Para que el alma brille

Hay que andar despacio,
porque si no, el alma se cansa.
Si el alma se cansa, no brilla.
Si no brilla, no se puede ver desde arriba.
Y si no se ve desde arriba, Diosito no te puede cuidar.

–Sabiduría de una madre toba de Chaco, Argentina. Me lo contó «la Pili», que es una genia, y está escuchando a Radaid.

La realidad siempre es más bella

Soy Scherezade: si mis historias no fascinan al Pasha, me matará en la mañana.

Eso dice una antropóloga cultural de 60 años, 25 de ellos casada y que gana más dinero poniéndose al teléfono que trabajando para una corporación.

De casualidad me encontré con Phonesex en Mother Jones, un ensayo fotográfico que explora a los operadores de líneas calientes, con historias cortas sobre cada uno, llamadas memorables y fotos que te cortan la respiración.

Phonesex Photo Essay

Phonesex Photo Essay

No me termino de explicar la necesidad íntima de inventarse historias, para materializarlas en una charla anónima por teléfono. Supongo que representan una forma primordial de escapismo.

Creo que hay historias que se viven mejor con los ojos bien abiertos, basta con encontrar tu Scherezade personal.

Esos de la UNAM son «rojillos»

Este es un diálogo que me contaron. Conozco a uno de los protagonistas. Sabíduría universal:

Director de División: Estoy harto de los becarios/trainees que me traen, son inútiles, no tienen hambre, no tienen garra, ni ganas de aprender. Basta de traerme chiquillos malcriados de la Ibero y el Tec, que no aprenden nada. Creen que van a pasar de la escuela mágicamente a dirigir esta empresa. A partir de hoy quiero gente de la UNAM y el Politécnico, que de toda esa masa al menos vamos a encontrar UNO que valga el tiempo que le invertimos.

Director de RH: Pero… esos de la UNAM son «rojillos»

Director de División: mira, lo zurdo se pasa con el tiempo, lo pendejo no se va nunca.

Cuando el agua no canta

Cuando el agua no canta, hay que llamar al lapidario.

Mi amigo Paco tenía un serio problema: las fuentes de su jardín, en lugar de sonar de una manera armónica, emitían un glub, glub desagradable.

La solución que encontró me llevó a descubrir la ocupación más excéntrica que se me ocurre: el lapidario.

El lapidario se instala en tu jardín y estudia con detenimiento el canto de tus fuentes. Un par de golpes aquí y allá para corregir la piedra, y otra vez a escuchar atentamente qué más dice la fuente.

Ojo con restar importancia a lo que hace este afinador de fuentes. Cuando medites tu próximo emprendimiento, cuando apagues la cabeza luego de una semana larga, cuando necesites inspirarte, si lo haces junto a una fuente bien afinada, los resultados se multiplicarán.

Dos conclusiones: 1) Lapidario es un triste nombre para un oficio tan musical. 2) Quisiera tener los problemas que sufre mi amigo Paco.

Selma y el Che Guevara

Mi amiga Selma vivió en París del ’66 al ’68, mientras estudiaba en la Sorbona.

Una noche, su amiga Luisa le dijo: «Ven a dormir a mi casa, necesito tu departamento para hacerle un favor a un amigo».

En aquellos años revoltosos en París, un pedido como ese era más que normal, así que no había más que acceder.

En teoría no debía hacerlo, pero se quedó un rato más de lo pactado. Al llegar el amigo misterioso, le entregó las llaves con un simple saludo y partió.

-Era el Che Guevara -cuenta. Tenía el pelo corto y estaba sin barba. Era MUY buen mozo -asegura, con un súbito brillo en sus ojos cansados.

-Luego lo encontré en algunas reuniones. Todos se detenían a escucharlo.

Eso pasa cuando alguien tiene grandes historias para contar: todos alrededor de la mesa estábamos en silencio.

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Og Mandino al desnudo

Un amigo me contó que a Og Mandino le gustaba quedarse en pelotas cuando dictaba sus libros.

La editorial donde trabajaba mi amigo tenía los derechos de las ediciones en español del autor, así que cuando el tipo se aprestaba a escribir, enviaban una dactilógrafa que tomara el dictado al mismo tiempo que la enviada de la editorial para el habla inglesa.

Cuando Mandino ya era un personaje conocido, lo instalaban en las amplias suites del Hotel Plaza de New York para que nada empañara su inspiración. Con cada libro se repetía el mismo ritual: mientras las chicas aprestaban sus máquinas de escribir y se acomodaban en sus escritorios, Mandino se despertaba y salía de la habitación completamente desnudo, a perseguir a las chicas.

Siempre el mismo ritual en el teléfono: una dactilógrafa llorosa, semiencerrada en un baño telefoneando a la editorial y renunciando en el acto, mientras que desde acá trataban de calmarla y darle tips para resistir las aceleradas del vendedor más grande del mundo.

Cada libro costaba varios boletos de avión imprevistos. Parece que nunca hubo dos libros transcriptos por una misma dactilógrafa. Igual se vendía bien, y las anécdotas son la mejor parte.

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