogo posible.

Lo que cambia es la ley, estúpido

Por estos días se habla mucho de algunas decisiones judiciales que atentan contra el sentido común, las libertades personales y las habilidades básicas para interpretar contextos.

Los nativos digitales (cualquier término mejor será bienvenido), sabemos íntimamente -visceralmente- que este panorama va a cambiar. Creemos que algún día las grandes empresas de medios, sus organizaciones «de industria» y todos los parásitos que gravitan a su alrededor, se van a despertar y descubrirán que la gente: sus clientes, su «audiencia», fans o como quieran llamarlos, necesitan un diferente producto, el que vienen reclamando desde hace tiempo.

Todos los esfuerzos que actualmente están financiando entidades como la RIAA, MPAA y SGAE para modificar las leyes de múltiples países, crear impuestos a la copia presunta y cagarse en los intereses de sus propios clientes, están por enfrentar una dura realidad: en el corto plazo, la ley prevalece sobre la cultura, pero en el largo plazo, la cultura prevalece sobre la ley. Cuando la voluntad de la gente y las estructuras legales difieren fuertemente por un plazo largo de tiempo, al menos en democracia, es la ley la que cambia*.

Así como los músculos que no se usan, se atrofian, los derechos que no se protegen se pierden; no por estructuras jurídicas inflexibles, sino por la renuncia a luchar por el cambio.

Tenemos que defender nuestros derechos, reclamar la protección de nuestra privacidad y moldear al mundo tal como lo queremos. Las leyes, las empresas, los grupos de poder sabrán acomodarse a ello. Es mucho mejor (y fácil!) adoptar un mercado que crece, que cercar el acceso a un pozo seco.

* Clay Shirky en Authors@Google.

Gin, Televisión y los excedentes sociales

Gin, Television and Social Surplus. Las tecnologías fundamentales y los cambios drásticos que alimentan la proactividad y participación social actual y desafían a los medios tradicionales. Esta fue la presentación de Clay Shirky en la Conferencia Web 2.0, el 23 de Abril de 2008:

Hace poco recordé algunas notas que leí durante la universidad, allá lejos en el siglo pasado, en las que un historiador británico argumentaba que un componente tecnológico fundamental para la primera fase de la Revolución Industrial, era el gin.

La transformación de la vida rural a la urbana fue tan súbita y angustiante, que lo único que la sociedad pudo hacer para manejarse fue beber hasta el estupor durante una generación. Las descripciones de la época son fascinantes: había puestos ambulantes de venta de gin por las calles de Londres.

Y sólo fue hasta que la sociedad se despertó de esa borrachera colectiva que se crearon las estructuras institucionales que hoy asociamos con la Revolución Industrial. Cosas como bibliotecas y museos, educación pública, líderes electos –muchas cosas que nos gustan– no ocurrieron hasta que toda esa gente junta dejó de parecer una crisis y comenzó a verse como un recurso.

Sólo cuando la gente comenzó a verse como stock cívico, un activo con el que construir en vez de un problema que resolver, es que se dieron los cambios y condiciones que conformaron lo que conocemos como «la sociedad industrial».

Si tuviera que escoger el componente tecnológico fundamental para el siglo 20, ese lubricante social sin el cual las ruedas no se hubieran movido, diría que es la comedia de televisión (sitcom). A partir de la Segunda Guerra Mundial, toda una serie de factores: creciente PIB per cápita, aumento en la calidad educativa, mayor esperanza de vida y –esto es crítico– un creciente número de gente trabajando de 9am a 5pm, cinco días a la semana. Por primera vez, la sociedad impuso a un enorme número de personas la tarea de administrar algo que nunca habían gestionado antes: tiempo libre.

¿Qué hicimos con todo ese tiempo libre? Bien, en su mayoría lo consumimos viendo televisión. Hicimos eso por décadas. Vimos «I love Lucy». Vimos «La isla de Gilligan». Vemos «24» y «Desperate Housewives». Esas series operan en esencia como un gran radiador cognitivo, disipando el calor de pensamiento e ideas que sin esa salida hubieran sobrecalentado a la sociedad.

Y sólo es hasta ahora que nos despertamos de esa «borrachera» televisiva colectiva, que comenzamos a reconocer ese excedente cognitivo más como un recurso que como una crisis. Comenzamos a ver propuestas diseñadas para aprovechar ese activo y desarrollarlo de manera mucho más atractivas que encediendo televisores en cada habitación.

Esta idea me impactó en una convesación que mantuve hace un par de meses. Como dijo la presentadora, acabo de publicar un libro llamado «Here Comes Everybody» y durante una charla con una productora de TV -para ver si me invitaba a su programa-, me preguntó: ¿Qué está ocurriendo de interesante, que hayas observado?

