Coffee Shop Publishing, un modelo de negocios

Quiero crear un nuevo segmento de medios digitales: de contenido abierto, sin publicidad, cuyos autores son líderes de su mercado y unos 20,000 suscriptores paguen USD 3-4 al mes por estar, participar y compartir con los autores.

¿Quién no quiere facturar un millón de dólares por año, y romper algunos mitos en el camino?

Llevo mucho tiempo inmerso entre medios digitales y en estos años he visto muchos (y algunos my buenos) intentos por afianzar la visión del negocio detrás de lo editorial. También he visto puertas cerrarse e ingresos caer por múltiples razones, la intrusión publicitaria no la menor de ellas.

Anécdotas y malinterpretaciones

Aunque a «la industria» le encanta publicar récords de ventas globales y cómo la inversión publicitaria en Internet supera a otros canales tradicionales, lo cierto es que a nivel individual los ingresos por publicidad caen: Google y Facebook se llevan cada vez más, las agencias de medios prefieren comprar en un solo punto que gestionar jaurías de medios chicos y en el fondo, entre dientes y solo de noche, algunos admiten que la publicidad en forma de banners, layers y links patrocinados no sirve tanto como quienes la venden quieren aparentar. Si por cada billete de USD 10 que me das, te regreso USD 12 en rendimiento, nunca se te acabaría el presupuesto para darme, ¿verdad?

La publicidad de «display» está condenada a ofrecer retornos marginales decrecientes para el anunciante. Ya ocurrió con la TV, donde cortes comerciales estridentes y poco relevantes lograron que servicios como TiVO, que ofrecen la posibilidad de saltarse los anuncios, fueran bienvenidos con gran éxito. Lo sorprendente del mercado de publicidad digital fue la desmedida reacción hacia aumentar las interrupciones y los impactos publicitarios, para compensar la ceguera de los usuarios. Mientras que llevamos unos treinta años recibiendo 42-43 minutos de contenidos por hora de TV, en los últimos diez años la publicidad en Internet mutó de un banner pobremente animado a «takeovers», «pre-rolls», imitar contenido real, saltar y expandirse ante acciones distraídas con el mouse, todo tratando de exprimir un centavo extra de mi intención de leer sobre la última burrada de nuestros amados líderes.

Desde que existe la publicidad en Internet, los «hackers open-todo» quisieron llevarle la contra y existen los ad blockers. Primero en forma de archivos hosts que anulaban las direcciones de los anunciantes, después en forma de extensiones del navegador. Al margen de algunos experimentos en la época en que una Palm era cool, sentí la necesidad de instalar uno en 2007-8 cuando hubo una oleada de anuncios animados con audio que se activaban automáticamente, promoviendo un sitio/app que «calculaba la fecha de tu muerte» (y te suscribía a alguna estafa vía SMS con tu móvil, imagino). Nunca más quité el ad blocker.

Los rendimientos marginales decrecientes se sienten del lado de la publicación también. Sitios que en 2006 podían ser (apenas) rentables con unos miles de visitantes al mes, hoy necesitan mostrar estadísticas de decenas de millones para soportar la estructura que atrae toda esa atención. Google y redes sociales «conspiraron» para cambiar las condiciones de trabajo en esos medios: hay que publicar muchas cosas por día para que Google piense que el sitio es noticioso y lo presente más arriba en los resultados. Muchas notas al día proveen muchas publicaciones en redes sociales, así que hay más chance de aparecer en el momento correcto para ganarse un click. Luego la cantidad fue insuficiente y comenzaron con la psicología: los títulos que ofrecían una lista de items funcionaban porque daban una idea de variedad y amplitud de información, mientras que delimitaban el «esfuerzo» en leer el contenido. Ahora estamos sufriendo lo que alguien llamó «la explotación de la brecha de la curiosidad», que es algo tan bello y especial, que si te lo contara en detalle te sorprendería, llorarías y probablemente cambiarías tu dieta.

Esto no es nuevo, los diarios vienen haciendo algo parecido desde hace un siglo. Desde primeras planas estridentes («¡EXTRA, EXTRA!») para convencerte de comprarlo, a rellenarse con montañas de temas en conjunto irrelevantes para cualquier lector (o tradiciones que no están dispuestos a soltar para no perder páginas) como obituarios, guía de televisión, policiales, sociales, recetas de cocina, horóscopos y suplementos de cualquier tema y color.

Lo que duele es que es bastante evidente a esta altura que el modelo de los diarios no tiene un futuro brillante, entonces cuesta explicar por qué tanta gente se empecina en repetir ese modelo en los medios digitales. Entiendo que las redacciones ya están armadas y el mismo becario que escribe el horóscopo para el papel puede republicarlo online, pero eso de hacer lo mismo y esperar diferentes resultados viene fallando desde que el mundo es mundo.

Por otro lado está el tema de la confianza. Toda esa pasión por la optimización y maximización de ingresos por centavo invertido produce situaciones -inocentes o no- en que el equilibrio editorial que se pregona como la virtud última de medios serios, se arrodilla al servicio de «robarte» un click que deje una comisión. Hay un concepto más o menos viejito, pero que se repitió bastante este último año hablando de los oscuros motivos de Facebook: cuando te ofrecen un servicio gratis por el que un tercero paga, el «producto» eres tú.

Otro día hablamos de las traiciones menos automatizadas, como el columnista que defiende tenazmente al gobierno en su página de opinión, y cuando vamos a su blog personal encontramos mucha publicidad de entidades estatales que, oh casualidad, eligieron anunciarse ahí.

Se construye la Gran Muralla de Pagos

Nadie me va a instalar una estatua por descubrir esto, los medios llevan años explorando vías para compensar la caída de ventas con otros ingresos y el resultado más prominente es la «paywall», que adquiere diversas formas entre cerrar por completo el contenido a quien no paga y abrir un cierto número de notas o algunos sectores del sitio al público, reservando partes a usuarios registrados o pagos.

Pocas cosas me hacen sentir TAN bienvenido como cuando un medio pone delante del contenido «Esta es una de las veinte cosas que te autorizamos leer este mes en el New York Times» (y una de cinco en el caso de un «Boston whatever» que ya no visito). Y mientras que nada me obliga a leerlo, ni nada los obliga a ofrecerme su material gratis, el contexto actual de diseminación de información en redes sociales genera una desconexión entre su -loable, o’course- valuación del producto y la mía. ¿Debo llevar la cuenta yo de los clicks que doy en Twitter para no excederme? ¿Debo suscribirme por las dudas el click número 21 sea realmente el que me va a iluminar la vida? ¿Vale lo mismo seguir diariamente a Krugman que leer sobre un accidente en Queens que mi amigo ciclista puso como ejemplo? ¿Debo pagar una suscripción al WSJ para leer la misma columna de Oppenheimer que aparece abierta al público en el IHT?

Hace poco (creo que Pew Research) publicaron un estudio sobre «la apreciación de los millenials sobre el valor de noticias y medios» o algo así. Una de las citas clave de uno de ellos era «Creo que está mal que pretendas cobrarme por contarme algo que ocurre. Las ‘noticias’ circulan y me llegan; si explotó un edificio en NY me voy a enterar igual, así que no sé cuál es tu razón para cobrarlo». Mi apuesta: su razón se apoya en un modelo obsoleto de cuasi-monopolio en la difusión de noticias y en la apreciación editorial de qué es noticia y qué no, con base a escasez de espacios y restricciones económicas (temporales, «ediciones», papel, etc.) que hoy no tienen el mismo peso gracias a Internet y la disponibilidad de tecnologías superiores de interconexión y difusión de información.

Y digamos que lo que gano suscribiéndome es monumentalmente superior al costo. Supongamos que no me importa ensuciarme las manos y compro los 150 g de papel de un diario gordo. ¿Qué me espera en el interior? Lo mismo que vengo listando: horóscopos, crucigramas, obituarios, policiales, sociales, agro, relleno, relleno, relleno, columnistas con varios patrones, anuncios de entidades estatales (en Latinoamérica el estado es casi indefectiblemente el mayor anunciante y a veces supera el 50% del presupuesto publicitario del mercado) y páginas completas anunciando nuevos modelos de autos que no voy a comprar.

Algunos medios digitales toman una decisión bastante decente y no muestran publicidad a usuarios registrados (que paguen, en general), lo cual me parece muy racional. Además, la pérdida marginal por no mostrar ESOS anuncios es exactamente $0.0000000 y todos felices. Los operadores de cable deberían recordar eso, yo todavía recuerdo cuando en los ’80 postulaban como gran ventaja de la suscripción que no ponían publicidad, por ser un servicio de pago.

¿Dónde estábamos?

Todo esto genera una relación tensa entre usuario y medio. Ser tratado a priori como parásito-freeloader no me predispone bien, especialmente cuando mi «experiencia» gratis está monetizada con tal ferocidad que mi laptop ruge para procesar la cantidad de publicidad animada que rodea un texto de 1000 palabras.

Y en medio de «te prestamos este artículo por un rato, luego vendrás a rogarnos por más», ¿nadie les avisó que el modo de consumo cambió radicalmente? Me espanta que los que consideramos al frente de la exploración de medios digitales (y son los sospechosos de siempre: NYT, WSJ, FT, etc.), si miramos con detalle, siguen suponiendo que 1) yo voy a buscarlos para 2) leer todo de punta a punta o 3) si no, salgo a la calle «desarmado».

No se les ocurre pensar que ese preciado post sobre el candidato a concejal de una ciudad que no habito es uno de los 500 clicks que doy al día en mi circulación habitual por la red. Que los clicks que doy responden en gran parte a lo que mi(s) timeline(s) filtran por mí y a mi estado de ánimo en el momento. Que el consumo de medios no es central a mi actividad y está más concentrado en momentos de ocio (los que VIVEN de eso tendrán sus terminales de Reuters/Bloomberg, yo no).

