Coffee Shop Publishing, un modelo de negocios

Quiero crear un nuevo segmento de medios digitales: de contenido abierto, sin publicidad, cuyos autores son líderes de su mercado y unos 20,000 suscriptores paguen USD 3-4 al mes por estar, participar y compartir con los autores.

¿Quién no quiere facturar un millón de dólares por año, y romper algunos mitos en el camino?

Llevo mucho tiempo inmerso entre medios digitales y en estos años he visto muchos (y algunos my buenos) intentos por afianzar la visión del negocio detrás de lo editorial. También he visto puertas cerrarse e ingresos caer por múltiples razones, la intrusión publicitaria no la menor de ellas.

Anécdotas y malinterpretaciones

Aunque a «la industria» le encanta publicar récords de ventas globales y cómo la inversión publicitaria en Internet supera a otros canales tradicionales, lo cierto es que a nivel individual los ingresos por publicidad caen: Google y Facebook se llevan cada vez más, las agencias de medios prefieren comprar en un solo punto que gestionar jaurías de medios chicos y en el fondo, entre dientes y solo de noche, algunos admiten que la publicidad en forma de banners, layers y links patrocinados no sirve tanto como quienes la venden quieren aparentar. Si por cada billete de USD 10 que me das, te regreso USD 12 en rendimiento, nunca se te acabaría el presupuesto para darme, ¿verdad?

La publicidad de «display» está condenada a ofrecer retornos marginales decrecientes para el anunciante. Ya ocurrió con la TV, donde cortes comerciales estridentes y poco relevantes lograron que servicios como TiVO, que ofrecen la posibilidad de saltarse los anuncios, fueran bienvenidos con gran éxito. Lo sorprendente del mercado de publicidad digital fue la desmedida reacción hacia aumentar las interrupciones y los impactos publicitarios, para compensar la ceguera de los usuarios. Mientras que llevamos unos treinta años recibiendo 42-43 minutos de contenidos por hora de TV, en los últimos diez años la publicidad en Internet mutó de un banner pobremente animado a «takeovers», «pre-rolls», imitar contenido real, saltar y expandirse ante acciones distraídas con el mouse, todo tratando de exprimir un centavo extra de mi intención de leer sobre la última burrada de nuestros amados líderes.

Desde que existe la publicidad en Internet, los «hackers open-todo» quisieron llevarle la contra y existen los ad blockers. Primero en forma de archivos hosts que anulaban las direcciones de los anunciantes, después en forma de extensiones del navegador. Al margen de algunos experimentos en la época en que una Palm era cool, sentí la necesidad de instalar uno en 2007-8 cuando hubo una oleada de anuncios animados con audio que se activaban automáticamente, promoviendo un sitio/app que «calculaba la fecha de tu muerte» (y te suscribía a alguna estafa vía SMS con tu móvil, imagino). Nunca más quité el ad blocker.

Los rendimientos marginales decrecientes se sienten del lado de la publicación también. Sitios que en 2006 podían ser (apenas) rentables con unos miles de visitantes al mes, hoy necesitan mostrar estadísticas de decenas de millones para soportar la estructura que atrae toda esa atención. Google y redes sociales «conspiraron» para cambiar las condiciones de trabajo en esos medios: hay que publicar muchas cosas por día para que Google piense que el sitio es noticioso y lo presente más arriba en los resultados. Muchas notas al día proveen muchas publicaciones en redes sociales, así que hay más chance de aparecer en el momento correcto para ganarse un click. Luego la cantidad fue insuficiente y comenzaron con la psicología: los títulos que ofrecían una lista de items funcionaban porque daban una idea de variedad y amplitud de información, mientras que delimitaban el «esfuerzo» en leer el contenido. Ahora estamos sufriendo lo que alguien llamó «la explotación de la brecha de la curiosidad», que es algo tan bello y especial, que si te lo contara en detalle te sorprendería, llorarías y probablemente cambiarías tu dieta.

Esto no es nuevo, los diarios vienen haciendo algo parecido desde hace un siglo. Desde primeras planas estridentes («¡EXTRA, EXTRA!») para convencerte de comprarlo, a rellenarse con montañas de temas en conjunto irrelevantes para cualquier lector (o tradiciones que no están dispuestos a soltar para no perder páginas) como obituarios, guía de televisión, policiales, sociales, recetas de cocina, horóscopos y suplementos de cualquier tema y color.

Lo que duele es que es bastante evidente a esta altura que el modelo de los diarios no tiene un futuro brillante, entonces cuesta explicar por qué tanta gente se empecina en repetir ese modelo en los medios digitales. Entiendo que las redacciones ya están armadas y el mismo becario que escribe el horóscopo para el papel puede republicarlo online, pero eso de hacer lo mismo y esperar diferentes resultados viene fallando desde que el mundo es mundo.

Por otro lado está el tema de la confianza. Toda esa pasión por la optimización y maximización de ingresos por centavo invertido produce situaciones -inocentes o no- en que el equilibrio editorial que se pregona como la virtud última de medios serios, se arrodilla al servicio de «robarte» un click que deje una comisión. Hay un concepto más o menos viejito, pero que se repitió bastante este último año hablando de los oscuros motivos de Facebook: cuando te ofrecen un servicio gratis por el que un tercero paga, el «producto» eres tú.

