Cinco años pasaron desde que me encontré otra vez con el espejo.
Ya no me queda una sola de las certidumbres que me habitaban. Se escaparon de mis manos como polvo, inasibles.
En estos cinco años viví extremos emocionales que cuesta enumerar. Desde las cimas estratosféricas de la esperanza y la fascinación del descubrimiento, a envenenarme la sangre con la traición y la ruindad más horrorosa.
Conocí a una de las mentes más brillantes de nuestro tiempo. Un hombre iluminado, cándido, complejo, de horizontes cósmicos. Se convirtió en un amigo entrañable, de conversaciones eternas entre cervezas no muy frías y cigarrillos apestosos. Una persona que nos infundió esperanza y pintó el futuro de colores hermosos. Alguien que me hace añorar Bangalore, hazaña sin par 🙂
Conocí también al más rastrero de los humanos. Mercader de espejitos y estafador de poca monta. Me ha robado años de vida, se la ha robado a toda mi familia. Nos ha envejecido el corazón y su presencia en el mundo evoca facetas mías que no quería tener; a veces solo me duermo matándolo, su cara desecha, su tráquea rota bajo mis puños que no quieren dejar de golpearlo.
Pero todo tiene cura, incluso los asesinos que nos arrullan. Creo que en mi lustro anterior el hilo conductor fue una resignación budista, sonriente, agradecida de cualquier rayo de luz. El sello de este lustro parece estar entre un estoicismo combativo -los golpes son pasado, hay trabajo que hacer- y una amplificación de una voluntad kamikaze de querer hacer el bien.
Emergimos activistas, voluntarios, decididos a no dejar nada como estaba, a poner el cuerpo, en particular los hombros, y empujar las cosas a su lugar, las apatías hacia el costado y los obstáculos a la chingada.
Parte de esta historia se cuenta en el libro que escribió Bárbara, otras partes vendrán en poco tiempo. Hay algunas cosas que estoy haciendo que tienen el potencial de cambiar para siempre la historia. No es hipérbole, llevo 18 meses del vértigo más salvaje, y ya muchas señales dicen que va a cuajar.
Bárbara, que la invoqué. Sigo descubriéndole grandezas, su integridad sigue férrea, su generosidad «insalubre»; su amor como alas de cigüeña que nos arropa pero también nos lleva a volar. Sigo admirándola embelesado, 17 años después. La razón de mis plurales y buena parte de mi supervivencia.
Cuarenta y cinco años. No soy otro, pero no soy el mismo. Resulta que a mi «YO, completo» de los cuarenta le esperaba un tramo del camino que no le puedo recomendar a nadie, pero repetiría tantas veces fuera necesario para estar otra vez acá, donde estoy: sentado en la cama, los niños dormidos, cuidando a Barbie que no se siente bien, y viendo abrirse unas puertas a un futuro de putísima madre.
Stay tuned.
Lustro lustrado. Lustro ilustrado. Te abrazo cinco años. Te respeto 100.