En marketing se usa mucho el concepto de «share». Share of wallet nos hace pensar en qué es prioritario para una persona, y eso suele dirigir y ordenar sus compras (Maslow, etc.). Share of mouth fue todo un descubrimiento para mí: Coca-Cola no solo compite con Pepsi, también con agua del grifo, frutas y hasta hamburguesas, porque tomarse un refresco quita el hambre -de cualquier cosa- por un rato y con la panza llena de Big Macs no entra tanta Coca.

Con esos conceptos en mente, ¿qué están haciendo los medios para competir por mi cada vez más pobre share of attention? Listas de fotos de gatitos, promesas de emociones exasperadas y si consiguen el codiciado click «Tres más y se te acaba, rata, y mejor dame tu email para mandarte basura o encuentra tú solo cómo cerrar esto que oculta lo que te prometí que leerías».

Nada de eso hace que yo me sienta parte del asunto. La relación del 99.98% del planeta con los medios es casual y creo que estas tácticas pueden tener un efecto paliativo en el corto plazo, mientras todavía queda gente que recuerda el modelo pasado de los medios, y son los mismos que siguen consumiendo papel. A mediano plazo, no nos veo queriéndonos tanto como cuando te admiraba de lejos, NYT.

Quizás haya un modelo mejor

El modelo de capitalismo olímpico™ «Citius, Altius, Fortius» está peleado con las empresas periodísticas. Se discute (¿Jay Rosen?) si deberían tratarse como casos de responsabilidad social empresaria y financiarlas sin esperar ganancias. Nadie duda de lo indispensable del periodismo, pero creo que los esfuerzos por convertirlo en una actividad empresaria rentable han fallado en generar ganancias de largo plazo o periodismo genuino de ética irreprochable. Parecen mutuamente excluyentes.

Me excede por completo resolver ese asunto, pero creo que hay una oportunidad para crear un segmento de medios digitales rentables sin publicidad y con una relación no-antagónica con los lectores.

El título de este post nace de la aparente diferencia de criterio que esa masa amorfa que llamamos «la gente» (esos millenials de unos párrafos atrás, por ejemplo) aplica al valuar el aporte de medios a su vida.

En parte cobijados por alguna definición sesgada de qué es el derecho a la información, y también porque hasta hace un tiempo la publicidad era suficiente y los medios no cerraban sus puertas, estos tipitos -tú y yo- se resisten tenazmente a pagar por medios. Cuando el NYT anunció su paywall «suave», el mismo día aparecieron notas en blogs y foros sobre cómo resetear el contador para seguir leyendo más allá de los 20 artículos/mes que el diario definió como suficientes.

Por otro lado, esa misma gente no duda en pagar por instalarse en un café con su laptop conectada al wifi del lugar. Más de una vez he comprado -corriendo- un refresco solo para pasar sin vergüenza al baño de un café cualquiera.

Así el emprendedor que emplea a 5 personas y renta un local para vender café tiene más probabilidades de facturarle al humano promedio que el emprendedor que emplea a 5 personas y renta una oficina para publicar un medio. La diferencia, creo, está en una percepción de valor desconectada entre los actores en la transacción.

El celo profesional del periodista para investigar información y validar fuentes no se aprecia del otro lado de la mesa. Quien hace de eso la base de su valuación para decidir suscribirse y pagar por un medio, ya está suscripto. Nuestro problema es el restante 99.9999998% de la población mundial, quienes se preocupan poco por quién escribió la nota, y mucho por cómo llegaron a ella, para determinar su valor. El mecanismo social de filtros y descubrimiento le gana al editor sagaz. Y, siendo sinceros, el 95% del contenido de los medios es igual dentro del mismo segmento, a excepción de algunas columnas. Todos los blogs de tecnología (y moda y juegos y diseño y publicidad) hablan del iPhone a coro, todos los diarios repiten las consignas presidenciales sin falta.

Mi respuesta a esto es un medio con diferente estructura. Sin redactores anónimos creando relleno porque no hay publicidad. Menos «periodístico», porque llevo varios párrafos insistiendo que el periodismo no es negocio. Google no juega un papel central en la provisión de tráfico, así que tampoco hay que hacer acrobacias de lenguaje para alimentar iniciativas de SEO. Tan centrado en un tema o tan ecléctico como decidan sus autores, pero sin un mandato que cumplir.

Los autores no son columnistas ni opinólogos/todólogos, ni este es su principal ingreso. Son expertos en algo, con trayectoria profesional de campo. Publican dos o tres veces a la semana. Sus afiliaciones políticas, empresarias, ideológicas son claras. El medio opera como una vitrina y no es necesario usar pseudónimos ni ocultar datos.

Imagina a cinco creativos publicitarios comentando campañas y lanzando ideas al aire. Ahora imagina que cada uno tiene un par de Cannes Lions en su escritorio. O dos ex-futbolistas, con un periodista deportivo y un DT invitado. CEOs de empresas, abogados prominentes, diseñadores, arquitectos.

En cada uno de esos ejes temáticos hay gente consumiendo y publicando opiniones e información que bien puede entender la propuesta de valor de hurgar el cerebro de líderes del segmento y participar en esa comunidad de ideas.

El texto estaría abierto al público, porque al fin el medio es vitrina y queremos que se comparta lo que publicamos. Los comentarios estarían disponibles solo para suscriptores, y se me ocurre que podría ser interesante ofrecer la posibilidad que el autor del comentario defina si quiere que sea visible al público o no (a suscriptores siempre), para tratar temas con algún grado de delicadeza.

La salsa secreta sería un chat o foro privado donde se puede hacer preguntas y ofrecer respuestas, donde los autores/dueños participen activamente y el contenido que se comparte sea relativamente valioso. Que cada medio se convierta en un place to be, como fueron algunos blogs antes de la avalancha de spam y trolls. Que algunos temas del chat/foro se publiquen como artículos y le den mayor exposición a los autores.

Una ensalada gigante entre grupos de LinkedIn, subreddits, blogs y foros, en un espacio (¿Medium?) privado, bajo el control de los autores. Creo que con la mezcla correcta de perfiles de autores, frecuencia de publicación y calidad de interacciones, tiene que haber en toda Latinoamérica, para casi cualquier tema, entre 10,000 y 20,000 personas dispuestas a pagar USD 3 o 4 por mes para sentarse a esa mesa.

He visto a las mejores mentes de mi generación…

…ir a trabajar en optimizar las ganancias derivadas de banners publicitarios en Internet.

Una de las críticas recurrentes que se le hacen a Silicon Valley tiene que ver con la aparente superficialidad de sus actores. Suscribo en parte. Si comparamos rápido, mientras que entre los ’60 y ’80 los avances que surgieron de SV florecieron en torno al hardware y la miniaturización, posibilitando la aparición de la PC y luego haciéndola usable por gente no entrenada vía interfaces inteligentes y software destinado al usuario hogareño, la última generación de emprendedores que habita el Valley parece menos preocupada por resolver los-grandes-problemas-del-mundo y los podemos ver atraídos hacia temas que parecen banales en comparación.

Centenas de millones de personas no tienen acceso a agua potable, pero si se compraran un smartphone podrían usar Uber. La evidencia disponible sobre el calentamiento global sobrepasa cualquier medida, pero capeamos los días de lluvia con Candy Crush.

Mariano Amartino repitió durante mucho tiempo la primera línea de este post. Durante años la «industria» de la publicidad en Internet trabajó para extraer mayor valor de cada par de ojos que se pasea por la red. La cantidad de tecnología en forma de algoritmos, estadística, inteligencia y finanzas que hay detrás de los sistemas publicitarios de Google, Facebook y amigos, comprende el trabajo de hordas de científicos que logran mover millones de dólares en las milésimas de segundo que se posan tus ojos en un anuncio puesto en cualquier página web.

Le tengo malas noticias. Si eso parecía poco loable frente a los desafíos disponibles, ahora tenemos un nuevo límite inferior: Silicon Valley quiere tener voz y voto en el negocio de la marihuana, ahora que en USA se mueven hacia la legalización.

Mientras tanto, seguimos midiendo hasta dónde va a llegar el agua del mar cuando se derritan los polos.

Pero ¿quién soy yo para definir qué hacer primero?

DineroMail y la confianza destruida

Definición de SPAM para educar a DineroMail: Si una empresa desconocida te manda ofertas, es SPAM.

Definición de SPAM para educar a DineroMail: Si una empresa desconocida te manda ofertas, es SPAM.

Por deformación profesional, curiosidad inagotable y hobby relativamente rentable, sigo con atención el sector de pagos vía Internet en Latinoamérica y por eso las burradas que hacen algunos de los actores me llaman especialmente la atención.

Desde un tiempo atrás, comencé a recibir spam de DineroMail. Más específicamente Email Comercial No Solicitado (UCE en inglés). No tengo una relación comercial con DineroMail, no uso sus servicios para vender nada, ni tengo cuenta con ellos para comprar, como sí tengo en Paypal. Resumen: sorpresa.

Como tengo esta obsesión ya expuesta por saber quién vende mis datos y así caché a Buró de Crédito vendiendo sus bases de datos, al instante tuve idea de qué pasó: la única vez que interactué con DineroMail, fue para pagar una multa en Argentina. Una dependencia del Estado Argentino usa los servicios de DineroMail para cobrar vía tarjetas de crédito. Al momento del pago, ingresé una dirección de correo especialmente creada para ellos (ver imagen arriba) y a esa dirección llegó el spam.