Otro día hablamos de las traiciones menos automatizadas, como el columnista que defiende tenazmente al gobierno en su página de opinión, y cuando vamos a su blog personal encontramos mucha publicidad de entidades estatales que, oh casualidad, eligieron anunciarse ahí.

Se construye la Gran Muralla de Pagos

Nadie me va a instalar una estatua por descubrir esto, los medios llevan años explorando vías para compensar la caída de ventas con otros ingresos y el resultado más prominente es la «paywall», que adquiere diversas formas entre cerrar por completo el contenido a quien no paga y abrir un cierto número de notas o algunos sectores del sitio al público, reservando partes a usuarios registrados o pagos.

Pocas cosas me hacen sentir TAN bienvenido como cuando un medio pone delante del contenido «Esta es una de las veinte cosas que te autorizamos leer este mes en el New York Times» (y una de cinco en el caso de un «Boston whatever» que ya no visito). Y mientras que nada me obliga a leerlo, ni nada los obliga a ofrecerme su material gratis, el contexto actual de diseminación de información en redes sociales genera una desconexión entre su -loable, o’course- valuación del producto y la mía. ¿Debo llevar la cuenta yo de los clicks que doy en Twitter para no excederme? ¿Debo suscribirme por las dudas el click número 21 sea realmente el que me va a iluminar la vida? ¿Vale lo mismo seguir diariamente a Krugman que leer sobre un accidente en Queens que mi amigo ciclista puso como ejemplo? ¿Debo pagar una suscripción al WSJ para leer la misma columna de Oppenheimer que aparece abierta al público en el IHT?

Hace poco (creo que Pew Research) publicaron un estudio sobre «la apreciación de los millenials sobre el valor de noticias y medios» o algo así. Una de las citas clave de uno de ellos era «Creo que está mal que pretendas cobrarme por contarme algo que ocurre. Las ‘noticias’ circulan y me llegan; si explotó un edificio en NY me voy a enterar igual, así que no sé cuál es tu razón para cobrarlo». Mi apuesta: su razón se apoya en un modelo obsoleto de cuasi-monopolio en la difusión de noticias y en la apreciación editorial de qué es noticia y qué no, con base a escasez de espacios y restricciones económicas (temporales, «ediciones», papel, etc.) que hoy no tienen el mismo peso gracias a Internet y la disponibilidad de tecnologías superiores de interconexión y difusión de información.

Y digamos que lo que gano suscribiéndome es monumentalmente superior al costo. Supongamos que no me importa ensuciarme las manos y compro los 150 g de papel de un diario gordo. ¿Qué me espera en el interior? Lo mismo que vengo listando: horóscopos, crucigramas, obituarios, policiales, sociales, agro, relleno, relleno, relleno, columnistas con varios patrones, anuncios de entidades estatales (en Latinoamérica el estado es casi indefectiblemente el mayor anunciante y a veces supera el 50% del presupuesto publicitario del mercado) y páginas completas anunciando nuevos modelos de autos que no voy a comprar.

Algunos medios digitales toman una decisión bastante decente y no muestran publicidad a usuarios registrados (que paguen, en general), lo cual me parece muy racional. Además, la pérdida marginal por no mostrar ESOS anuncios es exactamente $0.0000000 y todos felices. Los operadores de cable deberían recordar eso, yo todavía recuerdo cuando en los ’80 postulaban como gran ventaja de la suscripción que no ponían publicidad, por ser un servicio de pago.

¿Dónde estábamos?

Todo esto genera una relación tensa entre usuario y medio. Ser tratado a priori como parásito-freeloader no me predispone bien, especialmente cuando mi «experiencia» gratis está monetizada con tal ferocidad que mi laptop ruge para procesar la cantidad de publicidad animada que rodea un texto de 1000 palabras.

Y en medio de «te prestamos este artículo por un rato, luego vendrás a rogarnos por más», ¿nadie les avisó que el modo de consumo cambió radicalmente? Me espanta que los que consideramos al frente de la exploración de medios digitales (y son los sospechosos de siempre: NYT, WSJ, FT, etc.), si miramos con detalle, siguen suponiendo que 1) yo voy a buscarlos para 2) leer todo de punta a punta o 3) si no, salgo a la calle «desarmado».

No se les ocurre pensar que ese preciado post sobre el candidato a concejal de una ciudad que no habito es uno de los 500 clicks que doy al día en mi circulación habitual por la red. Que los clicks que doy responden en gran parte a lo que mi(s) timeline(s) filtran por mí y a mi estado de ánimo en el momento. Que el consumo de medios no es central a mi actividad y está más concentrado en momentos de ocio (los que VIVEN de eso tendrán sus terminales de Reuters/Bloomberg, yo no).