Entonces le conté sobre la página de Plutón en la Wikipedia. Recordarán que hace poco se quitó el status de planeta a Plutón, lo que despertó una actividad febril en Wikipedia. Las páginas de discusión se encendieron, los usuarios editaban la definición con locura, toda la comunidad en sesión, preguntándose «¿Cómo se explica mejor el cambio de status de Plutón?», mientras la definición iba desde «Plutón es el noveno planeta» a «Plutón es una roca de forma extraña en órbita fuera de nuestro sistema solar».

Después de contarle todo esto, pensé que se iniciaría una discusión sobre la autoridad entre pares y los espacios sociales de colaboración, o algo por el estilo. Nada más lejos. Ella me escuchó, sacudió su cabeza y preguntó «¿Dónde encuentran tiempo?». Esa fue su pregunta, y me hizo reaccionar con fuerza: «Nadie que trabaje en TV puede hacer esa pregunta. Ustedes saben de dónde viene ese tiempo. Viene del excedente cognitivo que la TV lleva 50 años tratando de enmascarar».

Cuán grande es ese excedente? Si tomamos Wikipedia como una unidad, todo su contenido, el 100% del proyecto: cada página, cada edición, cada línea de código de su programación, cada traducción; esa enorme unidad representa alrededor 100 millones de horas de pensamiento humano acumulado. Trabajé este cálculo con Martin Wattenberg en IBM, es una aproximación burda, pero está en el rango correcto. 100 millones de horas de pensamiento.

Y las horas de televisión? 200,000 millones de horas, sólo en Estados Unidos, por año. Puesto de otra manera, para aprovechar que tenemos una unidad: son 2,000 proyectos como Wikipedia al año, gastados en ver TV. Y desde otra óptica: en Estados Unidos, pasamos 100 millones de horas cada fin de semana viendo anuncios comerciales solamente. Es un excedete gigantesco. Si alguien pregunta «¿Dónde encuentran tiempo?» cuando se encuentra con Wikipedia y proyectos similares, no entienden lo pequeños que son estos proyectos en realidad, aprovechando las «migajas» de este enorme activo que ahora se está empujando de a poco hacia una «arquitectura de participación».

Lo que resulta muy interesante acerca de este excedente es que la sociedad no sabe qué hacer con él al principio, por eso el gin, o las sitcoms. Si la gente supiera encauzar esas energías y canalizarlas hacia estructuras y comportamientos existentes, nunca tendríamos excedente, verdad? Es cuando nadie tiene idea de qué hacer con algo, que se comienza a experimentar con ello para integrar el activo al «capital social» y el curso de esa integración puede transformar la sociedad.

La fase temprana de aprovechamiento del excedente cognitivo, la fase en la que creo que aún estamos, está compuesta sólo de casos especiales. La física de la participación se acerca más a la física del clima, que a la de la gravedad. Conocemos las fuerzas que se combinan para que todo esto ocurra: hay una comunidad interesante aquí, un modelo compartido interesante por allá, gente que produce software libre. Pero a pesar de conocer las entradas del sistema, hay una gran complejidad que hace que las salidas sean imposibles de predecir.

La manera de explorar un ecosistema complejo es intentar muchas, muchísimas cosas, y esperar que los fracasos sean informativos para saber hacia dónde dirigirse. En este estadío estamos hoy.

Para dar un ejemplo, uno del que estoy enamorado, muy pequeño. Hace unas semanas, uno de mis alumnos me envió un proyecto iniciado por un profesor de Fortaleza, Brasil, llamado Vasco Furtado. Es un mapa/wiki del crimen en Brasil. Si hay un asalto, un robo, cualquier crimen, cualquiera puede ingresar, colocar una marca en un Google Map y describir el hecho, para ir formando un archivo vivo.

Eso es algo que ya existe como información tácita. Cualquiera que conoce una ciudad sabe dónde no ir, qué esquinas son peligrosas, qué vecindarios no son seguros de noche. Pero así como se sabe, se ignora, ya que no hay fuentes públicas que se puedan aprovechar. Los policías, si tienen la información, no la comparten. De hecho, una de las razones por las que Furtado inicia el proyecto es «me resulta más fácil recopilar esta información desde cero, que tratar de obtenerla de las autoridades».

Esto podrá tener éxito o fracasar. El camino normal del software social es el fracaso: la mayoría de estos experimentos no funcionan. Los que sí funcionan son excepcionales, y espero que este en particular lo logre, por supuesto. Incluso si no lo hiciera, ya logró otro objetivo, que es mostrar que alguien trabajando solo, con herramientas de muy bajo costo, tiene una esperanza razonable de acaparar suficiente excedente cognitivo, suficiente deseo de partcipación y suficiente buena predisposición de sus pares, para crear un recurso que no podríamos haber imaginado hace cinco años.

