Bye bye, redes

Voy a arriesgar una hipótesis sobre por qué estamos más listos para dejar las redes sociales hoy que antes. En mi caso, nunca Facebook fue «ideal» para mí, y llevo desde noviembre pasado un proceso lento de desconexión y desinterés por Twitter. Ahora que llevamos unos 5 meses de campañas electorales encima, cada vez saco más gente de mi pantalla y no siento nunca la necesidad de sumar a nadie.

En los ’90, fue Hotmail. Usando un browser podíamos entrar a un website y mandar un mensaje al otro lado del mundo sin configurar nada. Había que esperar que el modem dejara de hacer ruiditos, pero eso ya lo teníamos incorporado.

En los 200x, fueron los blogs. «Si sabes enviar un correo por Hotmail, puedes escribir en un blog» fue mi pitch a mucha gente que tenía cosas para decir, y no dónde. Pero el número de gente que adoptó blogs como espacio personal fue minúsculo comparado con los webmail.

En 201x, las redes sociales explotan y TODOS estamos ahí. Nosotros y las empresas. Nosotros y los medios. Nosotros y las celebrities. TODO compite por nuestra atención, porque el día sigue teniendo 24 horas y lo único que logran es que agotemos antes la pila del celular.

Todas estas cosas vinieron acompañadas de una ampliación de horizontes. Mi voz pasa desde el más ignoto anonimato a tocar a gente de todo el mundo. La gente pone en sus perfiles «Celebrity X me dio RT el 23 de mayo de 2014». Lo único inaccesible es el control de nuestro tiempo.

Ya conocemos las deformaciones. Los titulares con listas cuyo duodécimo item te sorprenderá. La incesante demanda de permisos: dame tu ubicación, déjame mirar tus contactos, ahora quiero mandarte notificaciones. Quiero escribir cosas en TU pantalla cuando crea conveniente.

Voy a interrumpir tus conversaciones para decirte que tu compañero de primaria piojoso y de mal aliento acaba de subir la foto donde aparece comiendo con sus compañeros de trabajo. Voy a hacer vibrar tu teléfono contra tu pecho igual que cuando el banco avisa que pasó un cheque.

Y como conocemos las deformaciones, ya tenemos tiempo experimentando las consecuencias. El medio «nativo digital» de contenidos innovadores ahora es 70% porno. El diario «serio», copado por videos de un minuto con tres de publicidad antes, o GIF mudos con texto y fotos de stock.

Tardé pero llegué: ya estamos listos para irnos, no porque la privacidad vale más que antes, ni porque encontramos la siguiente adicción. Lo que pasó es que ahora sabemos con dolorosa claridad que no estamos recibiendo NADA.

La alegría de ver gordo y enfermo a tu bully de secundaria se desvanece cuando te ves en fotos de 8 años atrás con ropa que no te entra más. El estímulo intelectual de recibir noticias instantáneamente se agota al 58º gatito tierno. Tu causa me importa un cuerno. Tú igual.

Entonces ahora las redes sociales son una CARGA. Una marea de trivialidades que jode todo el día sin producir ninguna externalidad positiva. Ya no las asiste la fascinación del descubrimiento, la expansión de horizontes o la recompensa del «me gusta» al ego.

Ahora son un trabajo: hay que verse bien para la foto, recorrer el feed para dar los «likes» que suplantaron las relaciones humanas, recordar hacer check in, et cetera. Tanto y todo para nada.

Los titulares escandalosos en los medios sobre Cambridge Analytica y Facebook son lo mismo que las 34 cosas que no sabías sobre un tema que no te importa: relleno intrascendente para mantener presa una tajada de tu atención, no sea que baje apenas la estadística.

Estamos leyendo en español una cuarta capa de opinología sobre un tema que nadie investigó. Llevan 20 días dándote columnas de opinión sobre lo que otros medios empujan como relleno en sus propios espacios. No tienes conocimiento nuevo, no recibes valor alguno por tu tiempo.

Así que no, no estamos listos para patear a las redes en el culo porque se cagan en nuestra privacidad, eso es solo el combustible actual de la indignación colectiva. Nos vamos porque no sirven, y ahora se les nota dolorosamente.

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