En marketing se usa mucho el concepto de «share». Share of wallet nos hace pensar en qué es prioritario para una persona, y eso suele dirigir y ordenar sus compras (Maslow, etc.). Share of mouth fue todo un descubrimiento para mí: Coca-Cola no solo compite con Pepsi, también con agua del grifo, frutas y hasta hamburguesas, porque tomarse un refresco quita el hambre -de cualquier cosa- por un rato y con la panza llena de Big Macs no entra tanta Coca.

Con esos conceptos en mente, ¿qué están haciendo los medios para competir por mi cada vez más pobre share of attention? Listas de fotos de gatitos, promesas de emociones exasperadas y si consiguen el codiciado click «Tres más y se te acaba, rata, y mejor dame tu email para mandarte basura o encuentra tú solo cómo cerrar esto que oculta lo que te prometí que leerías».

Nada de eso hace que yo me sienta parte del asunto. La relación del 99.98% del planeta con los medios es casual y creo que estas tácticas pueden tener un efecto paliativo en el corto plazo, mientras todavía queda gente que recuerda el modelo pasado de los medios, y son los mismos que siguen consumiendo papel. A mediano plazo, no nos veo queriéndonos tanto como cuando te admiraba de lejos, NYT.

Quizás haya un modelo mejor

El modelo de capitalismo olímpico™ «Citius, Altius, Fortius» está peleado con las empresas periodísticas. Se discute (¿Jay Rosen?) si deberían tratarse como casos de responsabilidad social empresaria y financiarlas sin esperar ganancias. Nadie duda de lo indispensable del periodismo, pero creo que los esfuerzos por convertirlo en una actividad empresaria rentable han fallado en generar ganancias de largo plazo o periodismo genuino de ética irreprochable. Parecen mutuamente excluyentes.

Me excede por completo resolver ese asunto, pero creo que hay una oportunidad para crear un segmento de medios digitales rentables sin publicidad y con una relación no-antagónica con los lectores.

El título de este post nace de la aparente diferencia de criterio que esa masa amorfa que llamamos «la gente» (esos millenials de unos párrafos atrás, por ejemplo) aplica al valuar el aporte de medios a su vida.

En parte cobijados por alguna definición sesgada de qué es el derecho a la información, y también porque hasta hace un tiempo la publicidad era suficiente y los medios no cerraban sus puertas, estos tipitos -tú y yo- se resisten tenazmente a pagar por medios. Cuando el NYT anunció su paywall «suave», el mismo día aparecieron notas en blogs y foros sobre cómo resetear el contador para seguir leyendo más allá de los 20 artículos/mes que el diario definió como suficientes.

Por otro lado, esa misma gente no duda en pagar por instalarse en un café con su laptop conectada al wifi del lugar. Más de una vez he comprado -corriendo- un refresco solo para pasar sin vergüenza al baño de un café cualquiera.

Así el emprendedor que emplea a 5 personas y renta un local para vender café tiene más probabilidades de facturarle al humano promedio que el emprendedor que emplea a 5 personas y renta una oficina para publicar un medio. La diferencia, creo, está en una percepción de valor desconectada entre los actores en la transacción.

El celo profesional del periodista para investigar información y validar fuentes no se aprecia del otro lado de la mesa. Quien hace de eso la base de su valuación para decidir suscribirse y pagar por un medio, ya está suscripto. Nuestro problema es el restante 99.9999998% de la población mundial, quienes se preocupan poco por quién escribió la nota, y mucho por cómo llegaron a ella, para determinar su valor. El mecanismo social de filtros y descubrimiento le gana al editor sagaz. Y, siendo sinceros, el 95% del contenido de los medios es igual dentro del mismo segmento, a excepción de algunas columnas. Todos los blogs de tecnología (y moda y juegos y diseño y publicidad) hablan del iPhone a coro, todos los diarios repiten las consignas presidenciales sin falta.

Mi respuesta a esto es un medio con diferente estructura. Sin redactores anónimos creando relleno porque no hay publicidad. Menos «periodístico», porque llevo varios párrafos insistiendo que el periodismo no es negocio. Google no juega un papel central en la provisión de tráfico, así que tampoco hay que hacer acrobacias de lenguaje para alimentar iniciativas de SEO. Tan centrado en un tema o tan ecléctico como decidan sus autores, pero sin un mandato que cumplir.

Los autores no son columnistas ni opinólogos/todólogos, ni este es su principal ingreso. Son expertos en algo, con trayectoria profesional de campo. Publican dos o tres veces a la semana. Sus afiliaciones políticas, empresarias, ideológicas son claras. El medio opera como una vitrina y no es necesario usar pseudónimos ni ocultar datos.

Imagina a cinco creativos publicitarios comentando campañas y lanzando ideas al aire. Ahora imagina que cada uno tiene un par de Cannes Lions en su escritorio. O dos ex-futbolistas, con un periodista deportivo y un DT invitado. CEOs de empresas, abogados prominentes, diseñadores, arquitectos.

En cada uno de esos ejes temáticos hay gente consumiendo y publicando opiniones e información que bien puede entender la propuesta de valor de hurgar el cerebro de líderes del segmento y participar en esa comunidad de ideas.