Así que esa es la respuesta a «¿Dónde encuentran tiempo?». Al menos la respuesta aritmética. Por debajo de las palabras había otra idea, no una pregunta, más una observación. En la misma conversación con la productora de TV le contaba sobre los juegos de rol, World of Warcraft y similares, y mientras hablaba casi que podía escucharla pensar «Perdedores, hombres grandes sentados en un sótano jugando a ser elfos».

Al menos están haciendo algo.

¿Alguna vez vieron el capítulo de La isla de Gilligan en el que casi logran salir de la isla, pero Gilligan se equivoca y al final no lo logran? Yo lo ví. Y lo ví varias veces mientras crecía. Cada media hora que pasaba viendo TV era media hora sin publicar artículos en mi blog, sin agregar definiciones a Wikipedia o respondiendo a un foro de discusión. Yo tengo una excusa irrefutable para no haberlo hecho, y es que estas cosas no existían en ese momento. Me ví forzado a consumir los medios disponibles, porque eran la única opción. Ahora no lo son, y a nadie debería sorprenderle. Por tonto que parezca jugar juegos de elfos y guerreros en un sótano, les puedo decir por experiencia personal que es mucho peor sentarse en el sótano a decidir si Ginger o Mary Ann es más bonita.

Estoy decidido a elevar esta observación a un principio general: es mejor hacer algo que no hacer nada. Inclusive los LOLcats, tiernas fotos de gatitos con textos -aún más tiernos- sobreimpuestos, ofrecen una invitación a participar. Cuando vemos una de esas fotos, uno de los mensajes que da es «Si tienes una foto de un gatito, y fuentes sans-serif en tu computadora, puedes jugar este juego también». Y ese mensaje -tú también puedes hacerlo- es un gran cambio.

Esto es algo que quienes trabajan en los medios no entienden. Los medios en el siglo 20 se han centrado en una maratón de consumo. ¿Cuánto contenido podemos producir? ¿Cuánto contenido puedes consumir? ¿Podemos producir más, vas a consumir más? la respuesta a esas preguntas ha sido usualmente sí, pero la realidad muestra que la gente prefiere verlo como un triatlón. Sí nos gusta consumir, pero también producir y compartir contenidos.

Lo que ha anonadado a quienes apostaban por las viejas estructuras, previo a intentar aprovechar el excedente de recursos y lograr algo interesante, es que están descubriendo que cuando se ofrece la oportunidad de producir y compartir a la gente, ellos aceptan la oferta. Esto no significa qe no vayamos a perder horas mirando repeticiones de series en TV. Simplemente, ahora tenemos alternativas.

Y hay otra cosa sobre la magnitud del excedente cognitivo del que estamos hablando: es tan grande, que incluso un cambio muy pequeño puede tener enormes ramificaciones. Supongamos que el 99% de todo se mantiene igual, que la gente ve 99% de la televisión que acostumbraba ver, pero el 1% se aparta para producir y compartir conocimientos. La población conectada a Internet ve TV por alrededor de un trillón (a million billions) de horas por año. Es más o menos cinco veces el consumo de TV de Estados Unidos. El 1% de eso equivale a 100 Wikipedias por año, en términos de participación.

Creo que será algo muy poderoso, no creen?

Bueno, la productora de TV no lo creyó, ella no estaba mu convencida por esta línea de pensamiento. Su pregunta final fue, en esencia «¿No es esto una moda pasajera? Es divertido producir algo, compartir un poco, pero la gente no se va a detener a pensar: esto no es tan bueno como lo que hacía antes… y calmarse?». Mi acalorada respuesta fue que no, este no es el caso, esto es un movimiento único e irrepetible, más análogo a la Revolución Industrial que a cualquier moda del momento.

Esto no es el tipo de cosa de las que una sociedad se deshace, son tiempos que la hacen crecer. No creo que la productora me haya creído, en parte porque no quería creerme, en parte porque o no tenía la perspectiva completa. Ahora la tengo.

Estaba cenando con un grupo de amigos y uno de ellos contaba sobre una película que vio en DVD junto con su hija de 4 años. A la mitad de la película, sin razón visible, la niña saltó de su lugar y fue hacia atrás del televisor. Al principio parecía uno de esos momentos tiernos, y la niña había ido a buscar a un personaje al otro lado de la pantalla, pero luego comenzó a revisar entre los cables. Su padre le pregunta: «Qué haces?» ella responde «Estoy buscando el mouse».