El CM de DineroMail en Twitter no tiene idea de qué habla

El CM de DineroMail en Twitter no tiene idea de qué habla

Si usas DineroMail para vender y cobrar, es necesario que sepas que tu «socio de negocios» va a enviarle spam a TUS CLIENTES. Si no eres usuario y accidentalmente te cruzas con ellos porque alguien más decidió usar sus servicios, vas a recibir spam de parte de un tercero desconocido con quien no guardas ninguna relación.

Esa avaricia irresponsable típicamente tercermundista, fruto de legislación atrasada y sensación de impunidad, que hace elegir las peores prácticas de negocios disfrazadas de «growth hacking»: DineroMail le cobra al vendedor por cada transacción que se hace, y además, en lugar de ser invisible como proveedor de plataforma, se pone al frente ENTRE el comerciante y el cliente para conseguir una línea más en su base de datos. Vergonzoso.

Vergonzoso para mí, que todavía me sorprendo y cuento con reservas de vergüenza ajena. Las respuestas de su «portador de password de Twitter» fueron de una arrogancia y falta de empatía que pintan de cuerpo entero el estilo de la empresa para llevar adelante sus negocios.

DineroMail se apropia de la relación que con trabajo construye un comerciante en línea con sus clientes. Y si se lo permiten, se roba los datos que uno entrega cándidamente «al Estado» (ese extraño enemigo). Si hay algo para aplaudir en todo esto, son los huevos de acero de los responsables o el blindaje de sus oficinas.

Se trata de Internet, no hay otros temas

La mitad de la población mexicana cuenta con medios de acceso a Internet. Este porcentaje se duplicó en 7 años (según recuerdo vagamente) y no dudo que llegaremos al 100% de cobertura en menos de 7 años más.

Ayer mientras el senador Javier Lozano mentía diciendo que se habían eliminado restricciones a Internet en el proyecto de ley de Telecomunicaciones y bajaba un poco la ansiedad de los que protestaban contra esas restricciones, se elevaban voces que insistían «Internet es solo una parte, la #LeyTelecom tiene muchos otros defectos».

Les cambio todos los otros defectos por que dejen Internet en paz.

Si aseguramos que no haya interferencia con la red y siga siendo el terreno fértil para la creatividad y educación que ha sido hasta ahora, ganamos todos.

Claro que no todo son flores, hay bastante basura, pero ya tenemos leyes para lidiar con la basura. El Subsecretario de Comunicaciones usaba uno de los comodines favoritos de los «guardianes de la corrección», la pornografía infantil (el otro es el más genérico «seguridad» que siempre surge cuando no te quieren explicar algo), para explicar que era necesario incluir provisiones de geolocalización de ciudadanos, bloqueo de servicios y censura de contenidos, todo sin ningún requerimiento de intervención judicial, en el proyecto de ley.

¿No hay ya leyes que castigan la producción, distribución y acceso a pornografía infantil? ¿Así de atrasados estamos en México? ¿O simplemente están repitiendo la muletilla porque quieren montar su propia NSA que todo lo ve y lo puede, a la par de cagarse en los derechos de los ciudadanos? «Queremos monitorear la ubicación de todos y que los ISP guarden registro de todo para que si a alguno se le ocurre ver una foto de un menor, lo cachemos». Ok, también pongan cámaras en cada calle, cada casa, cada habitación y cada baño, porque seguro alguien tiene las mismas fotos impresas.

Joden con Internet para preservar el negocio de sus grandes amigos, los medios masivos, a quienes les deben su trabajo. Otro de los «defectos» del proyecto de ley es que no ataca el monopolio Televisa-Azteca en televisión. Sí, son dos, pero es un oligopolio donde los únicos 2 participantes son socios en negocios de enorme importancia, suficiente como para que coordinen sus restantes actividades.

Imaginemos que perfeccionan el texto de la ley y rompen con el monopolio. ¿Cuántas más cadenas de TV abierta habría? ¿Otras dos, con dos canales cada una? Sumamos 96 horas de programación por día, si pusieran contenido original 24×7. La última estadística de Youtube que recuerdo dice que POR MINUTO se agregan 65 HORAS de contenido a la red.

Dejen que Televisa y TV Azteca se queden con su monopolio. Dejen que sigan produciendo basura 8 horas por día. En cinco o diez años van a implotar, cuando más gente prefiera entrar a Khan Academy o a pendejear en Facebook chateando con amigos que a ver la última novela actuada por marionetas y escrita por tipos en coma. Dejen que la misma MPAA le joda la existencia, haciendo que las películas lleguen 2 años tarde a la pantalla para su «estreno».

Imagino las horas de lobby insomne para que no incluyeran criterios de accesibilidad para personas con discapacidades en el texto del proyecto. La cantidad de reportes financieros con los nuevos costos mostrando que los márgenes se reducirían un 1% y eso es inaceptable.

Otra vez pensemos que la ley «se perfecciona» y logran imponerles alguna obligación a las cadenas de TV. Closed captioning o lenguaje de señas, etc. ¿Crees que eso compite con las posibilidades de Internet, donde el contenido se puede procesar con mayor libertad, sin estar preso de las limitaciones de un dispositivo como es el televisor? ¿Pausar, comenzar de nuevo y probar otros estilos/proveedores/idiomas de subtítulos? ¿Cargar solo el audio en el teléfono y salir a caminar?

Parece mentira que tantos años después tengamos que seguir explicando que Internet es el futuro y tratar de ponerle grilletes solo consigue que florezca más fuerte en otras direcciones.

El Estado, ese extraño enemigo

Estado y ciudadano son entes antagónicos. ¿Y el Gobierno? Solo una jauría de mercenarios contratados para lidiar con toda la basura que como burgueses delicaditos no queremos ver o no sabemos manejar.

Mientras Estado y Gobierno gastan ingentes cantidades de dinero (en sus mejores amigos, los medios masivos) intentando hacernos creer que «Todos somos México» o «Juntos podemos todo» en las aperturas de mundiales y juegos olímpicos, con la mano izquierda pasan leyes que sistemáticamente perjudican los intereses particulares, en pos de perpetuar su estancia en el poder, la impunidad en caso de una transición, o si fuera posible, ambas opciones, que para eso están los políticos de oficio.

Cuando las tribus nómades delegaron poderes en el consejo de ancianos, la razón era evidente: esos viejos habían visto todo. Eran los que sabían dónde ir a cazar según la temporada y también los que habían visto ríos desbordados regresar a su cauce sin intervención divina (o con, ellos saben más). Los viejos eran tíos de varios y abuelos de casi todos, así que resultaba fácil confiarles las decisiones que afectaban a la tribu completa.

El Estado moderno es la versión estructurada y reglamentada de ese consejo de ancianos, al cual con el paso del tiempo se le fueron asignando más atribuciones y responsabilidades, principalmente por voluntad de los que viven de ser parte del Estado, y no por deseo o necesidad específica de la gente. Esa línea de comportamiento sigue incontestada desde que arrancó, porque el ser humano es un chimpancé flojo dispuesto a sacrificar cualquier valor abstracto como libertad o privacidad con tal de no tener que hacer una fila en una oficina pública.

Que el Estado como entidad exista está bien, porque estos chimpancés huevones se preocupan por cosas que les son cercanas y no tienen perspectiva para «los grandes asuntos». Así nadie se preocupa mucho por hacer que se respeten las fronteras, hasta que te toca pedir visa para visitar a tu abuela; y si no me crees, fíjate en la solidaridad de los otros conductores cuando compartes una esquina con otros 20.

El ideal constitucionalista latinoamericano de 1850, cuando medio mundo andaba buscando textos para imitar, dicta: el poder fluye de abajo hacia arriba, el ciudadano es rey, los estados son soberanos y delegan en la Federación (o República, dependiendo del punto en el espectro donde se posen) una serie de atribuciones y responsabilidades bien reglamentadas para «proveer al bienestar general» y otras pastillitas de opio p’al pueblo.

De ahí a donde estamos, podríamos decir que en Latinoamérica le debemos dar las gracias a los militares, tiranuelos y dictadores «democráticos» en el caso del PRI en México, pero el fenómeno es mundial: nunca en la historia un gobierno derogó leyes proclamadas por sus predecesores, cuando estas leyes quitaban derechos al pueblo o extendían la injerencia del Estado.

Estado y ciudadano son entes antagónicos. El Estado es un mal necesario, una eficiente aspiradora de recursos que después consume de la peor manera. No somos amigos. No SOY el Estado. Y mucho menos el Estado usa MI dinero, como vociferan algunos trasnochados. Una vez transferido vía impuestos y otros atracos, es del Estado y con él hacen lo que les viene en gana. Nunca vas a zafar de una paliza policial esgrimiendo que tu dinero les paga el sueldo, solo te vas a amargar más creyendo que los toletes se compraron con tu impuesto predial.

¿Ya te agarró el miedo? ¿Ya te das una idea de la magnitud del problema? Con el discursito de «el Estado eres tú» hay una oligarquía que dicta las leyes que regulan los impuestos que pasas a deber para pagarles sus sueldos, viáticos y la redistribución de riquezas a una serie de amigos que resultan siempre ser los mismos, no importa quién gobierne. Todo mientras una parte de esa oligarquía produce TV que sirve de relleno entre los anuncios de «siéntete bien, entre todos construímos esta carretera, pero solo se la pagamos a ICA».

Votarlos o no, no hace nada. La oligarquía está preparada para la transición. Con doce años en México, me bastaron los primeros tres para conocer a todos los actores políticos, que hoy siguen siendo los mismos, salvo un par de novatos como Manuel Velasco que no había nacido cuando llegué. La sangre no se renueva en esos círculos, se recicla.

