Emprender, aprender, compartir

Estoy empezando a creer que es mejor hablar de lo que uno HACE y no de lo que uno SABE.

El problema con «saber» es que a veces agrupa conocimientos que adquirimos a través de la experiencia de otros y no contrastamos personalmente. Nos convertimos en evangelizadores sobre temas que nos fueron presentados convincentemente y que por diversas causas sirven a objetivos de terceros, pocas veces a los nuestros.

La «literatura» de negocios tienta en particular a todo un cardumen de ingenuos, deseosos de salvarse a través de alguna fórmula rápida o pase mágico, que insisten en ignorar que en el gran esquema de las cosas las recompensas y el nivel de esfuerzo que se requiere para obtenerlas, suelen equilibrarse.

A mi alrededor hay muchos esperanzados que recitan las fórmulas de «Lean Startup», «Getting Real», «Customer development» como si fueran una oración al dios de las empresas exitosas que hará aparecer mágicamente una marea de clientes con cheques en blanco frente a su puerta, mientras se deshacen de cualquier traza de sentido común a la hora de definir el producto que pretenden ofrecer o el mercado que pretenden atender.

Por eso es que cuando Eduardo me invitó a pasar un rato «talking shop» en Aldea Digital, me concentré más en qué viví y no en qué leí. Abajo el video, con algunas pinceladas de cómo fundé una agencia de publicidad, cuándo y por qué la dejé en pleno ascenso y qué aprendí en el camino (mucho de eso está acá también), que pueda aclarar ideas a algún jovenzuelo más desorientado que yo.


Aldea Digital: Negocios digitales y emprendimiento en México.

Kintsukuroi o la vida rota queda siempre más linda

Uno no viene listo para enfrentar los desafíos de su tiempo. Toda la información que recibimos de chicos, viene de gente que tampoco estuvo lista para los propios.

Los da Vinci, los Tesla, Arquímedes y Jobs nos parecen adelantados, visionarios, cuando son simplemente personas que saben descifrar el presente y apropiarse de las posibilidades que tienen al alcance de la mano. Viven intensamente el hoy y se nutren de su entorno, porque si realmente vivieran en el futuro, todo su legado estaría en páginas de libros discutibles.

Aunque parezca una sobresimplificación, no deja de ser un don supremo que nos está vedado a los mortales rasos. Lo mejor que podemos hacer es descubrir esa carencia -o esas posibilidades- cuanto antes, para cambiar con un poco de suerte y viento a favor, el rumbo de nuestras vidas.

Y para intentar explicar por qué arranqué tan etéreo, creo que conviene viajar un poco al pasado.

En los alrededores de mis 5 años de vida, entre algunos ataques de asma y la ausencia suicida de toda prestancia futbolística, desarrollé una pasión voraz por la lectura, sabiamente alimentada por mis padres, que como gran porción de la clase media argentina veían en la cultura el camino más noble hacia la movilidad social.

Ese gusto por la lectura devino también en una visión un poco torcida de la realidad: más de una vez choqué contra el frío mundo (o los fríos nudillos de algún compañero de escuela) porque mi visión literaria de cómo debían ser las cosas no coincidía con cómo eran.

Llamémosle sensibilidad artística, y dejaré entrever que pasé mis años de secundaria y algunos de universidad soñando algunas historias fantásticas y escribiendo poesía de la que no me termino de avergonzar, por no-muy-misteriosas causas. Eso sí, para el teatro, la música y «las artes visuales» como aglutinador de las restantes musas, soy de piedra.

Me he quejado amargamente ya de haber dejado de leer. Lo que aprendí a ver hace poco es que también había dejado de soñar. En algún momento entre 1992 y 2000 pensé (o dejé que fuera pensado en mi lugar) que había que ser práctico, asegurarse un futuro tanto como se pueda y amoldarse a varias ideas preconcebidas de «carrera», «profesión», «vocación» y «éxito».