Esto es algo que una niña de 4 años ya sabe: Una pantalla que se vende sin un mouse, está rota. Esto es algo que los niños de 4 años ya saben: La programación de medios que está dirigida a mí, pero no me incluye, no vale el tiempo que se le dedica. Eso es lo que me hace creer que estamos a los umbrales de un gran cambio. Porque pequeños de 4 años, que están absorbiendo profundamente el entorno, sin tener que atravesar el trauma que enfrento para «desaprender» una infancia viendo La isla de Gilligan, asumen que la definición de «medios» inclue consumirlos, producirlos y campartirlos.

Se convirtió en mi lema personal. Cuando alguien me pregunta qué estamos haciendo, por «nosotros» me refiero a la sociedad en su conjunto que trata de descifrar qué hacer con el excedente de conocimientos; también me refiero a la gente en esta sala, gente que trabja todos los días, palas y picos en mano, tratando de descubrir la próxima gran idea. A partir de este momento, cuando me pregunten «qué hacemos», mi respuesta será: estamos buscando el mouse.

Vamos a buscar en todos los lugares donde un lector, oyente o lector haya sido excluído, o se le haya ofrecido conocimiento pasivo, enlatado, fijo y preguntaremos «si consigo rascar algo del excedente cognitivo y aplicarlo aquí, lograremos algo bueno?». Apuesto a que la respuesta es sí.

Clay Shirky es escritor, consultor y profesor de Nuevos Medios en la Universidad de Nueva York (NYU). Su enfoque principal es en las consecuencias económicas de las tecnologías de Internet en la sociedad, los efectos de las redes sociales en la cultura y viceversa. Se puede acceder a una colección completa de sus ensayos en http://www.shirky.com.

Traducido por Andrés Bianciotto, liberalmente, para la edición de «Lo Mejor del Marketing» de la revista Expansión que se publica hoy. Cualquier corrección, reinterpretación y comentario, será bienvenido.

Og Mandino al desnudo

Un amigo me contó que a Og Mandino le gustaba quedarse en pelotas cuando dictaba sus libros.

La editorial donde trabajaba mi amigo tenía los derechos de las ediciones en español del autor, así que cuando el tipo se aprestaba a escribir, enviaban una dactilógrafa que tomara el dictado al mismo tiempo que la enviada de la editorial para el habla inglesa.

Cuando Mandino ya era un personaje conocido, lo instalaban en las amplias suites del Hotel Plaza de New York para que nada empañara su inspiración. Con cada libro se repetía el mismo ritual: mientras las chicas aprestaban sus máquinas de escribir y se acomodaban en sus escritorios, Mandino se despertaba y salía de la habitación completamente desnudo, a perseguir a las chicas.

Siempre el mismo ritual en el teléfono: una dactilógrafa llorosa, semiencerrada en un baño telefoneando a la editorial y renunciando en el acto, mientras que desde acá trataban de calmarla y darle tips para resistir las aceleradas del vendedor más grande del mundo.

Cada libro costaba varios boletos de avión imprevistos. Parece que nunca hubo dos libros transcriptos por una misma dactilógrafa. Igual se vendía bien, y las anécdotas son la mejor parte.

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One-night stand

Es cómico cómo los recuerdos atacan sin avisar. Pasé frente a una puerta y volví al ’93.

Una banda de energúmenos festejábamos el cumpleaños de 18 de Pablo. En esos casos, «festejar» en general requería una burda mezcla de alcohol barato con algo dulce ANTES de salir de parranda.

Ya con la cabeza nublada, llegamos a una disco (Olaf, para los cordobeses), ubicada en una ciudad pequeña, a unos 20km de Córdoba, de donde vengo. Esto sirve para establecer que los locales eran muchos, y nosotros éramos los «de afuera».

Apenas entramos, mis amigotes encontraron alguna buena razón para pelear con alguien (al otro día descubrí que tres o cuatro durmieron en una celda esa noche, por revoltosos). Yo me fui a dar una vuelta por ahí, con pocas ganas de que un grupo de locales me parta la crisma.

Una chica (26 – 27 años) se aleja de la barra con un vaso en cada mano y mis neuronas atontadas me hicieron balbucear algo como: «Esto es justo lo que me recetó el doctor» o alguna burrada por el estilo. Quizás fue lo patético del esfuerzo, pero me sonrió.

El segundo vaso era para una amiga que desapareció rápidamente. La charla circulaba por los lugares comunes donde se refugia cuando no hay nada en común. Yo mentía que estudiaba ingeniería de sistemas, ella me contaba de su trabajo o nimiedades por el estilo.