Un pueblo dormido hace un Estado tranquilo y eso es perjudicial para el individuo. Hay que votar, porque esa es la señal que entienden, pero apenas los votaste, hay que monitorear. Votarlos y odiarlos en el mismo acto de expresión política, de responsabilidad cívica. Exigir transparencia y ejercer los derechos a información para exhibir los comportamientos turbios. Informarse porque ese también es un deber cívico, más importante que respetar los semáforos o la investidura de la que ellos mismos se burlan.

Joderlos por joderlos, porque demasiado poder ya les dimos. Ahora que no sea gratis. Que trabajen para mantenerlo.

Buró de Crédito y sus bases de datos vulnerables

Alguien usa las bases de datos de Buró de Crédito para mandar mensajes de phishing de un banco del que no soy cliente. No sé cómo las consiguió, solo sé que un desconocido me está enviando email a una dirección creada exclusivamente para Buró de Crédito y NUNCA usada en otro lugar.

Hace muchos años, cuando descubrí que se podían crear infinitas direcciones de email (alias) apuntando a una sola cuenta real, tuve la idea ociosa de usar esa posibilidad tecnológica para descubrir quién comerciaba con mis datos personales. Desde más o menos 2002, cada vez que una empresa me pide una dirección de email, siempre les doy una dirección que incluye el nombre de la empresa y apunta a mi cuenta «catch-all» en Gmail.

Como efecto colateral, es muy fácil filtrar y bloquear a empresas como Bancomer y Telmex, que envían email sin posibilidad de opt-out y sin jamás haber preguntado si lo quería recibir.

La cosa es que desde hace unos meses vengo recibiendo mensajes como el de abajo enviados a burodec@midominio, que es una dirección creada una vez que consulté las bases de BdC para ver si había algo en mi reporte. No es al azar. Tampoco es «una de  las entidades proveedoras de información», como les gusta repetir sordamente en Twitter.

Phishing a datos de Buró de Crédito

Phishing a datos de Buró de Crédito

Alguien tiene acceso a las bases de datos y las vendió o las usa.

Bonus track: a la dirección que usé para registrarme en Starbucks, la usa el gimnasio Energy Fitness para enviarme spam. No saben qué pasa con sus sistemas, pero con qué alegría piden hasta el calibre del vello público los cabrones.

Sobre startups, buzzwords, incubadoras y optimismo

Y no necesariamente en ese orden.

El jueves pasado publiqué un artículo en ALT1040 donde doy un vistazo al panorama emprendedor tecnológico de México. Fui bastante duro en algunas apreciaciones, generalicé bastante en todas, pero estoy contento con las reacciones que desperté, 99% de acuerdo en todo o parte, 100% de acuerdo en que son temas que hay que tocar para que no se nos pierda de vista que falta mucho todavía.

De todas las respuestas, la más extensa y meditada fue la de Eme Morato en StartupBuzz.la, donde recorre más o menos en orden las ideas que expresé, cosa que ni yo hice mientras escribía. Voy a tratar de responder a lo que me parece impreciso y seguro me voy a desviar, pero en general coincido con todas sus propuestas, así que mejor ir a leerlo y regresar.

¡Soy optimista!

Es lo primero que quiero aclarar. Creo a ciegas en el tremendo potencial de México para convertirse en un polo tecnológico y de innovación. Mi postura «negativa» es hacia el sistema educativo y el entorno cultural actual de México: quien quiera convertirse en un líder de pensamiento e innovación, deberá hacerlo A PESAR de la educación que él y sus padres recibieron. En México hay humanos con un potencial infinito, como en el resto del mundo. También hay condiciones económicas que pueden colaborar con la concreción de ese potencial, a la par que el entorno cultural y educativo conspiran activamente en contra de ello, como otras veces intenté hacerlo notar.

Si me preocupo por las condiciones actuales es porque el futuro también me entusiasma y quisiera ver un camino más claro, vía la unión de fuerzas oficiales y privadas para allanar ese camino.

¡Y hay un montón de talento!

Ser la economía número 13 o 14 del mundo según a quién le pregunten, no ocurre en un vacío. Mucho de eso está atado al petróleo o la manufactura y el comercio exterior, pero sería miope pensar que no hay «derrama» de esos talentos de producción, management y otras áreas de negocio hacia el resto de la economía.

Lo que ocurre, al margen del porcentaje marginal de gente que sale top of the class de una universidad elitesca, con un par de cursos o intercambios en otros países, es que es tan grande el porcentaje de talento incompleto del que hablo en el artículo original, que afecta negativamente el desarrollo del potencial innovador tecnológico conjunto de la economía.

Esto viene de múltiples experiencias vistas y vividas en las empresas que participé: las referencias culturales «generales» tienen influencia en las estructuras de pensamiento y pueden ser decisivas en la capacidad de interacción de un individuo, complementando o disminuyendo su capacidad de desarrollar tareas complejas de manera autónoma y de trabajo en equipo. Piensa en ello la próxima vez que te preguntes «¿Por qué tengo que estar explicando algo tan básico, en primer lugar?» como yo lo estoy haciendo en este instante.

Di NO a Lean Startup como sustituto de un cerebro

Lean Startup, para quien no conoce el tema, es una tecno-religión cuyo postulado más visible es que al momento de conformar una startup y su oferta, en lugar de quemar toda la energía disponible en un solo disparo (por ejemplo encerrándose 6 meses a desarrollar software antes de lanzarlo), hay que ir dando pasos más pequeños y manejables, testeando cada avance contra un hipotético mercado, para asegurarse que no se está incendiando dinero ni energía. Como diría cualquier abuelo: en resumen, no ser un imbécil con el dinero,  tiempo y esfuerzo de los socios.

Es claro que guías como LS sirven y allanan algunas porciones del camino, pero los humanos se radicalizan y comienzan a rezarle a San Eric Ries como si fuera la respuesta a todas las preguntas, hechas o no. Tengo varias observaciones sobre esto:

  • Tiendo a desconfiar de los que proponen recetas mágicas para empresas, y viven de los libros y presentaciones que dan. Mejor habla de lo que haces, no de lo que crees saber. Prefiero correr el riesgo de equivocarme alguna vez, antes que resignar este principio.
  • Aunque Morato está 100% en lo cierto: es la aplicación del método científico a la decisión de desarrollar una aplicación con determinadas funciones o no, eso suena grandilocuente. Lo llamemos compendio de sentido común, y reconozcamos que Dale Carnegie ya ganó el premio a las obviedades impresas diciendo «si quiere relacionarse mejor con los humanos, apréndase el nombre de su interlocutor».
  • Este tipo de cosas  son «muletas» artificiales que se vuelven redundantes cuando se eleva el nivel de educación promedio del mercado. Si a cada persona que quiere poner un negocio le tienes que explicar que no tiene que ser idiota con el dinero, hay un problema a largo plazo en toda la economía.
  • Cuenta la leyenda que cuando hacían la investigación de mercado que regiría la comunicación de la línea de faxes de Xerox, la respuesta unánime fue que nadie quería mandar cartas por teléfono. Henry Ford dicequedijo «Si le preguntas a la gente qué quiere, te responderán que un caballo más rápido.» Yo sigo sin querer que fotos mías reciban likes de ex-compañeras de escuela de mi esposa, pero ahí está Facebook. Hay ideas que resisten todo intento de exploración con el público, mientras que hay otras imposibles de redimir, no importa la cantidad de iteraciones que intentes.
  • Supongamos que después de varios ciclos de ensayo y error, se llega a la conclusión que no había un negocio viable atrás de las intuiciones de los emprendedores. La lógica dicta que uno guarda los instrumentos, regresa a cero, piensa en otra cosa y, si la energía subsiste, comienza de nuevo. El mensaje que más veces escuché en los últimos años es «¡PIVOTEA!», que es un anglicismo usado para «Haz otra cosa, no te salgas de la vorágine, sigue en el juego, aunque tu primer intento se desmoronó hace 5 minutos, ya que tienes la boca abierta grita algo y cambiemos de rumbo.»
    • Entonces terminas haciendo el enorme esfuerzo y sacrificio personal que implica montar un negocio de cualquier tipo, para algo que no estaba en tus intereses originales. Un proyecto que comienza para hacerle la vida fácil a los dueños de iguanas se transforma para proveer estadísticas a laboratorios de productos veterinarios, o algo peor. Soul sucking.
    • Según quienes emiten la mayor cantidad de loas a los proyectos pivoteantes, la presión para pivotear viene de quienes ya tienen dinero puesto en el proyecto, llámese incubadora o inversor ángel: «Qué bien que no incendiaron la plata en esa idea fumada, ahora vayan a armar algo con mejores perspectivas de darme un exit

Endeudarse vía inversión externa

Una de las ventajas de tener 21 años de experiencia en el mercado es que mucha gente intuye que sabes de qué hablas, pero ese no fue el caso de la explicación sobre cómo las incubadoras no dan un préstamo, sino es una inversión en toda regla, etc.

Vamos paso a paso, porque  parece que falta un refresher. Además, me gustaron los bullets del apartado anterior.

  • Las incubadoras, aceleradoras y fondos de capital de riesgo son intermediarios financieros en general (hay excepciones). Reciben dinero de varias fuentes, con el mandato de invertirlo en proyectos de alto potencial de crecimiento y eso es equivalente a alto riesgo.
  • Por el momento de inversión y lo volátil del valor futuro, compran un porcentaje de la compañía muy barato. Digamos 10% por USD 20,000.
  • Cuando 3 años después la empresa explotó y se vende por USD 10,000,000, les debes USD 1,000,000 por su 10% de acciones (dejando de lado dilución y otros matices de la vida accionaria).

