O cómo entre Hollywood y el Corín Tellado distorsionan severamente la percepción del romanticismo.
En artículos de contenido similar a este, se suelen citar estudios antropológicos que dan cuenta de características evolutivas heredadas de nuestros antepasados simiescos. Estos estudios analizan el comportamiento del borracho promedio en un bar a la luz de las marcas que dejó en el instinto humano la temporada que pasamos cazando mamuts y viviendo en cuevas.
Dejando de lado estas cuestiones evolutivas demasiado abstractas y complejas para el animal de turno, y reconociendo que el mundo civilizado se ha encargado de borrar cualquier vestigio de esos comportamientos instintivos, suelto mi hipótesis aquí mismo:
Un tipo (normal, promedio, común a mi limitada perspectiva del mundo) al encontrarse con una mujer «deseable» (léase de edad y características físicas que resulten sexualmente compatibles con el tipo), durante los primero segundos del encuentro hará un cálculo de cuántas probabilidades tiene de acostarse con ella.
Al margen de lograrlo o no, o de querer lograrlo o no, el tipo ajustará su comportamiento hasta que la probabilidad se acerque al nivel con que el sujeto se siente cómodo, y a partir de allí la conversación seguirá sus carriles normales.
Quizás haya intepretaciones más eufemísticas que esta, pero su esencia no se aleja demasiado del postulado esencial: la cabeza pequeña rige el comportamiento del hombre durante los primeros 20 minutos de una conversación con una mujer.