Hasta que, hastiada o testeándome, declaró: «No hay por qué dar vueltas, te voy a decir mi verdad: tengo leucemia, es algo progresivo, el médico ya me dijo que no me la puedo sacar de encima, y alguna vez me va a ganar».

Mierda, y yo que pensé que había tenido suerte.

Años de literatura heroica, un idealismo férreo y probablemente una laaarga abstinencia, hablaron por mí.

«Ok, acá va mi verdad: tengo 17 años, de la universidad te cuento cuando ingrese, y si no te molesta, me quedo». Típico Karate Kid, Miyagi San dice «la verdad te llevará lejos».

Por algún milagro cinematográfico, la verdad me llevó a un hotel de mala muerte (por esa puerta pasé hace unos días) en el auto de esta chica. Cerca de las 10 de la mañana llegué a mi casa con una sonrisa triunfal, devorando el desayuno.

Nunca la llamé, no sé qué fue de ella. Creo que me dijo que su nombre era Gabriela. El sexo no fue nada memorable. Quizás por mi inexperiencia, quizás porque no nos conocíamos, quizás porque nos dijimos la verdad.

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The Hughtrain, repensado, recargado, y ahora en español

Hugh MacLeod es uno de los mejores pensadores, junto a Seth Godin, Doc Searls, John Dodds y algunos -pocos- más, del nuevo marketing.

Soy fanático de sus dibujos, «comics dibujados detrás de tarjetas de presentación«, que dan una vuelta de tuerca cínica a las cuestiones más mundanas.

El «Hughtrain«, uno de sus escritos más reconocidos, es un documento que expone ideas y caminos que se abren a a las empresas que quieran conectarse con sus clientes de una manera un poco más significativa que con mensajes robóticos e impersonales.

Esta es una revisión de las ideas y creencias que sustentan su forma de hacer negocios, que ha probado ampliamente en sus emprendimientos: English Cut, Stormhoek, Thingami.

Lo traduzco acá porque me gustaría que estas ideas lleguen a Latinoamérica cada vez más rápido, y que no sólo se queden en el feedreader de un par de geeks. Ojalá una clase, un grupo de estudio, un par de locos en algún lugar, tome este texto y discutan un par de horas sobre sus méritos y fallas. Con eso quedo contento.

THE HUGHTRAIN MkII (versión original en inglés)

1. La demanda para algo en qué creer es infinita.
Estamos aquí para buscarle significado a nuestra vida. Estamos aquí para ayudar a otros a encontrarlo. Todo lo otro es secundario. Como humanos, queremos creer en nuestra propia especie. Y deseamos que la gente, las empresas y los productos que tocan nuestra vida hagan que creer eso sea más fácil. Esa es la naturaleza humana.

2. La palabra más importante en marketing es «complicidad».
No es suficiente con que el cliente ame tu producto. Es necesario que amen también el proceso que les acerca ese producto.

3. Tus clientes aprenden más de tu mercado -y más rápido- que tú.
Gracias a internet, tus clientes pueden contactarse y dialogar. Pueden encontrar más y mejor información sobre tu producto que la que estás dispuesto a darles. Esa conversación puede ocurrir con o sin tí, te conviene estar allí.

4. El principal trabajo de un publicista no es comunicar beneficios, sino comunicar convicción.
No se trata de qué ofreces, se trata de por qué eso es importante.

5. El rol primordial de una empresa es actuar como «amplificador de ideas».
Fabricar productos y prestar servicios no es lo central, es una consecuencia.

6. El futuro de la publicidad es comunicar hacia adentro.
La parte más difícil del trabajo de un CEO es infundir su entusiasmo en sus colegas, especialmente cuando ellos ganan una quinta parte de su sueldo. Convencer al público en general de «comprar» una empresa o marca es un juego de niños, comparado a «vender» la compañía a quienes ya trabajan en ella.

7. Tu trabajo ya no es vender. Tu trabajo ahora es generar tantas sinapsis en el cerebro de tu cliente como sea posible.
Mientras más sinapsis generes, más dopamina se libera. La dopamina es severamente adictiva. Mientras más dopamina se libere, el cliente regresará por más. Tu cliente creerá que vuelve por causas perfectamente lógicas y razonables. Se equivoca, vuelve a buscar su dosis.

8. Adiós Mensaje. Hola, Gesto Social.
Una campaña de marketing bien ejecutada es un acto de amor.

9. Controla la conversación, mejorándola.
Quien elige tener una conversación «más inteligente» con su mercado no ha tomado una decisión de marketing, sino una decisión moral.