De lo que se desprenden algunas conclusiones:

  • Primero, por su condición de intermediarios financieros, tienen su propio conjunto de motivaciones, que no siempre coincide con los de sus incubados. Ejemplo: 500Startups cobra USD 6,000 por fundador por empresa y USD 3,000 por no-fundador, y si estás en NYC te cobran renta mensual por la oficina. Toma esta plata, creemos en tí, acá está la factura por nuestros servicios de incubación, nos debes USD 15,000 ya mismo. Sé de otra incubadora en el Cono Sur que formatea sus «term sheets» de manera que la inversión es efectivamente un crédito de condiciones más o menos duras. Te vaya como te vaya, les debes dinero desde el día 1.
  • Segundo: al momento de entrar en un proceso de incubación, el espíritu general es «Tienen una buena idea, la exploremos. Renuncien a sus trabajos y tomen esta plata para pagarse un sueldo básico así se concentran 100% en desarrollar el software/servicio/negocio. Mientras lo hacen, nosotros traemos a gente sabia para que los oriente y les organizamos la presentación en sociedad cuando estén listos.» ¿Eso vale un millón de dólares? Es evidente que si la diferencia está entre existir y no existir, sí. Pero si tienes unos años de experiencia y algo de dinero ahorrado, ¿no prefieres quedarte con ese millón y juntar los 20,000 de «inversión» de otra manera?
  • Y si no logras dar en el clavo, ¿vas a ponerte a hacer otra cosa con tal de mantenerte dentro del «ruido»? (esto engancha con el «pivot»).

Resumiendo, todos estos inversores cumplen una función en el mercado y han sido cruciales para la existencia de empresas que hoy admiramos de una u otra manera. Pero no son el tío bonachón que te pasa un billete para que lleves a tu chica a un mejor restaurant. Son actores financieros, con férrea intención de producir un retorno, a quienes (por supuesto que no todos operan igual, pero como imagen-shock sirve) pasas a deberle un porcentaje del valor futuro de tu empresa, mientras que ellos te facturan hasta por el kilometraje del mouse, le cobran a los proveedores de fondos un porcentaje de lo que ejecuten y ganan una cantidad interesante de dinero aunque el valor global de los exits sea $0. Algo alejado de la definición de socio en mi diccionario.

Un comentario que recibí en el artículo original ilustra esta desconexión entre el discurso de amigotes y la realidad del comportamiento de las incubadoras/fondos: yo propongo un modelo de autofinanciamiento al final y Guillermo me responde «generaciones de hombres de negocios atras construyeron sus imperios asi, nuestra generación quiere aprender también con esta oportunidad enorme de los fondos en México.» Ergo: estos fondos están poniendo dinero para que yo, joven y entusiasta, me eduque. Mientras que yo podría disfrazarme de hippie y aplaudir que ese perverso dinero capitalista se consuma en educación de jóvenes con espíritu emprendedor, creo que hay mejores formas de adquirir el conocimiento que firmar contratos redactados por los abogados de ellos. Se mire por donde se mire, no es una relación equilibrada.

No todo lo que brilla es un cheque en blanco

Cuando escribí en 2010 que sobraba dinero, pero faltaban emprendedores con ideas claras y rentableshabía USD 400,000,000 disponibles para inversiones de riesgo en México y no sabían a quién dárselo. El que pone sumas de esa magnitud en el mercado, espera ejecutar las inversiones, porque de no hacerlo se tragaría un alto costo de oportunidad por tener el dinero inactivo (simplificando).

Hoy, gracias a esta «fiebre emprendedora» que nos ocupa, sospecho que hay muchas más receptoras de inversión que se dieron a conocer o surgieron para capturar oportunidades, y suponiendo que los inversores no huyeron despavoridos, digamos que la cifra disponible aumentó 25% a quinientosmillonesdedólares. Yo no tengo datos suficientes como para escribirlo en piedra, pero lo dejo acá: ¿a alguien le parece que en México hubo ese volumen de inversión de riesgo en startups en el último par de años? ¿No creen que se notaría bastante más? Cualquier dato será bienvenido.

Ya me voy

Morato describe bien mis intenciones en algún párrafo: es deseable que en México se desarrolle un ambiente favorable a los emprendimientos tecnológicos, para encauzar la energía y el talento actualmente disponibles en el mercado y generar más de ambos. Contamos con ejemplos como el de Silicon Valley para extraer ideas que nos sirvan y evitar las partes indeseables. No es necesario clonar el modelo, porque no somos clones de USA, ni de California, ni hicimos lo mismo en las 6 décadas de desarrollo de SV. Mi obsesión particular: que en el camino de armar esto no se nos olviden los cimientos educativos, que son una bomba de tiempo para las capacidades de innovación y desarrollo de negocios tecnológicos de México. Hagamos que nuestros jóvenes se desarrollen apoyados en un sistema que los favorece y amplifica, en lugar de uno que hay que sacarse de encima rápido para que no interrumpa la educación.

Ya está, no jodo más. Terminé escribiendo más que para el artículo original. Esto es lo que creo, no puedo escribir algo sin mi personalidad y preconceptos inmiscuyéndose entre el dedo y la tecla. Si le sirve a alguien, me alegro. Si me equivoco, hay espacio para responder abajo. Si opinas diferente, yo opino diferente y acá lo puse.

Basta de mendigar tweets

En este momento tengo dos campañas dando vueltas por mi pantalla en Twitter: una busca que la gente use el hashtag #donounasopa para que Knorr Argentina done un plato de comida por cada uso al Banco de Alimentos de la ciudad de Rosario (ACLARACIÓN: Red Argentina de Bancos de Alimentos que integra a Bancos de Alimentos de todo el país, incluyendo el de Rosario); la otra busca que la gente mencione muchas, muchas, muchas veces a iZettle, una empresa de pagos electrónicos que llegó a México y aparentemente quiere darse a conocer regalando un iPad con un criterio medio arbitrario.

De iZettle ni voy a hablar, porque me parece tan patética como la oleada de estupideces que aparecen en Facebook y arrancan con «Yo sé que al 97% de mis contactos el cáncer de la tercera tetilla en la población de Senegal no le importa…».  Y no, no nos importa.

¿Y si nadie #donaunasopa, qué pasa? ¿Knorr Argentina se guarda la plata? El Banco de Alimentos se queda sin fondos? ¿Por qué yo tengo que cargar YO con la presión de asegurarme que por lo menos UN plato de comida les voy a exprimir a esos hijos de puta que no son capaces de hacerlo motu proprio?

La respuesta que recibí cuando pregunté si no había mejores maneras de hacerlo fue «así todo el mundo hace un gestito para ayudar», cosa que parece bienintencionada, pero sigue siendo árida en términos de esa sensación de responsabilidad compartida.

Tengo una idea mejor. Knorr Argentina es una empresa enorme, con ventas en millones de dólares anuales y presupuestos monumentales de publicidad, que nos han deleitado con canciones de Jorge Drexler y producciones emotivas que buscan establecer un lazo emocional entre el sodio y la audiencia.

Se me ocurre que Knorr podría usar su presencia en el retail y su poderío económico para establecer puntos de recepción de donaciones, donde cualquier persona puede ir y hacer una donación en dinero o especie al Banco de Alimentos, que será duplicada por Knorr. Usemos la capacidad de comunicación de la empresa para dar a conocer la campaña, en vez de anunciar que el packaging cambió de color y con un tercio de sal sus sopas saben igual. Usemos Twitter para difundir los puntos de recepción, pongamos fotos en Facebook de la gente donando, usemos Foursquare para que se vea dónde va más gente.

Algún día esto va a ocurrir, y el infarto no me lo cura nadie. Mientras tanto, no me obliguen a dejar de seguir gente porque creen que un hashtag o un puto retweet equivalen a HACER ALGO.

Muera Aerobus

La experiencia más indigna e indignante que viví en un viaje se la debo a Viva Aerobus. Y no fue una cuestión de impericia de empleados mal seleccionados o entrenados, sino a un comportamiento deliberado incitado por la dirección de la empresa con el objeto de exprimir dinero ex-post a los pasajeros.

Porque uno conserva algún rastro de fe en la humanidad, y supone que la reacción natural de un empleado aeroportuario que se encuentra con una pareja portando a un bebé de pocos meses y todos los accesorios habituales, es facilitar un poco el trance y sacarse el paquete de encima lo antes posible, para atender al resto de la manada de viajeros.

Entonces cuando me explicaron que yo tenía que abordar al último en un vuelo que salía -tarde- de Cancún porque no había comprado el paquete de abordaje express para pendejos desorientados, entendí que había instrucciones específicas de arriba para que los empleados no se porten como personas, y pase a formar parte de la aspiradora de dinero que la compañía pone al frente de sus clientes.

Esta semana Viva Aerobus está en el teclado de todos por dos incidentes: en Monterrey demoraron o cancelaron un vuelo, y el personal en tierra demostró tal desprecio por el inconveniente que provocaban a los pasajeros que esperaban abordar, que algunos de estos se despojaron de todo rastro de civilización para golpear a un empleado que les sonreía burlonamente desde atrás del mostrador.

El segundo fue que una senadora prepotente llegó 9 minutos tarde al cierre de su vuelo y no fueron capaces de hacer la única excepción a la vista -ya que uno de los empleados documentó el intercambio en video- que era necesario hacer para lograr la satisfacción de ese cliente en particular. La senadora Luz María Beristain se portó como una auténtica bazofia de persona, exhibiendo su posición y argumentando imbecilidades ante la férrea negativa de los empleados de comportarse como el resto de las empresas. Yo he llegado a mostrador 15 minutos antes del despegue del avión y si el empleado está de buen humor, vuelas.

Lo loco detrás de todo esto, y más allá de las actitudes deleznables tanto de los pasajeros violentos como la senadora estúpida, es la vileza del accionar de la empresa, que busca todo resquicio posible para aprovecharse de su situación de poder y actuar en contra del pasajero.