El texto estaría abierto al público, porque al fin el medio es vitrina y queremos que se comparta lo que publicamos. Los comentarios estarían disponibles solo para suscriptores, y se me ocurre que podría ser interesante ofrecer la posibilidad que el autor del comentario defina si quiere que sea visible al público o no (a suscriptores siempre), para tratar temas con algún grado de delicadeza.

La salsa secreta sería un chat o foro privado donde se puede hacer preguntas y ofrecer respuestas, donde los autores/dueños participen activamente y el contenido que se comparte sea relativamente valioso. Que cada medio se convierta en un place to be, como fueron algunos blogs antes de la avalancha de spam y trolls. Que algunos temas del chat/foro se publiquen como artículos y le den mayor exposición a los autores.

Una ensalada gigante entre grupos de LinkedIn, subreddits, blogs y foros, en un espacio (¿Medium?) privado, bajo el control de los autores. Creo que con la mezcla correcta de perfiles de autores, frecuencia de publicación y calidad de interacciones, tiene que haber en toda Latinoamérica, para casi cualquier tema, entre 10,000 y 20,000 personas dispuestas a pagar USD 3 o 4 por mes para sentarse a esa mesa.

El «Tiempo Real» no es real

Ni necesario. Y el real transcurre lento. No me atosiguéis.

Este es el primer post de una serie donde contaré mis aprendizajes durante mi año sabático, que se está acabando.

Los que vivimos en internet estamos acostumbrados a entender «tiempo real» como actualizaciones rápidas, eventos en vivo e información en la punta de tus dedos.

Los que vivimos en internet bien podríamos vivir dentro de un raviol. El tiempo real es lento. No instantáneo. Es REAL! Y a veces parece arrastrarse.

Cuando tienes años tonteando en Twitter, Facebook y reductos parecidos, junto con software de escritorio que dispara alertas, recordatorios de juntas, cumpleaños y pagos atrasados; y a eso le sumamos uno o dos teléfonos celulares que vibran, chillan y parpadean con SMS más recordatorios duplicados de las mismas juntas, es fácil confundirse y comenzar a tomar eso como la realidad.

Desconectado de la velocidad habitual en la vida de oficina, pude ponerme a pensar en el valor real de la inmediatez, y mis conclusiones se dividen en 2:

  1. En una era en que escasean las primicias, los medios se preocupan por exaltar el valor de «te enteraste de esto ANTES gracias a mí», comportamiento que bloggers y fauna similar reproduce con fruición (no hay razón para no hacerlo, toda vez que un blog es un medio).
    Ahora, enterarme ANTES me sirve si ese conocimiento me permite cambiar una decisión y beneficiarme, por ejemplo dejar de fumar antes gracias a haber recibido información sobre los efectos nocivos del tabaco. Más allá de eso, enterarme antes de la selección de vestuario de una pseudo-actriz para presentarse en un evento, o de la «declaraciorrea» de un político en campaña, incluso -anatema!- de la nueva línea de productos de cierta marca de computadoras, hace poco por mejorar mi vida.
    Conclusión 1: enterarme que AOL compra TechCrunch en el instante en que están firmando los papeles, es irrelevante para cualquiera no involucrado en la transacción, así que los medios que apelan a la velocidad como argumento de venta, deberían preguntarle a sus clientes si eso es lo que necesitan.
  2. Con la aparición de las redes sociales abiertas y asimétricas como Twitter, donde un descerebrado como yo puede ser visto por 3500 incautos, es importante estar informado para no quedar como un estúpido. Entonces sí habría un cierto valor para el humano promedio en mantenerse informado con una cierta inmediatez, para evitar que esa «audiencia» se ría de él.
    Esa vía de pensamiento no tiene en cuenta un par de cosas: de 3500 personas que podrían ver un tweet mío, sospecho que hay unos 100 a 120 que lo ven, de los cuales hay 50 que lo LEEN. Es cierto que quedará por siempre en Google y la Library of Congress, pero el impacto REAL es minúsculo. Además, incluso suponiendo que 3500 personas leen detalladamente todo lo que digo, el impacto real que eso puede tener en mi VIDA es igualmente marginal.
    Conclusión 2: humanos hiperinformados sobre estupideces efímeras agregan contenido sin valor notable a la conversación. Y si ese es su único aporte, hacen que pierda interés muy rápido en conversar con ellos.

Con el reciente rescate de los mineros chilenos pude observar otra faceta del tema: el momento en que la cápsula/sonda llegó a la madriguera donde esta gente vivió durante 69 días, tuvo más rating televisivo que un discurso presidencial en cada país donde se transmitió (excepto Venezuela y Argentina, donde no saben contar).

Todo el mundo quería ESTAR PRESENTE en el momento en que saliera ese primer minero a la superficie. La Presidencia chilena lo vendió así, las cadenas de televisión vendieron publicidad con ese mensaje…

…y mil-millones-de-televidentes se prendieron de los aparatos por media hora.