Acá estoy, con un título de Contador Público que me acercó muchas ventajas prácticas con el correr del tiempo, pero ninguna revelación estremecedora sobre mí mismo. Desde antes de comenzar la universidad yo trabajaba con computadoras y ese fue realmente mi primer amor profesional, pero cuando me tocó elegir la carrera, pensé que estudiar algo relacionado al campo de cómputo era más o menos limitante (1992 en Córdoba, Argentina), versus la posibilidad de conocer las tripas de la operación de empresas y negocios de cualquier ramo.

Lo suelo presentar como una decisión mega-inteligente tomada por un jovenzuelo en extremo maduro para su corta edad, pero -a la distancia- parece más una forma poco sexy de acomodarme a mi entorno que una epifanía.

Que no suene muy dark: he tenido una suerte monumental. Durante toda mi carrera profesional fui el tipo correcto en el momento justo y me funcionó a la perfección. Acepté ofertas e hice apuestas que siempre salieron bien para mí. La cosa es que casi nunca lo hice con amor. Se trataba más de no decir que no a buenas oportunidades que de seguir al corazón.

Cuando uno tiene un hijo, toda la vida cambia. Y Lucca en particular llegó con algunos desafíos extra, que nos costaron mucho en insomnio, tiempo de adaptación y todavía estamos aprendiendo a acompañarlo y allanarle el camino hacia el futuro. Nos paga con sonrisas y sueños brillantes, es un trato justo.

Kintsukuroi

Kintsukuroi

Entonces un día, al azar, me encontré con el concepto de kintsukuroi, que significa «reparar con oro». Es una tradición japonesa, que consiste en reparar objetos de cerámica con una laca que contiene oro o plata, como en la foto. El trasfondo tácito de la tradición es que el resultado es más bello por haber estado roto.

Este futuro que con Bárbara construimos para Lucca, y tooodos esos sueños brillantes que nos regala, son kintsukuroi. No sé predecir el futuro, pero a alguien con semejantes sonrisas solo le esperan cosas buenas.

Volviendo a mí, la cosa es que llevo 21 años desde que conseguí mi primer trabajo y cada vez que me toca recorrer esa historia, lo hago con más distancia, como si estuviera hablando de otro. Todas esas decisiones racionales, convenientes y rentables, tuvieron un «costo de oportunidad» en términos de las nulas ganas que tengo de repetirlas, por ejemplo.

Pero no TODO va tan así, según descubrí hace poco. Resulta que en 1995 conocí Internet, en 1997 renté mi primer servidor en una empresa de hosting (esa es toda otra historia, no tenía tarjeta de crédito y pagaba enviando cheques/giros por correo físico a nvision.com), y desde ahí siempre mantuve vivos varios websites de amigos y clientes, con un gusto inusitado.

El hosting y la ristra de partes móviles que implica siempre fue un hobby para mí. Lo veía como la extensión natural de mi actividad como programador y después facilitador de comunicación. Los pilotos de carreras aprenden de mecánica como la gente que publica cosas en Internet debe saber manejar los cimientos de esas publicaciones.

Ese hobby, me sorprendí, es la actividad profesional más extensa que desarrollé en mi vida. Y también es la actividad a la que siempre regresé. Mientras la programación dejaba de ser central para mí, o la publicidad perdía su encanto inicial, o nomás me ganaba la vagancia, siempre tenía un rato para masajear un server y robarle unos ciclos extra de performance.

Es difícil de explicar, y por eso le estoy dando tantas vueltas al asunto. Me genera una brutal disonancia cognitiva, porque tengo programado en la cabeza que la respuesta «correcta» a la tan temida pregunta «¿A qué te dedicas?» está más cerca de «Tengo una agencia de publicidad» o «Soy el CEO de X empresa» que «Me gusta tontear con computadoras sin interfaz gráfica», especialmente después de 20 años de «carrera».

Preconceptos sociales -artificiales, o’course- aparte, es indescriptible el gusto que me da diseñar plataformas de hosting y lo mucho que disfruto aprendiendo y experimentando sobre ideas nuevas a cada rato. Esta es exactamente la sensación a la que se refiere el refrán/aforismo «Elige un trabajo que te guste, y no tendrás que trabajar ni un día en tu vida», que atribuyen a Confucio. Mientras tanto, mis servers responden a unos 8,000,000 de visitantes al mes, y me divierto como un enano que se divierte.