No hay NADA en el comportamiento de Viva Aerobus en su interacción con clientes que nos de la sensación de estar ante un intercambio justo. Cuando uno intenta comprar un boleto en línea, una vez que se acuerda el precio por tramo y el costo total del viaje, aparecen una tras otra pantallas con «ofertas especiales» y «upgrades» con items preseleccionados que si uno no revisa cuidadosamente, acaba por pre-pagar estacionamiento que no va a usar. Cuando se compra por teléfono, el lenguaje de los operadores es confuso y no terminan de dar precios sin antes listar «opciones» que terminan haciendo el proceso de compra poco confiable.

Te venden cosas estúpidas como «pasar rápido en la fila de check-in» y los asientos no están numerados, así que hay que subir y buscar las pasajeras viejas y débiles para pelearles el lugar y poder sentarse una pareja más o menos en el mismo sector del avión.

Al cierre de check-in, mientras otras aerolíneas «rescatan» pasajeros de la fila para moverlos a un fast track, ellos simplemente cierran y revenden los boletos, sin reembolso ni consideraciones excepcionales.

Al momento de enterarnos de varios de estos entripados, por la exposición que tuvieron en estos últimos días, también descubrimos que el personal de tierra no es empleado de la empresa, sino que pertenecen a Menzies, una tercerizadora. Imagina qué lazo y compromiso serán capaces de mostrar esos terceros ajenos, con la imagen de la empresa o la satisfacción del cliente.

Y antes que alguien esgrima el «está todo explicado en las condiciones del boleto», la mayoría de las aerolíneas incluyen las mismas condiciones, son estándares estipulados globalmente, el asunto está en quién intenta acercarse al cliente y quién intenta ordeñarlo. Cuando los vuelos salen tarde o directamente no salen, nadie recibe compensación, y el camino para hacer un reclamo es DELIBERADAMENTE tortuoso.

Sigo pensando que bajarle los dientes a los empleados es una muestra de debilidad cívica y falta de autocontrol. Pero no me vengan a decir que NUNCA se les ocurrió. Yo me quedé con las ganas de meter astillas de bambú bajo las uñas de sobrecargos de Iberia, chicos de mostrador de Aeroméxico (y a su área de sistemas completa) y a todo Continental. Mención especial para los responsables de catering de Air Memphis. A Viva Aerobus le deseo una quiebra rápida y hemorroides vitalicias a los genios que diseñaron el modelo de negocio.

Kintsukuroi o la vida rota queda siempre más linda

Uno no viene listo para enfrentar los desafíos de su tiempo. Toda la información que recibimos de chicos, viene de gente que tampoco estuvo lista para los propios.

Los da Vinci, los Tesla, Arquímedes y Jobs nos parecen adelantados, visionarios, cuando son simplemente personas que saben descifrar el presente y apropiarse de las posibilidades que tienen al alcance de la mano. Viven intensamente el hoy y se nutren de su entorno, porque si realmente vivieran en el futuro, todo su legado estaría en páginas de libros discutibles.

Aunque parezca una sobresimplificación, no deja de ser un don supremo que nos está vedado a los mortales rasos. Lo mejor que podemos hacer es descubrir esa carencia -o esas posibilidades- cuanto antes, para cambiar con un poco de suerte y viento a favor, el rumbo de nuestras vidas.

Y para intentar explicar por qué arranqué tan etéreo, creo que conviene viajar un poco al pasado.

En los alrededores de mis 5 años de vida, entre algunos ataques de asma y la ausencia suicida de toda prestancia futbolística, desarrollé una pasión voraz por la lectura, sabiamente alimentada por mis padres, que como gran porción de la clase media argentina veían en la cultura el camino más noble hacia la movilidad social.

Ese gusto por la lectura devino también en una visión un poco torcida de la realidad: más de una vez choqué contra el frío mundo (o los fríos nudillos de algún compañero de escuela) porque mi visión literaria de cómo debían ser las cosas no coincidía con cómo eran.

Llamémosle sensibilidad artística, y dejaré entrever que pasé mis años de secundaria y algunos de universidad soñando algunas historias fantásticas y escribiendo poesía de la que no me termino de avergonzar, por no-muy-misteriosas causas. Eso sí, para el teatro, la música y «las artes visuales» como aglutinador de las restantes musas, soy de piedra.

Me he quejado amargamente ya de haber dejado de leer. Lo que aprendí a ver hace poco es que también había dejado de soñar. En algún momento entre 1992 y 2000 pensé (o dejé que fuera pensado en mi lugar) que había que ser práctico, asegurarse un futuro tanto como se pueda y amoldarse a varias ideas preconcebidas de «carrera», «profesión», «vocación» y «éxito».

Acá estoy, con un título de Contador Público que me acercó muchas ventajas prácticas con el correr del tiempo, pero ninguna revelación estremecedora sobre mí mismo. Desde antes de comenzar la universidad yo trabajaba con computadoras y ese fue realmente mi primer amor profesional, pero cuando me tocó elegir la carrera, pensé que estudiar algo relacionado al campo de cómputo era más o menos limitante (1992 en Córdoba, Argentina), versus la posibilidad de conocer las tripas de la operación de empresas y negocios de cualquier ramo.

Lo suelo presentar como una decisión mega-inteligente tomada por un jovenzuelo en extremo maduro para su corta edad, pero -a la distancia- parece más una forma poco sexy de acomodarme a mi entorno que una epifanía.

Que no suene muy dark: he tenido una suerte monumental. Durante toda mi carrera profesional fui el tipo correcto en el momento justo y me funcionó a la perfección. Acepté ofertas e hice apuestas que siempre salieron bien para mí. La cosa es que casi nunca lo hice con amor. Se trataba más de no decir que no a buenas oportunidades que de seguir al corazón.

Cuando uno tiene un hijo, toda la vida cambia. Y Lucca en particular llegó con algunos desafíos extra, que nos costaron mucho en insomnio, tiempo de adaptación y todavía estamos aprendiendo a acompañarlo y allanarle el camino hacia el futuro. Nos paga con sonrisas y sueños brillantes, es un trato justo.

Kintsukuroi

Kintsukuroi

Entonces un día, al azar, me encontré con el concepto de kintsukuroi, que significa «reparar con oro». Es una tradición japonesa, que consiste en reparar objetos de cerámica con una laca que contiene oro o plata, como en la foto. El trasfondo tácito de la tradición es que el resultado es más bello por haber estado roto.

Este futuro que con Bárbara construimos para Lucca, y tooodos esos sueños brillantes que nos regala, son kintsukuroi. No sé predecir el futuro, pero a alguien con semejantes sonrisas solo le esperan cosas buenas.

Volviendo a mí, la cosa es que llevo 21 años desde que conseguí mi primer trabajo y cada vez que me toca recorrer esa historia, lo hago con más distancia, como si estuviera hablando de otro. Todas esas decisiones racionales, convenientes y rentables, tuvieron un «costo de oportunidad» en términos de las nulas ganas que tengo de repetirlas, por ejemplo.

Pero no TODO va tan así, según descubrí hace poco. Resulta que en 1995 conocí Internet, en 1997 renté mi primer servidor en una empresa de hosting (esa es toda otra historia, no tenía tarjeta de crédito y pagaba enviando cheques/giros por correo físico a nvision.com), y desde ahí siempre mantuve vivos varios websites de amigos y clientes, con un gusto inusitado.

El hosting y la ristra de partes móviles que implica siempre fue un hobby para mí. Lo veía como la extensión natural de mi actividad como programador y después facilitador de comunicación. Los pilotos de carreras aprenden de mecánica como la gente que publica cosas en Internet debe saber manejar los cimientos de esas publicaciones.

Ese hobby, me sorprendí, es la actividad profesional más extensa que desarrollé en mi vida. Y también es la actividad a la que siempre regresé. Mientras la programación dejaba de ser central para mí, o la publicidad perdía su encanto inicial, o nomás me ganaba la vagancia, siempre tenía un rato para masajear un server y robarle unos ciclos extra de performance.

Es difícil de explicar, y por eso le estoy dando tantas vueltas al asunto. Me genera una brutal disonancia cognitiva, porque tengo programado en la cabeza que la respuesta «correcta» a la tan temida pregunta «¿A qué te dedicas?» está más cerca de «Tengo una agencia de publicidad» o «Soy el CEO de X empresa» que «Me gusta tontear con computadoras sin interfaz gráfica», especialmente después de 20 años de «carrera».

Preconceptos sociales -artificiales, o’course- aparte, es indescriptible el gusto que me da diseñar plataformas de hosting y lo mucho que disfruto aprendiendo y experimentando sobre ideas nuevas a cada rato. Esta es exactamente la sensación a la que se refiere el refrán/aforismo «Elige un trabajo que te guste, y no tendrás que trabajar ni un día en tu vida», que atribuyen a Confucio. Mientras tanto, mis servers responden a unos 8,000,000 de visitantes al mes, y me divierto como un enano que se divierte.

¿Qué aprendo de todo esto? Kintsukuroi. Tengo que aprovechar los fragmentos «rescatables» de lo que hice hasta ahora, y agregarles el «oro» de estos descubrimientos recientes para ver si logro un resultado más bello que el anterior. Al final, sigo siendo el mismo que ayer, y tengo 21 años de experiencia en tecnología, comunicación y management; lo central es para qué los uso, y predigo que a partir de ahora vienen tiempos apasionantes.

Está bien, acepto que mis pasiones son raras, pero si conoces de alguien a quien el hosting le haya quedado chico, o su WordPress ande leeento, sería un excelente momento para ponernos en contacto. Yo, encantado.

Algunas observaciones sobre la muerte de Chávez: el tipo personificó la falta de transparencia y la política de confrontación internacional.

Y puso tanto énfasis en su posición mesiánica que ese sistema nefasto está intrínsecamente atado a su nombre, al hombre.