10. Mientras más porosa sea la membrana que está entre tu empresa y su mercado, será más fácil alinear las partes a ambos lados.
Y mientras más porosa es la membrana, es más fácil descubrir y corregir cuando estén desalineados.

Hasta acá la traducción. Hay algunas deformaciones, fruto de mi manera de interpretarlo (leerlo a diario ayuda y complica al mismo tiempo).

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Mil maneras de NO conseguir trabajo

El mundo se dirige a un destino muy oscuro.

Cuando leo que un mililitro de tinta negra Hewlett Packard es más caro que un mililitro de sangre, o cuando recibo un currículum vitae de un diseñador gráfico que se ve así:

CV Puaj

Me doy cuenta que vamos mal, muy mal.

Estoy buscando un par de creativos junior para la agencia, y después de ver especímenes como este, me desespero un poco.

Primero definiciones: Qué entiendo por un creativo junior? Un chico de unos 19 o 20 años, que estudie diseño gráfico, que sepa seguir una serie de instrucciones y tenga unas ganas terribles de aprender. Que ofrezco? Esto no es definitivo, pero básicamente es una posición fija en la empresa, un escritorio con teléfono y computadora, clientes interesantes que siempre requieren algo distinto, un sueld(it)o que le permita desplazarse un poco y días agitados de acá en adelante.

El «mercado» me presenta una cara MUY diferente:

  • Nadie de 19 o 20 años se presenta. Según parece, la edad de inserción laboral en este tipo de empleos es mayor. Please no me digas nada de niños trabajando en el campo, ya sé, estoy hablando de otra cosa.
  • Nadie que esté estudiando dispone de tiempo para trabajar full time. Este es un problema del modelo educativo mexicano, supongo. Si la escuela no te deja madurar laboralmente MIENTRAS estudias, llegas al mercado demasiado tarde como para modificar la manera en que absorbes el set de conocimientos teóricos que te descargan en la cabeza.
  • Nadie cree que necesita aprender. «Trabajé en la Taquería de Lola, diseñando los menús!» dicen, mientras ponen los ojos en blanco.
  • Nadie piensa que los sueldos son una función relativamente proporcional al valor que provee el empleado a la empresa. Por lo menos en pequeñas empresas, esto DEBE cumplirse. En empresas más grandes hay un poco de espacio para puestos superfluos, o para posiciones requeridas por el gobierno o los corporativos centrales, que aunque no proveen un valor específico, tienen que estar.

Desesperante, no? De los 20 o 30 currículums de diseñadores que recibí desde un aviso en línea, pocos tenían algo de identidad gráfica aplicada, casi ninguno tenía un website o blog con sus diseños publicados, la mayoría anda alrededor de los 26-27 años y ninguno, NIN-GU-NO se acercó a visitarnos, o llamó por teléfono ni hizo nada para elevar un poco sus probabilidades.

Pero… el aviso dice «recién egresado»… Sí, pero si viniera alguien que me diga «me falta un año para terminar la carrera, pero mira qué lindo diseño y el myspace de mi bandita de música y estas fotos en flickr que saco por la ciudad y dame el puesto porque quiero arrancar cuanto antes», se lo lleva.

Por supuesto que esta es una generalización amplia que parte desde mi experiencia personal, pero me ha resultado curioso desde que llegué a México. Por lo que pude ver, hay una incompatibilidad deliberada entre la universidad y el mundo laboral. Salvo casos de excepción que alguien me dará, la primera impresión que recibí es que nadie espera comenzar a trabajar hasta DESPUÉS de haber terminado la carrera.

Eso no es TAN malo, hasta que se combina con la actitud del que ya egresó: «Soy LICENCIADO en Extracción de Mocos con el Meñique Izquierdo, quiero tu puesto, tu sueldo y, ya que estamos, tu mujer». No way, licenciado.

Y los peores casos, son los que inmediatamente después de terminar una carrera universitaria, sin haberse dado oportunidad de testear su (des)conocimiento en el mundo real, se lanzan a conseguir la maestría, apilando conocimientos teóricos sin misericordia, ni provecho visible, envejeciendo y entrando más tarde aún en el mercado laboral como inútiles ilustrados que pretenden sueldos astronómicos.

El tema del sueldo parece especialmente difícil de entender para los que jamás miran más allá de su ombligo. Siguiendo el ejemplo del diseñador, que es el que me está maltratando desde hace unos días, un tipo sin experiencia (o muy poca), en general demora más y requiere mayor supervisión que un tipo experimentado para entregar el mismo trabajo/resultado. Es lógico esperar que su sueldo refleje estas diferencias de nivel, en comparación con otros. «Mi compañero de prepa es archicool diseñador en XXXX BigAgency y cobra chorrocientos petrodólares por minuto!» en general no sirve de nada si hay que repetirte diez veces las cosas y rehaces 3 o 4 veces cada pieza, junior.