Eso duró el tiempo real. En unos 30 o 60 minutos se descargó ese gigantesco orgasmo transnacional, con discursos esperanzadores, arrebatos triunfales y lágrimas vertidas por parte de gente sensibilizada de todo el mundo. Ahora vamos a cenar, que se enfría el puré.

Los medios intentaron mantener el interés, los más hijos de puta con contadores de mineros rescatados vs mineros muertos, los más profesionales con flashes informativos y enlaces alusivos cuando pasaba algo importante. Pero -visto descarnadamente- enterarte (o ver, o presenciar) cuando sacaron al minero número 24 no hizo nada por tu mayor entendimiento de la condición humana ni su lugar en el universo, y tampoco el primero, 30 horas antes.

En paralelo, en el mundo digital, otra marea de información: durante algunas horas, mientras se alistaba el primer descenso y hasta más o menos el quinto rescate, Twitter y Facebook explotaban: los emocionados proclamaban «Viva Chile, mierda!» y los insoportables informaban con minucioso detalle lo que veían en su televisor. Detalles como la velocidad de la cápsula, los asuntos familiares de los mineros y las entidades internacionales que habían colaborado en el rescate, ametrallaban las pantallas de computadoras y teléfonos de todo el mundo, sin ninguna necesidad aparente.

Leí en su momento a un blogger/columnista de uno de los tantos Times que se publican en USA diciendo que estaba en el cine, pero que podía seguir todo lo que pasaba en Chile vía video streaming gracias a la buena señal 3G que tenía en la sala. Se me nublan los sentidos y me atacan palpitaciones. Si su función era cubrir el rescate, hubiera estado en la redacción de su diario; ergo, era ocio. Si se iba a clavar viendo lo de Chile, ¿no podía hacerlo desde su casa, en vez de pagar el ticket? Pero la que más me gusta: ¿por qué no se deja de joder y lo ve al otro día -o una semana después- en alguna de las miles de repeticiones y reseñas periodísticas?

A no confundirse: fue un evento emocionante. Fue una muestra de profesionalismo, entereza, habilidad técnica y una considerable dosis de suerte por parte de todos los involucrados. También permitió que mucha gente común le diera un vistazo a la trastienda de la industria creadora de celebrities, al enterarse que ya hay tours, películas, libros y merchandising en desarrollo para lucrar cuanto se pueda de la exposición que tuvieron los mineros. Pero difícilmente mi vida cambie a causa de ello, y mucho menos va a cambiar por haberme enterado en el momento en que me enteré.

Muchas veces se les criticó a los medios impresos la facilidad que tienen para convertirse en envoltura de pescado al día siguiente, y muchos pensaron que la solución implicaba una mayor velocidad, por ejemplo imprimiendo múltiples ediciones. Aplausos: ahora puedo envolver pescado con el diario de hoy.

Con los medios digitales pasa igual: el que estén posteando desde la conferencia de prensa, no mejora mi entendimiento del asunto.

Consejo para los dos bandos: concéntrense en la profundidad de lo que me quieren contar, y cuéntenmelo con una periodicidad que mantenga mi interés. No lo necesito antes, lo necesito bueno.

Nace Eje Central, un nuevo medio con la lupa en la política

Eje Central es un proyecto que tiene a Raymundo Riva Palacio como figura y motor principal.

En una cena hace un mes, Raymundo me contaba sus planes y hasta me invitó a participar en el brainstorming para encontrarle un nombre a la criatura: me gusta mucho Eje Central, por su tono local y su literalidad útil.

El timing es perfecto en un año de elecciones, el «plumaje» que reúnen es variado y de renombre.

Aún no le doy toda la vuelta, pero encontré algunas cosas que me gustan mucho, como links directos a columnas de otros medios más y menos tradicionales. El objetivo es sumar voces, no cercar jardines.

Eje Central

Eje Central

Redefinamos los blogs

Acabo de ver que a Antonio de Error500 le ofrecieron publicar un post a cambio de un CD o unas bebidas (presumiblemente favorable a algo/alguien que no logra que se escriba sobre él de otra forma).

Aunque detrás de este tipo de pedidos hay todo un sector de la «industria» de la comunicación que parece poco interesado en aprender nuevos trucos, el 90% de la culpa de estas ofertas «indignas» la tienen los mismos bloggers que se cagan en los standards editoriales, pero pretenden que los traten como si fueran el mismísimo Joseph Pulitzer.

Antes de soportar la avalancha de insultos, aclaro que no hay nada personal en esto. Que cada uno haga de su pito una flor y de su culo un florero. La cuestión central para mí es que parece haber un abismo de diferencia en la percepción de este asunto, entre gente que supuestamente debería compartir el mismo espacio y entender conceptos similares.

Unos dicen: «Este es un nuevo mundo, acomódense o perezcan bajo el alud de mi sarcasmo.» Otros dicen: «Con el dinero en la mano, yo mando. A bailar, mono, que todos bailan lo que yo dicto.»

Por un lado, hay agencias de relaciones públicas que todo el día, todos los días llaman a los medios «generando» noticias a favor de sus clientes. Más discutible, menos discutible, para eso se les paga. Las agencias de PR en general se encargan de generar contenido editorial sobre los temas que sus clientes quieren ver impresos, muchas veces desviando la atención de otros más controvertidos.