Varios países de Latinoamérica abrazaron su estilo y ahora están más lejos del resto del mundo.

Su muerte produce en quienes sufrieron su gobierno, la expectativa de un cambio, el fin del sufrimiento. Muerto el perro, la rabia.

Pero no se trata de «faltarle el respeto» o «insultar a su familia», el humano actúa desde su fuero íntimo, sin gran perspectiva.

El que se desprende de esa solidaridad humana mínima y se siente mejor por la muerte de otro, se sintió también dañado por la vida del otro.

Si no estamos dentro de ese arco de emociones, nos resulta difícil entender ese comportamiento. Pero es mal gusto, no mala intención.

Al menos en el 99% de los casos. Gente culera tampoco falta en este mundo.

Programar no es un superpoder

Cualquier idiota puede programar. El verdadero superpoder viene de saber resolver problemas con lógica, intuición y consistencia.

Yo era programador, y sonreía con falsa modestia cuando alguien equiparaba eso con algún tipo de «magia». Un día conocí a un estadístico genial, que programaba en lenguajes que yo jamás iba a usar, y mucho menos dominar. Luego fue el turno de un físico, que usaba su computador como una extensión de su lápiz. Entonces entendí que programar es una consecuencia. Programa quien sabe que la computadora puede ofrecerle una solución más rápida y eficiente que por otros medios. ¿Hay algún herrero o carpintero que NO SEPA usar un martillo? ¿Conoces algún violinista que necesite aprender a fondo todo sobre los martillos para poder dar un concierto?

Entre ayer y hoy lanzaron una campaña que corre como pólvora en mis círculos socialnetworkeros, poblados de nerds de varios calibres y habilidades. La buena gente de Code.org se preocupa porque el 90% de las escuelas en Estados Unidos no enseñan a sus párvulos a programar, actividad que insisten en equiparar con un «superpoder».

Si bien cualquier iniciativa que amplíe los horizontes educativos me gusta, esta en particular me parece bastante estúpida e hipócrita, viniendo de quien viene.

Recordemos que Estados Unidos lleva años sumergido en una de las peores recesiones de la era moderna, con TODAS sus industrias haciendo agua y pidiendo subsidios, salvo la industria del software y los servicios online derivados de él (aunque eso no les impida reclamar igual ventajas y subsidios). Es fácil creer que subiéndose a la estela de la industria informática se va a acelerar un poco la recuperación, pero visto desde el panorama general, el impacto en números puros y duros es una escupida en el mar.

Si tanto les preocupa el desarrollo de talento para el sector «estrella», podrían mejorar o flexibilizar el proceso de inmigración para personal capacitado, en lugar de esperar que suficientes generaciones de jóvenes terminen la escuela y se inserten en el mercado laboral.

No quiero entrar en el tema de las valuaciones ficticias de negocios completamente desprovistos de función económica (LivingSocial es la estrella de esta semana, destruyendo 3,500 millones de dólares en un par de años) que algunos mouthbreathers van a esgrimir para desestimar mi expresión de «escupida en el mar».

Sí quiero pegarle al ombliguismo que implica tener a Bill Gates y Mark Zuckerberg apoyando una campaña «para que más gente sea como ellos y tenga las mismas oportunidades». Porque todos sabemos que si todos los niños de trailer parks en Alabama, Oklahoma y Tennessee aprendieran a programar, necesitaríamos multiplicar los listados de Forbes para poder contener a todos.

Para tener éxito, es mucho más importante tener capacidad para resolver problemas que saber programar. Vale más un tipo que termina un videojuego laberintesco sin ayuda que un eximio conocedor de la sintaxis de varios lenguajes. La programación es solo una herramienta, y su uso aumenta naturalmente cuando es la herramienta correcta para instrumentar la solución de un problema.

Ahí es donde Estados Unidos (y México, si quisiera mejorar su desastre educativo actual) debe poner un poco más de esfuerzo para revertir la espiral descendente que transita su sistema educativo. Con escuelas primarias y secundarias cada vez menos efectivas, aumento en la tasa de deserción escolar y un mercado universitario que destroza vía costos y deudas a los «privilegiados» que llegan a ese punto, concentrar la atención en enseñar programación es ofrecerle un violín a un manco.

Hagamos un esfuerzo serio por tener una población alfabetizada, capaz de expresarse y articular correctamente una conversación, con habilidades y recursos intelectuales para resolver problemas. Luego dejemos que esos genios (comparado con lo que tenemos hoy), decidan qué herramientas son las mejores para solucionar los problemas a los que se enfrentarán en un futuro que nosotros viviremos cansados, improvisados, adaptándonos a los tumbos como toda «generación anterior» viene haciendo desde hace 2 siglos.

Yoani Warhol desde Cuba

Llevo un rato largo pensando un buen título para este post, y el que acabé poniendo es definitivamente malo.

Quizás la razón de la dificultad radica en un meticuloso adoctrinamiento latinoamericano judeo-cristiano que todavía hace ruido en el fondo de mi cabeza cuando estoy a punto de escribir algo que probablemente pueda ser interpretado como «mala onda» o algún eufemismo adolescentón por el estilo.

La cosa es que Yoani Sánchez y su interminable historia de martirio a manos del régimen cubano, me tienen harto, cansado de ver cómo el mundillo intelectualoide internetero la asume una heroína sin un ápice de escepticismo, el cual reservan para todo otro personaje que se les cruce en el camino, incluso Gandalf.

Seamos claros, Yoani vive en un «país de mierda». Términos que uno se reserva para el propio y un puñado de otros países donde uno no viviría ni loco, que en general engloba a Haití, Myanmar, Rwanda y por supuesto a Cuba, un lugar que lleva unos 60 años de constante decadencia y desconexión con el mundo exterior, financiado por regímenes absolutamente contrarios a la moral y buenas costumbres de los guionistas hollywoodenses, no dudamos en reprobar cualquier cosa que nos indiquen rechazar sobre su gobierno, sus condiciones de vida, etc.

Sobre esta cosmovisión, la Sánchez forjó una imagen cincelada a la medida del descerebrado twittero promedio, hambriento de épica en 140 caracteres: ella «cuenta verdades» sobre Cuba en un blog «que mantiene gracias a la ayuda de mucha gente y traductores voluntarios» a pesar de innumerables intentos de callarla por parte del régimen.

W-O-W, ¡de película! Falta tomarse fotos montada en un dragón con un estandarte con la imagen del Che Guevara crucificado cabeza abajo, ¡y hasta tendría un altar en 4chan!

La realidad detrás de todo esto es que -mientras sigo afirmando que vivir en Cuba debe ser bastante desagradable en la medida que las condiciones se siguen deteriorando- el régimen cubano, autor de incontables otras atrocidades, no le toca un pelo.

Habiendo casos serios y documentados de asesinatos de periodistas y activistas opositores, además de los conocidos presos políticos que reaparecen en medios cuando lanzan una huelga de hambre, el recuento de los «acosos» sufridos por Sánchez se puede resumir en algunas demoras para que llegue tarde a mitines no autorizados. Si todo esto ocurriera en México, estaría dispuesto a creer que es la pariente incómoda de un senador, que jode pero es intocable. Como los hijos drogones de los gobernadores que cada tanto se nos aparecen en Facebook pachangueando en Las Vegas con el avión estatal.

Tampoco es que le desee un daño o prisión, sino que sospecho que al régimen cubano sus desvaríos semi-poéticos, sus apelaciones con pretensión de convertirse en canción, no le hacen mucho. Y la dejan ser. Esos 15 minutos de fama ya tienen demasiados años corriendo (perdón, algo tenía que hacer con el título).

La última vez que la ví en video, fue en un evento en Madrid. En el video contaba cómo no la habían dejado salir de la isla. El mismo régimen que no deja salir casi a nadie sin permiso, y a muy pocos con, no se sentía inclinado a hacerle la vida amable a una hereje anti-revolución.

Entonces se quedó. No se agarró una balsa como hacen miles de otros cubanos que quieren probar suerte en otras tierras. Tampoco agarró un fusil, como ya hicieron los que todavía están en el poder. Agarró un teclado, y posteó un desvarío semi-arengador, semi-voy-por-el-premio-Alfaguara. Justiiiito para la fauna que le hace caso y la idolatra, su acto de resistencia, en lugar de heroico, fue linkeable.

Chicos, crezcan. Entre Yoani y Juana de Arco hay un idem. Enorme.

¡Ay! Twitter, que me hiciste ingrato…

…y también me estás haciendo superficial, inculto, distraído.

Ayer tuve dos conversaciones maravillosas, una en un café y otra en mi casa, que me hicieron reflexionar sobre el espacio que las redes sociales, e Internet en general, tienen en nuestra vida y cómo desplazan otras actividades potencialmente más enriquecedoras.

Ya que -culpa de Twitter y Facebook- no tengo el calibre académico-intelectual suficiente como para hacer tooodo un tratado del ser y el deber ser de nuestra relación con servicios y medios digitales, resumo esto en una serie de observaciones que pueden servir para descifrar qué me preocupa en este caso.

Recuerdo una noche de 2007 en que un amigo estaba de visita en México y otro recién llegado, organizamos una cena para nerds en un restaurant simpático que nos prestó su cava (supongo que no querían ponernos «front of the house»). En algún momento de la conversación de sobremesa, alguien mencionó un video muy cómico que había encontrado en Youtube. «¿Cómo, no lo vieron?» dio paso a que alguien sacara su laptop y la conversación mutó a 12 personas en semicírculo frente a la pantalla por la próxima media hora, siguiendo recomendaciones que cada uno daba para actualizarse en el mundo del video ocioso online.

