Cuarenta y cinco

Cinco años pasaron desde que me encontré otra vez con el espejo.

Ya no me queda una sola de las certidumbres que me habitaban. Se escaparon de mis manos como polvo, inasibles.

En estos cinco años viví extremos emocionales que cuesta enumerar. Desde las cimas estratosféricas de la esperanza y la fascinación del descubrimiento, a envenenarme la sangre con la traición y la ruindad más horrorosa.

Conocí a una de las mentes más brillantes de nuestro tiempo. Un hombre iluminado, cándido, complejo, de horizontes cósmicos. Se convirtió en un amigo entrañable, de conversaciones eternas entre cervezas no muy frías y cigarrillos apestosos. Una persona que nos infundió esperanza y pintó el futuro de colores hermosos. Alguien que me hace añorar Bangalore, hazaña sin par 🙂

Conocí también al más rastrero de los humanos. Mercader de espejitos y estafador de poca monta. Me ha robado años de vida, se la ha robado a toda mi familia. Nos ha envejecido el corazón y su presencia en el mundo evoca facetas mías que no quería tener; a veces solo me duermo matándolo, su cara desecha, su tráquea rota bajo mis puños que no quieren dejar de golpearlo.

Pero todo tiene cura, incluso los asesinos que nos arrullan. Creo que en mi lustro anterior el hilo conductor fue una resignación budista, sonriente, agradecida de cualquier rayo de luz. El sello de este lustro parece estar entre un estoicismo combativo -los golpes son pasado, hay trabajo que hacer- y una amplificación de una voluntad kamikaze de querer hacer el bien.

Emergimos activistas, voluntarios, decididos a no dejar nada como estaba, a poner el cuerpo, en particular los hombros, y empujar las cosas a su lugar, las apatías hacia el costado y los obstáculos a la chingada.

Parte de esta historia se cuenta en el libro que escribió Bárbara, otras partes vendrán en poco tiempo. Hay algunas cosas que estoy haciendo que tienen el potencial de cambiar para siempre la historia. No es hipérbole, llevo 18 meses del vértigo más salvaje, y ya muchas señales dicen que va a cuajar.

Bárbara, que la invoqué. Sigo descubriéndole grandezas, su integridad sigue férrea, su generosidad «insalubre»; su amor como alas de cigüeña que nos arropa pero también nos lleva a volar. Sigo admirándola embelesado, 17 años después. La razón de mis plurales y buena parte de mi supervivencia.

Cuarenta y cinco años. No soy otro, pero no soy el mismo. Resulta que a mi «YO, completo» de los cuarenta le esperaba un tramo del camino que no le puedo recomendar a nadie, pero repetiría tantas veces fuera necesario para estar otra vez acá, donde estoy: sentado en la cama, los niños dormidos, cuidando a Barbie que no se siente bien, y viendo abrirse unas puertas a un futuro de putísima madre.

Stay tuned.

Cuarenta

Me dio más susto en octubre que ahora en noviembre. Entro a los 40cuarentaCUARENTA en calma.

Alberto Cortez le dio mala fama a esta fecha, un estigma trágico de frontera, de punto de inflexión. Sinceramente espero durar más de 80 años, pero al mismo tiempo no sé si vale la pena aferrarse tanto que se difuminen los recuerdos y las sonrisas.

Mi «tradición» (en su tercera temporada) de sacar cuentas cada 5 años no muestra todo lo que pasó. Entre la última vez que miré alrededor y hoy, pasaron vidas enteras.

Crecí. «Maduré» para acompañar las canas que llegaron sin pedir mi opinión. Me entiendo mejor, y también me pregunto menos cosas. Fluyo. Aprendí a conciliar cosas, facetas mías que a veces intenté separar u ocultar sin mayor excusa. Me siguen inflamando las mismas injusticias, me siguen erizando las mismas sinrazones, y también descubrí que me puede invadir y habitar una empatía asombrosa ante un desconocido.

Entro a los cuarenta casado con una mujer con la que no me hubiera atrevido a soñar, porque era descabellado. Con dos hijos que me enseñan cosas nuevas cada día, de los que quiero contagiarme cada día el valor desmedido, sonriente, y el amor presto. Tengo amigos que toleran mis asados. Tengo una empresa, la novena, que me entusiasma igual que la primera, hace dieciocho años. Tengo suerte. MI suerte.

Hoy es un día como cualquiera, el que cambió bastante soy yo. Pero no soy otro. Soy YO, completo.

Treinta y cinco

Después de la última vez que saqué la cuenta, pasaron muchas cosas.

Los amigos siguen, y se sumaron algunos nuevos.

La arrogante presunción de saber qué quiero permanece intacta.

Reuní más historias para contar, y ninguna para callar.

Sigo con el ancla inquieta.

La mujer que por aquellos años dormía conmigo, ahora es mi esposa. En el camino aprendí que sí hay una diferencia.

La empresa que me desvelaba, ya no. Ahora me desvelan cosas más íntimas, mías, nuestras. Y hago bien.

Tengo treintaycinco. Se dice rápido, se piensa en calma.

Treinta

Hoy me senté a pensar en mi vida. De dónde vengo y a dónde voy.

Hoy puedo estar seguro de saber lo que quiero, aunque a veces no lo sepa expresar.

Hoy tengo muchas historias para contar, y muchas otras para callar.

Hoy tengo un puñado de amigos, que me eligieron sin saber muy bien por qué.

Hoy tengo a la mujer ideal en mi cama todos los días.

Hoy formé una empresa que me desvela por las noches.

Hoy tengo que volar bien lejos para encontrar a los que quiero, por más que al cerrar los ojos los vea.

Hoy tengo una vida hecha y derecha, autogobernada y autosuficiente, azarosa y entretenida, con mucho de qué sentirme orgulloso.

Mucha gente cuando puede decir todo esto, está lista para anclar en un puerto tranquilo.

Hoy cumplo 30 años.

Para mí, esto recién empieza.