Por otro lado, hay muchos medios que -como muchísimos blogs- se cagan en los standards de calidad editorial y te venden una página de publicidad junto a una nota gloriosa sobre los logros de X empresa o las fantabulosas habilidades de su director general. Esto lo digo desde el conocimiento casi íntimo de un medio donde el área comercial NO HABLA con el equipo editorial y si hablan, el equipo editorial es sordo.

Como norma general: toda empresa tiene problemas y cuestiones discutibles, si el periodista no pregunta sobre las acusaciones de acoso sexual, o la contaminación que ocasiona una planta productiva, o la próxima quiebra de la empresa por manejo irresponsable, no está haciendo su trabajo para presentar una visión balanceada del tema. Si junto a la nota que ensalza la visión de liderazgo de un viejo gordo detrás de un escritorio grande, hay un anuncio de la empresa/marca, es casi seguro que a la nota la redactó el interesado, no el medio.

Esto genera dramas por 2 partes: primero que las empresas se acostumbraron a pagar por aparecer (también) EN EL CONTENIDO, por otro lado los blogs son vistos como poco serios. Hagamos algo con blogs, que escriban de nosotros, que ellos siempre andan a la pesca de algo que escribir, escuché más de una vez. Ergo, podemos aparecer en el contenido de un blog, con links y todo, a cambio de espejitos. Si fueran un medio serio, el mismo distribuidor de espejitos estaría dispuesto a pagar más caro.

Entonces hacia dónde corremos? Hacia la redefinición de los blogs. Weblogs: diarios personales o medios digitales? La diferencia está en el comportamiento, no en la herramienta tecnológica.

Si valoras esa supuesta independencia que te permite insultar a gusto, burlarte de empresas, marcas y directivos porque tu blog es una extensión de tu personalidad, perfecto. Ese comportamiento caprichoso e impredecible vale un CD o un par de boletos al cine, cuando no te ignoran llanamente. Si quieres vender tus espacios publicitarios, dale mis saludos a AdSense. Ojo, siempre se puede hacer plata así, pero no te salvas de las ofertas pendejas.

Si en cambio prefieres que las empresas que se te acercan te hagan ofertas serias, hay que dar un paso adelante y arriba. Basta de pendejeo, adopta un criterio editorial y síguelo incluso cuando no te convenga. Sé profesional y frío en el tono, ofrece siempre la mayor cantidad de perspectiva en cada post. Si publicas opinión, opina para el lector, no para tu ego. Para maltratar a las empresas, existe YosiYono.com 😛

Pórtate como el Washington Post y no recibas ningún tipo de regalo (ver punto 3), tarjeta de fin de año, invitación a cruceros, botella o lápiz serigrafiado. Si te mandan productos para probar, los devuelves después de la prueba, nunca los rifas entre tus lectores (beneficio indirecto, get it?).

Haz que todo el mundo sepa esto y tu reputación de MEDIO SERIO se conocerá. Ese día, en vez de ofrecerte una cerveza por un post, te ofrecerán un desayuno privado con un directivo, para darte una exclusiva. Y así se cobra más por la publicidad, y no a la misma empresa que entrevistaste, porque los anunciantes van a estar dispuestos a pagar más.

UPDATE: Arcos apunta en la misma dirección.

Crimen organizado

Encontré en ALT1040 que ahora somos un poco más libres.

Resulta que hay una sentencia firme por parte de un tribunal español que establece que poner un link en tu website hacia otro NO ES DELITO, sin importar si el segundo website tiene cosas feas como torrents y cosas por el estilo.

Ahora, uno que VIVE sumpergido en la red, al leer ese tipo de notas, se sorprende: «no puede ser que haya alguien TAN PENDEJO que pretenda hacer creer que PONER UN LINK hacia algo, pueda constituír un delito».

Sí hay: SGAE, Microsoft, PROMUSICAE, EGEDA, Columbia Tristar Home Entertainment y Cía, SRC, The Walt Disney Company Iberia, Twentieth Century Fox Home Entertainment España S.A., Warner Home Video, Lauren Films Video Hogar S.A., Manga Films S.L., Universal Pictures (Spain) S.L., Paramount Home Entertainment (Spain) S.L., Twentieth Century Fox Film Corporation, Walt Disney Enterprises Inc., Columbia Pictures Industries Inc., Tristar Pictures, Sony Pictures Classic Inc., Mandalay Entertainment, Metro Goldwin Mayer Studios Inc., Orion Pictures Corporation, Paramount Pictures Corporation, Universal City Studios y Time Warner Entertainment Company L. New Line Productions Inc.

Estate atent@: esta misma gente, en tan destacable compañía, dentro de 10 años te va a estar enjuiciando por haber hecho la reverencia a destiempo, o sacarte los mocos con el dedo equivocado.

La web en México está mal

Y en América Latina parece estar igual. Esta es mi respuesta a la pregunta de Jonathan Álvarez. Ahora, a tratar de explicarme.

