El poder de uno

Lo voy a llamar César, porque seguro tiene nombre.

César tuvo un mal día, quizás no el primero en la semana. La cereza del pastel fue este grupo de fulanos que por alguna causa se le montaron en el radar, y decidió que había llegado al límite. Quizás uno se hizo el loco en la fila, o querían pasar con demasiados bolsos de mano. Sea lo que sea, algo despertó un «Se acabó, a este me lo chingo» en su cerebro.

César hizo lo único que su limitado poder le permite: tú no vuelas hoy. La letra chica de cualquier «acuerdo de servicios» de aerolínea contiene suficiente margen como para que nadie vuele nunca. Por los tatuajes, o por la falta de higiene bucal, te quedas en tierra, papacito.

Los panteones se quejaron, llamaron a la Policía Federal y volaron, no sin antes armar revuelo en cuanta red social tuvieron a su alcance. Gracias a eso, ayer varios ejecutivos de la aerolínea tuvieron que dedicarle tiempo a «una bomba explotando en redes sociales», como dijo alguien en una reunión. De paso, necesitan algo de ayuda en delegación de responsabilidad y gestión de crisis.

Ríos de pixels se escribieron en cuanto medio anduviera pescando noticias en una tarde lenta. Tuvieron que salir a decir, con esa voz impersonal, plastificada, de «marca», que se iban a poner a investigar qué pasó. Quizás César se quede sin trabajo.

No fue TODA INTERJET conspirando contra los tatuados del mundo*. Fue César, en un mal día. Hastiado, enojado por algo, según ellos perpetró un error de criterio. Piensa en esto la próxima vez que creas que poner en tu bio de Twitter «estas son mis opiniones y no reflejan lo que piensa mi empleador» sirve para algo.

* Pero por supuesto, ese empleado en ese momento es toda Interjet.