¿Qué aprendo de todo esto? Kintsukuroi. Tengo que aprovechar los fragmentos «rescatables» de lo que hice hasta ahora, y agregarles el «oro» de estos descubrimientos recientes para ver si logro un resultado más bello que el anterior. Al final, sigo siendo el mismo que ayer, y tengo 21 años de experiencia en tecnología, comunicación y management; lo central es para qué los uso, y predigo que a partir de ahora vienen tiempos apasionantes.

Está bien, acepto que mis pasiones son raras, pero si conoces de alguien a quien el hosting le haya quedado chico, o su WordPress ande leeento, sería un excelente momento para ponernos en contacto. Yo, encantado.

Atención emprendedores: Plug and Play busca proyectos en Latinoamérica

Lo básico: €5,000 a cambio del 5% de la empresa a quienes resulten seleccionados, con opción de agregar €40,000 extras a cambio de un 10% al final del ciclo de aceleración de 3 a 4 meses en Valencia, España. Los 10 proyectos seleccionados recibirán servicios y herramientas valuados en €200,000 como parte del programa para dar el salto a Silicon Valley y Europa.

No te quedes acá, en Plug and Play tienen muchos más detalles y Amartino conoce bien a los «perpetradores».

Los emprendedores FLORECEN en el vacío *

Un emprendedor es un tipo capaz de generar valor donde antes no había nada.

No se necesita ningún ángel, ni VC para crear emprendedores, y la visión estrecha que equipara emprendedurismo con endeudarse vía inversores externos me disgusta porque también desinforma, quizás peor que los discursos de graduación del Tec.

Mientras que los VCs y demás fauna no viven sin emprendedores (lo aclara perfectamente Fabre cuando dice que esa gente que puso $400M tiene expectativas de colocarlos o no los hubiera puesto), puede haber emprendedores sin el ecosistema de capital.

Volvemos al inicio: lo que falta es actitud emprendedora. Hervor en la sangre y urgencia en los huevos para formar una empresa y cambiar al mundo, cuanto antes. No se trata de montar una miscelánea en un rincón de la colonia donde no había, se trata de capturar valor donde nadie miraba. Cobrarte por pasear tu perro. Eso no requiere de capital ni discusiones sobre la composición del board.

Huevos, no garages. Adultez. Si tenemos que respetar su derecho a votar para decidir el vaivén institucional del país, por qué en paralelo los tratamos como retardados, incapaces de terminar una carrera mientras se sostienen solos?

Todo esto empezó porque el sistema educativo universitario privado conspira para mantenerte en ese capullo protector hasta que termines tu maestría, sin sentir vergüenza por lanzar al mercado a inútiles ilustrados que jamás vieron el interior de una empresa ni por la ventana; y mientras tanto los padres “protegen” al retoño para que no tenga que trabajar: se le puede poner un rifle en las manos y mandarlo a la guerra, pero cuidadito con acercarse a una engrapadora, que le va a hacer mal.

Yo sé que a más de uno le encantaría vivir en Silicon Valley sin mudarse del DF, y quizás puedo admitir que no sería dañino que se genere un ecosistema más o menos parecido, a escala nuestra, de inversión de riesgo, pero -de verdad, de verdad, de verdad- no hace falta. Lo que sí hace falta es todo lo otro.

Particularmente huevos.

* Nota: este es un comentario que escribí en otro post, pero estos días estoy iniciando una incubadora de negocios y llevo mucho tiempo meditando sobre este y otros temas. Creo que tengo mucho material para los próximos días.

Financiamiento y asesoría para emprendedores mexicanos

Ahora que lo anunciaron puedo comentar sobre Genera.

Genera es un programa de apoyo a emprendimientos mexicanos con foco en mejorar algún aspecto de la vida urbana a través de la tecnología.