Cuando Eduardo me avisó de sus negras intenciones -preguntarme cosas con intención de publicarlas es al menos irresponsable-, me puse a investigar un poco para no quedar totalmente descolgado. Ahí tenemos la primera pista: no tenía NADA fresco en la cabeza para comentar, ergo nada en los últimos tiempos me impresionó como para recordarlo sin ayuda.

Para poner un poco de precisión: hablé de la «Web2.0», ese monstruo mítico que, sin que le pregunten, se convirtió en la única perspectiva admisible bajo la que se pueden evaluar iniciativas de entretenimiento o negocios en la red. No pasa mucho en México alrededor de la Web2.0, y la frase clave de esa conversación -para mí, al menos- fue: «Nadie está proponiendo nuevas formas de usar la red desde México».

ICQ fue una nueva forma de usar la red, que nació en Israel, Twitter es otra, directo desde USA. Seesmic tiene perfume francés y Twixtr viene de España. Esas 4 empresas / sites / servicios usan la red de una manera innovadora, proponen nuevas cosas que hacer con el mouse, el celular o la webcam. Si miramos a Latinoamérica, no encuentro algo similar que se haya originado acá (por supuesto, acepto sugerencias).

La premisa sería: hagamos algo realmente distinto, que resuelva un problema con gracia y simpleza, o tomemos algún viejo bastión de la red y replanteemos o extendamos su función.

Ahora, de la amplia lista que Jonathan da como sostén de su visión «optimista» sobre el estado de la web en México, no encuentro ningún ejemplo que no huela a medio o «industria». Ahí es donde creo que yace la diferencia de opinión.

En esencia la enumeración de Jonathan no es mala, pero se me antoja tristemente incompleta: no hay usuarios por ningún lado. No hay un ejemplo en esa lista que trate al restante 99.99% de los habitantes de la red como participantes en vez de «audiencia» (pasiva y hasta irrelevante a veces).

Yo creo estar al medio de la cuestión: por un lado creo en el enorme potencial de Internet como espacio de expresión, vivo encantado por el universo de posibilidades que cada nueva herramienta abre a los participantes. Me encanta la idea de poder ser parte de un mundo más amplio y tener acceso a aprender de gente que antes era inaccesible.

Por otra parte, soy parte de la «industria» de la publicidad y mi trabajo diario es ayudar a empresas a conectarse con una audiencia o mercado a través de los medios o acciones más idóneos en cada caso. Cosas que a veces parecen antagónicas, también me dan una visión que puede ayudarme a entender un poco más el entorno.

Veamos qué encuentro en la lista de Jonathan:

Mobile Marketing Association: J pone en el mismo párrafo a Coca Cola, Havas Media, Mobile Dreams Factory y KTC. Grandes anunciantes, agencias de medios y agencias de maketing especializado se juntan y deciden cuál es y qué necesita «el mercado». Razonable, si ponen los fondos, lo mínimo que pueden pedir es que el mercado sea como ellos quieren.

Interactive Advertising Bureau: Microsoft, Google, Yahoo, CNNExpansión, El Economista, e-volution, Resultics, Activamente, Fábrica Interactiva, hasta contar 46 socios. El IAB dice «nuestro primer objetivo es aumentar la inversión de la publicidad y el marketing en medios digitales». Claro, agrupando a los receptores de esa inversión (portales y medios) y a los productores de piezas (agencias interactivas), el objetivo es loable. Incluso para mí, que parte de mis ingresos se originan en campañas en medios digitales.

– Google en México: los 23 (otros dicen 25) millones de personas que usan Internet en México representan un grupo mayor que la población total de 26 países latinoamericanos, con la excepción de Brasil, Argentina, Perú, Colombia y Venezuela. No pondrías una sucursal de tu empresa de Internet acá?

Llegando a la sección de Iniciativas Web de la nota de JA, es donde pongo mis esperanzas. Las mejores cosas que han ocurrido en la red son la materialización de las ideas de unos trasnochados y un poco de suerte. Yang y Filo, Page y Brin, los 4 locos de Mirabilis, @Ev y @Biz, todos tomaron una idea y la empujaron hasta que el mundo (a veces más mundo, a veces menos) las descubrió y adoptó.

Acá es donde aparecen los usuarios / participantes. Creo que hay más potencial en preguntar «qué te interesa hacer?» que en declarar «este es el formato de banner standard y se lo vamos a mostrar a toooodo el mundo».

Fred Wilson, un capitalista de riesgo bastante reconocido, dijo que su proyecto favorito para invertir es «uno en el que chicos de 22 años están haciendo algo que les gustaría usar». Esto es importante. A finales de los ’90, todo iba hacia «portales» y «marketplaces». La «industria» decía que había que armar portales que acumularan tooooodo el contenido posible, con chats, foros, postales, horóscopos y whatnot. Otra industria iba hacia la creación de mercados relativamente transparentes, las automotrices se juntaban en gigantescos pool de compras, Techint lanzaba Exiros y AOL se acostaba con Time (perdón por soltar la sigla sin avisar).