Las ramificaciones de esto son mayúsculas, en todos los niveles. Hay gente que a los 28 años hace malabares para casarse porque con un sueldo junior no se puede hacer magia, y cuando llega el primer hijo tiene que vender un riñón, preferentemente uno de la mujer, porque los medicamentos contra la úlcera arruinaron los de él.

El broche de oro: la apatía. Si no das un poquito más que lo que se te pide, si no propones nuevas/mejores/diferentes formas de hacer las cosas, si no lees algo nuevo todos los días, cómo esperas que alguien se entere de que existes? Newsflash: el 99.9999999% de los puestos que se abren NO están en ministerios, así que hace falta un poco de iniciativa para mantenerte a bordo y bastante más si quieres destacarte.

El mejor consejo que puedo dar, después de 13 años de aprender de mis errores es: olvídate del discurso «sindicalizado». La era en que las empresas y sus empleados eran entes antagónicos se acabó hace rato. Y si aún estás preso en uno de esos vestigios del pasado, sal a buscar algo nuevo.

Si quieres entrar y crecer (y hasta triunfar!) en una empresa, piensa como empresario. Consigue mejorar UN proceso simple, y tendrás a tu cargo procesos más complejos o con más componentes. Consigue un ahorro o eficiencia en algún rincón, y podrás intentarlo donde puedas producir un ahorro mayor. El valhalla a quien consiga un cliente nuevo.

Nadie te va a dar una recompensa por permanecer. Si estás demasiado tiempo en el mismo lugar, en general es señal de que ni la competencia, ni los que fueron tus jefes y salieron de la empresa, te quieren con ellos.

Compórtate como un empresario, y tendrás oportunidad de gestionar porciones mayores de la empresa (a esto se suele llamar ascenso, get it?). Hablemos en serio, a quién elegirías TÚ como socio? al que se mata hombro a hombro contigo para que la empresa ande mejor o al que pasa la vida mirando el reloj para que no se le escape el minuto de salida?

Entiende que emprender un negocio, montar una empresa es un acto de fe. Para el que lo hace, es poner sus recursos, sueños y energías en sostener y hacer crecer la empresa. Nadie que esté en esa situación quiere un parásito a su lado. En mi caso, de nada me sirve quien vive con «actitud de empleado». Quiero trabajar con socios y futuros competidores. Cuando cualquier persona que trabaje para mí pueda salir de la empresa y montar un negocio exitoso por sí mismo, MIS posibilidades serán infinitas.

Hay mil maneras de NO conseguir/mantener un trabajo, y una sola de lograrlo: da ese paso, levanta la mano, comienza antes, arriesga algo, cambia tu cosmovisión.

Las recompensas son infinitas.

Where the hell is Matt?

El tipo viaja por el mundo, encuentra un lugar interesante, se pone a bailar y se graba en video.

Parece bastante sencillo visto de esta manera, pero el video resultante me emocionó inesperadamente. Me encanta la música que eligió, y me erizó la piel el segmento de Rwanda.

Tuve una experiencia similar una vez que fui con mi parapente a cuestas a volar a un pueblito llamado Tlacuilotepec (el cerro de los escribas), al norte del estado de Puebla. Éramos varios y mientras cruzábamos el pueblo por los aires un domingo tranquilo, la gente en general y los niños en particular corrían bajo los parapentes y nos invitaban a aterrizar en los lugares mas inverosímiles.

TlacuilotepecUna vez que encontramos un campo donde aterrizar, bajamos un francés y yo. Los niños nos rodearon y una marea de sonrisas blaaaancas nos encandiló. Un par de hombres del pueblo se nos acercó y nos dijo: «Nunca vimos a nadie volar, sólo a los aviones, pero pasan lejos».

Nos tomamos una foto con los niños. En ese instante, quemado por el sol, cansado de acarrear mi mochila de 30 kilos, rodeado de niños que se atropellaban para saludarme, supe, con una claridad incomparable, que eso es la felicidad.

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Inesperado amor brasileiro

Brasil es un país fascinante. Un mundo exótico, musical, peligroso, pobre, seductor, sonriente y exuberante.

Siempre me gustó, siempre que visité alguno de sus rincones me sentí de maravillas. El portugués y su música me seducen y no dudo que algún día lo voy a poder hablar con soltura.

Dentro de este interés por «all things brazilian» (o debería decir «tudo brasileiro»?), Oscar Niemeyer, el gran arquitecto, capturó mi atención más de una vez.