La idea detrás de esto es apoyar a emprendedores jóvenes con buenas ideas para que tengan acceso a fondos, un espacio de trabajo y un grupo de tutores/consejeros que van a orientarlos para desarrollar la empresa hasta llegar al punto de lanzarse al mercado.

Es el tipo de proyectos que me encanta, y justamente estuve creando espacios en mi vida para poder dedicarle más tiempo a este tipo de actividades. La organización está a cargo de los cerebros detrás de los eventos Pase Usted, así que hay muy buena energía detrás de todo esto.

Quienes me conocen saben que desarrollar e impulsar a emprendedores jóvenes me interesa muchísimo y me puse muy contento cuando me invitaron a participar. Si no hay cambio de planes, voy a estar primero en la selección de proyectos y luego como tutor de alguna(s) de las empresas que ingresen al programa.

Visiten el website del programa para conocer todos los datos y participar.

¿Dejar de emprender?

Mariano pregunta si alguna vez dejarías la vida de emprendedor para comenzar a trabajar en una empresa grande.

Yo no sé si soltaría del todo, pero seguro me tomaría un sabático medio largo:

– Si Umair Haque me invitara a hacer crujir la cabeza en el Havas Media Lab.

– Si recibo un mail de Chris Anderson, iría sin chistar a lamer sobres a TED (y creo que no cobraría).

– Shell, Exxon, BP y demás van a ser protagonistas de las próximas 2 décadas. Pueden ser héroes o monstruos, 2 procesos muy interesantes para vivir desde adentro (te lo dije, laaaargo el sabático).

De todas formas, la pregunta te orilla a resaltar la afinidad de cada uno con la marca, más que con el «ideal romántico» (expresión que estoy usando mucho por estos días) de desoír el «llamado» emprendedor para trabajar en una empresa/marca (y puede incluír emprender desde adentro).

Qué quise decir? Que creo que el 80% de los encuestados va a incluír a Google, Apple, Microsoft (menos cool), Amazon, Facebook, etc. entre sus elecciones.

«Yo quiero ir a diseñar el próximo gran iProducto junto a Jonathan Ive» es muy tentador, pero ¿no atenta eso contra las razones por las que iniciaste tu emprendimiento? ¿No puedes ir a seminarios que él imparta, anotarte si da clases en alguna universidad o contratarlo para que dé un par de conferencias en TU oficina, sin renunciar a lo que construíste?

Una agencia de medios y una petrolera seguro suenan a old money y revolución industrial a la mayoría de los comentaristas de Mariano, sin embargo son jugadores que será imposible ignorar en la economía que viene, dentro y fuera de internet. Van a experimentar procesos de cambio interno que las van a transformar de punta a punta y ese sería un ecosistema ideal para que un tipo emprendedor pueda dejar su huella.

Creo que ser emprendedor es una cuestión espiritual. En el caso más extremo, pasearse a la sombra por los rincones de una empresa es más fácil y estable. En el mejor de los casos, el empleado activo y comprometido con la empresa, no comparte los riesgos de la organización (salvo que haya despidos masivos por pérdidas graves).

En ambos casos, siempre hay un colchón o un paracaídas. Si alguien la caga, hay que levantarse al día siguiente y volver al escritorio como si nada. En cambio el esfuerzo, la fe, la acepción de riesgos que pone el emprendedor detrás de su empresa implican un compromiso con una idea muy superior a la cuestión financiera. O quieres hacer algo nuevo, o algo distinto, o todo al revés, pero que sea TUYO. Y en ese escenario, la bancarrota es uno de los resultados posibles.

Mi referencia a una agencia de medios y una petrolera es deliberada (aunque iría con gusto). Si vienes de ser emprendedor, te resulta tan fácil apagar ese gen y adoptar jefes, políticas, estructuras y procedimientos, sólo porque la empresa te parece cool?

Pero me fui mucho. Después de mucha verborragia™, la cuestión clave es: vas a dejar tu emprendimiento por un sillón para culos gordos? Si tienes gen médico: prefieres ser un cirujano plástico en Beverly Hills o un Médico Sin Fronteras en Darfur?