Ahora parece que los proyectos que más tracción (y fondos) consiguen, son los que permiten a individuos expresarse o conectarse, ya sea en o personal o lo profesional. Hoy florecen Twitter, Friendfeed, LinkedIn, Facebook, Sonico y amigos.

Si de esto se puede generalizar un poco, son Coca Cola, Google y Havas Media los drivers de la innovación? Creo que no. Son una parte del ecosistema, poniendo plata, intermediando tráfico e intermediando campañas, respectivamente. Los que viven un problema y se ponen a resolverlo en medio de un ataque de insomnio suelen ser los que innovan.

El que los grupos «de industria» aparezcan es saludable, porque indican que el mercado/entorno tiene la suficiente madurez como para ser interesante y que sea rentable tratar de torcerlo un poco. El asunto para mí es que no representan la totalidad de la ecuación. Equiparar la existencia del IAB o la AMIPCI (perdón por la sigla otra vez) a «grandes cosas por venir» es miope.

La web en México está mal porque con tanta gente, tanta plata y tanta organización, no está innovando lo suficiente, ni siquiera para su mercado «interno». Mucho menos para el mercado global. Las iniciativas como Dixo, IsopixelOne, Poderato y Diremex son interesantes y perfectamente válidas como emprendimiento, pero no anuncian -creo- ninguna revolución.

Es difícil apuntar en la dirección correcta. México tiene algunas cuestiones extra que resolver, como la baja performance del sistema educativo, antes de convertirse en un generador de pensamiento y proyectos en el ámbito digital. Octavio Islas solo no puede ser el motor de la «cibercultura» mexicana, y me encantaría que en su web publicara más pensamiento que anuncios de eventos y cursos, pero por supuesto estando así de solo no le alcanza el tiempo.

Un ejemplo de un paso en la dirección correcta es el proyecto de ley que impulsa León F. Sánchez. Poner el texto del proyecto de ley sobre un wiki es desafiante y cándido al mismo tiempo. Me pregunto si los abogados de Televisa, Telmex, Microsoft y Google agregaron algún párrafo o quitaron algo del proyecto? Sospecho que no, que simplemente lo ignoran porque probablemente no los favorezca y porque el presupuesto para cenas y golf con legisladores ya está aprobado y está mejor alineado con sus intereses.

Si mágicamente aparecen los innovadores, y florecen iniciativas simpáticas, con buena aceptación del público y potencial de crecimiento, cuál es el lugar de las empresas «grandes» en este escenario? Deberían mantenerse al margen o hay lugar para participar?

Hoy la Web2.0 se convirtió en un espacio de expresión y socialización, donde los participantes se mueven entre pares, borrando fronteras y divisiones de status. El primer paso que le recomendaría tomar a una empresa es entrar como usuario, para «poner la oreja en las vías» y enterarse qué le interesa a su audiencia. Zappos y JetBlue hacen eso en Twitter, con gente dedicada a descifrar qué se dice de ellos y resolver cualquier problema que encuentren. La respuesta es arrolladoramente positiva.

Una vez que se establece un diálogo inteligente, los pasos siguientes se hacen evidentes. Para algunas empresas, la continuación es ofrecer a sus fans un espacio de conversación, un grupo en Facebook, un club online. Para otras, publicar su propio medio en vez de poner plata en intermediarios.

Una vez allí, agruparse y hacer lobby es opcional.

Dieta de medios, digitales y de los otros

Una de las consecuencias de llevar 5 meses trabajando sin respirar, es que tuve que replantear mi consumo de medios. Pasé de leer/escanear alrededor de 400 posts diarios, a menos de 20, sin consecuencias negativas hasta ahora. Twitter me da un pantallazo mucho más efectivo que 100 listas de notas no leídas. Para las noticias de México y el mundo, me basta una charla de unos minutos con Barbie, y con eso quedo cubierto.

Mi Google Reader está a punto de ponerse a dieta drástica. A lo largo de estos meses, cuando necesitaba calmar mi síndrome de abstinencia o vaciar la cabeza, siempre recurría a mi categoría «amigotes». Engadget? fuck it, New York Times? buuuuuu, SEOMoz? quién?

En cambio, siempre fui a buscar el contacto con PERSONAS. Eso es clave para mantener sano el coco.

Otro hallazgo fue Twitter. Al margen de ser un buen espacio para tontear, descubrí que es un muy buen «filtro de relevancia» de las noticias. A ver: si algo aparece como pendiente de lectura en mi Google Reader porque un website tiene que cumplir con su cuota de 50 posts diarios, no significa nada para mí. Si un tipo que yo sigo en Twitter encuentra algo tan interesante que no tiene más remedio que comentarlo, adquiere mayor relevancia para mí, decida o no leerlo.

Así que esto también es parte del cambio. Ya no más listas eteeeeeernas de links para mostrar qué cool soy, que leo cosas que a nadie le interesan. Mi blogroll ahora va a contener sólo contactos de gente que conozco o admiro, con quienes haya intercambiado opiniones y sienta que de alguna manera hayamos estrechado las manos. La palabra clave es GENTE.