Ayer en mi café con David Sasaki, coincidimos los dos en la necesidad de comenzar a reorganizar nuestras actividades online. «Quiero dejar Twitter de lado para leer más», lo cual suena ilógico solo por un segundo. Coincidimos en dos puntos centrales: la metralla de Twitter no alimenta neurona ni alma, y nuestros Kindle engordan sin medida ni perspectiva de adelgazar pronto. Queremos leer reflexivamente, reconocemos que es una actividad «superior», pero nos perdemos en la marea cotidiana de asuntos de otros.

Y en ese punto vino la revelación: recibimos presión de nuestro círculo social para saber lo que pasa en las redes. La manera en que suplantan (con mayor o menor habilidad) otras formas de interacción personal, hacen que, al menos en nuestro círculo de idiotas hiperconectados, muchas conversaciones circulen alrededor de «¿Ya viste lo que twitteó Fulano?» o «¿Qué te pareció la foto que pegué en el muro?». La conversación avasalla a la contemplación.

También ayer, pero más tarde, me visitó Juan Martín Medina, músico excepcional que lidera la banda de Julieta Venegas. Conversamos horas sobre la vida, las giras, el futuro y recibí una clase MUY detallada sobre qué se vive en un escenario y qué se escucha en los monitores. Con un nivel de pedagogía que solo alcanzan quienes treinta años después siguen enamorados de lo que hacen, me mostró un mundo que me era totalmente vedado.

Todo eso ocurrió mientras mi ISP tenía cortado un cable en mi zona y no había acceso a la red en mi casa. Otra frase clave: «Menos mal que no había red, si no hubiéramos estado comprando una cámara digital que necesito y te iba a pedir ayuda para elegir».

Entonces la red, y mi propia incapacidad para ponerle límites, conspiran contra las actividades que considero enaltecedoras. La marea constante de notificaciones, chillidos, vibraciones que brota de teléfono, tableta, laptop y últimamente cualquier aparato cerca o lejos (tengo un Fitbit), nos llama cual canto de sirena a este espacio de conversaciones más sintéticas, formateadas para el medio que impone sus requerimientos, 140 caracteres cada vez.

No es una derrota solo mía. Mientras algunos bastiones de texto largo se defienden denodadamente, el medio que más crece y muchos toman como ejemplo de adaptabilidad a las condiciones de mercado es Buzzfeed, una publicación donde ningún párrafo requiere interrumpir la respiración para leerlo en voz alta y el 90% de los títulos sugiere una listametralla de 25 fotos de gatitos que no deberías perderte.

Es tan completa la derrota, y tan rica en psicología inversa, que creemos que estamos ganando y nuestra manera de hacer las cosas es la únicacorrecta. Los herejes que no abracen este evangelio serán condenados a la hoguera de nuestro sarcasmo. Anoche Genaro Lozano, conocido columnista de temas internacionales, se quejaba amargamente por el ruido que emitía la sucursal de Liverpool Polanco, promocionando una venta nocturna. Se quejó por teléfono a la policía, que mandó patrullas poco exitosas (previsible). Lozano, harto, la emprendió en Twitter, incluyendo en sus mensajes a Liverpool, la Policía del DF y Marcelo Ebrard, el Gobernador de la Ciudad, para no recibir respuesta de ninguno.

Hola, ¿Marcelito? Qué gusto escucharte, ¿cómo estás, mi carnal? Oyeme, perdona que te llame a estas horas, dile a Rosalinda que me disculpo por interrumpirle el sueño, pero sabes que tengo un problemita: los salvajes estos de Liverpool están molestando mucho acá en Polanco, meten mucho ruido, mi buen. Tú sabes que no te marcaría si no fuera algo verdaderamente importante, estoy escribiendo un artículo para mañana y ya de tanta bronca se me teclan las cruzas. ¿Te lo encargo, carnalito? Échale un fonazo a la Poli o algo, no sé. Sale, bye.

–Nadie, nunca, a menos que le hayas financiado millones de votos en la elección que lo puso en su cargo. Pero quienes vivimos sumergidos EN las redes, ignoramos -a veces de manera voluntaria- las jerarquías y nuestra propia posición en la pirámide alimenticia, donde estamos al nivel del plancton.

Si bien no hay una obligación explícita de ser accesible o responder a nadie cuando uno participa en Twitter, la sensación generalizada es que mostrándose abierto y dialogando con algunos contactos se logra una mejora saludable en la imagen pública. Yo mismo abogo por que las empresas salgan de sus espacios confortables (y defendidos con mano férrea por su área legal) para participar en los espacios que los consumidores eligen para discutir sus productos.

Pero con todo esto dicho, no hay ninguna razón para esperar que EL GOBERNADOR DEL DF te vaya a solucionar el ruido que hace tu vecino a las 12 de la noche. Y al margen de las expectativas, ¡YO no quiero que eso ocurra! Por más que don Ebrard pueda poner a todo un call center para responder en su lugar en Twitter, su persona(je) no debe ser así de accesible al mismo nivel que Carlos el taquero ni el funcionario corrupto de la delegación Miguel Hidalgo que está a cargo de los ruidos molestos y no hace nada. Porque si hacemos un escándalo cada 6 años para elegir al tipo más idóneo para ese puesto, no lo vamos a distraer pidiéndole que repare el bache que nos jode camino al trabajo. ¿Y qué hacemos si no nos responde, se lo pedimos al Presidente?

Así de alarmado estoy, y quizás exagero, pero tengo esta sensación que permea mi conciencia de que estamos confundiendo el medio con el mundo, los tweets con la realidad, los nicknames con las personas. Estamos dejando de ejercer la imaginación, estamos reaccionando más que meditando, creemos que el mundo es el timeline. Y por nosotros, me refiero obviamente a mí mismo.

El cerebro actúa como un músculo. Si se ejercita, se fortalece. Twitter, Facebook, ahora Branch y sus parientes y amigos, son el equivalente a comer Doritos frente a la TV. Creo que necesito salir a correr a un café con amigos.

Chusma, chusma, Gobierno Federal. Eso no se hace.

En Animal Político tienen toda la saga de la pelea MVS – Gobierno Federal.

Lo que me llama la atención del asunto es que -después de un ir y venir de acusaciones- Joaquín Vargas sale a defenderse/presionar con una serie de chats de BlackBerry Messenger, impresiones de emails y otros documentos que nacieron privados. La respuesta enaltecedora del Gobierno Federal: ¡la misma! Sale Alejandra Sota casi en cadena nacional a mostrar comunicaciones privadas de oficiales del estado con un particular.

Habría que ver qué dice la ley al respecto, pero estoy bien seguro sobre lo que dicen los usos y costumbres: un particular tiene expectativas razonables de privacidad en todas sus comunicaciones interpersonales, mientras que el Estado NO.

La mejor señal al respecto es que LOS ESTADOS NO SE COMUNICAN como cristianos normales. Tienen hordas de burócratas escalonados para licitar, publicar, registrar, verificar y validar cada latido de la maquinaria estatal.

Por supuesto que hay conversaciones privadas, negociaciones susurradas y apretones de manos bajo el mantel (o lisas y llanas presiones y amenazas), pero ESO NO SE HACE. Entonces si ocurre, y viene un filibustero como don Vargas a sacarte los trapitos al sol, ¡la respuesta NO es agregar trapos al tendedero!

Entonces, queridos amateurs a punto de entregar la estafeta del Gobierno Federal:

  1. Charlitas privadas: NO SE HACE.
  2. Charlitas privadas vía medios guardables: MENOS.
  3. Ignoraron 1 y 2, y viene un viejo bucanero como Vargas a mostrar cuanta estupidez le dejaron guardar, estudiar e imprimir: CIERRAN EL PICO.
  4. Les enseñaría este tipo de conocimientos avanzados en persona, pero dudo que anuncien una licitación para esto.

Todd Akin: es peor de lo que pensabas

La verdad es que la respuesta podría haber estado mejor armada. Todd Akin, el recientemente anunciado candidato retrógrado conservador al Senado por Missouri, tratando de explicar su política anti-aborto sin excepciones, dijo en TV:

First of all, from what I understand from doctors, (pregnancy from rape) is really rare, […] If it’s a legitimate rape, the female body has ways to try to shut that whole thing down.

Previsiblemente, Internet explotó. Lamentablemente, en Latinoamérica Internet tradujo mal y explotó igual.

Medio mundo se enfocó en «legitimate rape» y salió a condenar al poco probable futuro senador por su salvajismo, aleccionándolo sobre la imbecilidad que implica juntar esos términos.

Seamos un poco más fríos en el análisis. En USA (sin ponerme a investigar) no debe quedar ningún rincón, por más Alabama que sea, sin leyes condenando la violación. ¿Qué hay, entonces, en la mente de un fulano que se opone a rajatabla al aborto, nomás porque Dios se lo dijo?

Que hay violaciones ciertas e indiscutibles, en que un desconocido ataca a una mujer y se impone sobre ella. En ese caso, el cuerpo de la mujer, en su infinita sabiduría, toma sus propias, misteriosas medidas anticonceptivas y nos evita una discusión sobre aborto para alegría de Diosito.

Y hay otras violaciones. Nebulosas, difíciles de delimitar, como cuando el novio borracho insiste de más, o el marido violento amenaza y gana. O el tío mano larga con la sobrina púber. Uno nunca sabe realmente qué pasó en ese garage. A esas Diosito las considera una zona grisácea, y el aborto es MUCHO peor. Nuestro partido y nuestros votantes están de acuerdo en eso. Eso piensa.

Después del ensalzamiento electoral que vivimos en México, conviene recordar que los políticos son un mínimo común denominador de la sociedad a la que representan. En general, cuando hay duda, se nivela para abajo. Y también pasa que cuando llegan alto, les da vértigo. No es su elemento.