La extraordinaria historia de crear una ciudad en ninguna parte, las obras de Niemeyer en Europa y Gilberto Gil tarareando la melodía que le sugerían los arcos del edificio de la Suprema Corte de Justicia en Brasilia, quedaron grabados en mi memoria, junto con un documental que ví en A&E Mundo, matizada con entrevistas, donde él recita un poema de líneas tan puras como el plano de una de sus obras.

Hace rato que quería ubicar el texto, y lo encontré en Editorial Moderna:

O arquiteto Oscar Niemeyer, em seu livro As curvas do tempo – memórias, também expressa seu amor pelo Brasil.

«Sentia-me longe de tudo. [O arquiteto estava na Argélia]. De minha família, dos amigos, das montanhas, mares e praias do meu país. Precisava voltar. Certo dia, não sei por que, esse afastamento me pareceu mais doloroso. E escrevi estes versos que preguei na parede do nosso escritório:»

Estou longe de tudo
de tudo que gosto,
dessa terra tão linda
que me viu nascer.
Um dia eu me queimo,
meto o pé na estrada,
é aí, no Brasil,
que eu quero viver.
Cada um no seu canto,
cada um no seu teto,
a brincar com os amigos,
vendo o tempo correr.
Quero olhar as estrelas,
quero sentir a vida,
é aí, no Brasil,
que eu quero viver.
Estou puto da vida,
esta gripe não passa,
de ouvir tanta besteira
não me posso conter.
Um dia me queimo,
e largo isso tudo,
é aí, no Brasil,
que eu quero viver.
Isto aqui não me serve,
não me serve de nada,
a decisão está tomada,
ninguém vai me deter.
Que se foda o trabalho,
e este mundo de merda,
é aí, no Brasil,
que eu quero viver.

Fonte: NIEMEYER, Oscar. As curvas do tempo – memórias. Rio de Janeiro, Editora Revan, 1999.

Increíbles felicidades que traen las más pequeñas cosas.

Más de lo mismo

In their fascinating and eloquent valetudinarian correspondence, Adams and Jefferson had a great deal to say about religion. Pressed by Jefferson to define his personal creed, Adams replied that it was «contained in four short words, ‘Be just and good.'» Jefferson replied, «The result of our fifty or sixty years of religious reading, in the four words, ‘Be just and good,’ is that in which all our inquiries must end; as the riddles of all priesthoods end in four more, ‘ubi panis, ibi deus.’ What all agree in, is probably right. What no two agree in, most probably wrong.»

This was a clear reference to Voltaire’s Reflections on Religion. As Voltaire put it:

There are no sects in geometry. One does not speak of a Euclidean, an Archimedean. When the truth is evident, it is impossible for parties and factions to arise. Well, to what dogma do all minds agree? To the worship of a God, and to honesty. All the philosophers of the world who have had a religion have said in all ages: «There is a God, and one must be just.» There, then, is the universal religion established in all ages and throughout mankind. The point in which they all agree is therefore true, and the systems through which they differ are therefore false.

Ahora viene la traducción.

En su fascinante y elocuente -y habitualmente enfermiza- correspondencia, John Quincy Adams y Thomas Jefferson se explayaban bastante sobre la religión. Jefferson presiona a Adams para que defina su credo personal, y éste replica: «en cuatro cortas palabras, ‘Sé justo y bueno.'» Jefferson responde, «El resultado de nuestros cincuenta o sesenta años de lecturas religiosas, en las cuatro palabras ‘Sé justo y bueno,’ es donde todos nuestros cuestionamientos deben terminar; así como los enigmas de todos los sacerdocios terminan en otras cuatro, ‘ubi panis,ibi deus’ (donde hay pan, está dios). Todo en lo que estamos de acuerdo, es probablemente lo correcto. En lo que dos personas no pueden coincidir, es muy probable que no lo sea.»

Esta fue una clara referencia a «Reflexiones sobre Religión» (Reflections on Religion) de Voltaire. Él lo expresa de esta manera:

No hay sectas en geometría. Uno no habla de un Euclidiano, o un Arquimedeano. Cuando la verdad es evidente, es imposible que surjan partidos y facciones. Entonces, en qué dogma coinciden todas las mentes? En la adoración de un Dios y en la honestidad. Todos los filósofos del mundo que profesaron una religión dijeron a lo largo de la historia: «Existe un Dios y uno debe ser justo.» Allí está, entonces, la religión establecida por la humanidad a través del tiempo. El punto en el que todas concuerdan es por lo tanto verdadero, y los sistemas en los que difieren son por lo tanto falsos.

Robado de «Our Godless Constitution». Las atrocidades en la traducción son mías.