Las manos que mecen el tránsito

Una amiga me contó una historia risueña: Hace unos años durante la realización de una obra en la casa de su familia, uno de los obreros se encontró con un reloj de arena, y preguntó al padre de mi amiga de qué se trataba ese curioso aparato. Al recibir la explicación de su función, y sin salir de su asombro, exclamó «¡Ya no saben qué inventar!».

Similar azoramiento me ataca cuando veo en infinidad de cruceros de la ciudad -debidamente equipados con semáforos en perfecto funcionamiento-, a dos o más policías de tránsito agitando sus manos enguantadas, acompañando el flujo del tránsito vehicular.

Acaso el semáforo no es lo suficientemente claro? Necesito que alguien me diga que puedo ponerme en marcha cuando el semáforo ilumina su disco verde? Necesito pagarle el sueldo a alguien que mecánicamente agita sus brazos durante todo el día al ritmo de los cambios de luz?

Una respuesta piadosa sería: «No, la gente sí entiende los semáforos, pero en ciudades complejas como esta, es necesario que la policía de tránsito colabore con la señalización, para ordenar y facilitar la circulación».

Este hipotético interlocutor miente con toda su hipotética boca. He presenciado atrocidaes perpetradas en esas mismas esquinas, resguardadas por estos personajes. He cometido atrocidades, fruto del apuro o la impericia, bloqueando una intersección, obstruyendo la circulación, deteniéndome donde no debía y demás iniquidades.

Nunca jamás ví a uno de estos policías de tránsito ejercer su autoridad para desatar el nudo. La única vez que uno de los guardianes del tránsito reaccionó frente a mi idiotez, fue para gritarme «Burro!» (a la afrenta de la futilidad de su función agregan el agravio del insulto?). Ninguno de los que ví cambió la dirección de sus brazos y los envió hacia la pluma y el talonario de multas.

Al margen de las exageraciones a las que acudí para dar énfasis a mi postulado, considero que manejo medianamente bien. Trato de no ir muy apurado, no hacer maniobras bruscas, anunciar con suficiente antelación mis maniobras. Me preocupa qué piensan mis colegas conductores de mi manejo, así que cuido las formas, tanto en la ciudad como en la carretera. Dicho esto, una de las cosas que vería con agrado es un aviso de multa alguna vez en mi buzón.

Porque ya que no podemos cambiar el comportamiento del semáforo, estarímos haciendo algo útil con los policías de tránsito.

Mientras eso pasa (y también esperamos que la ciudad haga más eficiente el trámite de pago de multas, y el servicio postal mejora su cartografía para que las multas lleguen, y los ciudadanos descubran que pagar la multa no engorda la cartera de un funcionario, sino que mejora el funcionamiento de una escuela, etcétera), yo me siento un Quijote en una ciudad con molinos de viento en cada esquina.