En el aniversario número 30 del golpe de estado que instauró la última dictadura militar en Argentina, durante una ceremonia en el Colegio Militar de la Nación, Kirchner dijo: "el golpe no se redujo a un fenómeno protagonizado sólo por las Fuerzas Armadas" e hizo un llamado a la autocrítica de "sectores de la prensa, de la Iglesia y de la clase política argentina" que "tuvieron también su parte cada vez que se subvertía el orden constitucional" (nota completa en Clarín).
Es cierto, cada vez que los militares se robaron el poder en Argentina, los hicieron con la anuencia y el apoyo de grupos que a través de la historia, resultaron beneficiados por las depravaciones de las juntas militares, nacionalización de la deuda externa incluída.
Eso es un hecho. Kirchner suelta su diatriba alrededor de este hecho y yo, aunque esté de acuerdo con él o no, reconozco que en tooodo el discurso, hay algo cierto.
Entra en escena una tal Marta A. H. de Olivero, de Bahía Blanca, Buenos Aires, quien parece ser una devota católica y responde (el resaltado es mío):
Como hija de la Iglesia, trataré de detener con mi pluma este otro latigazo más que, en pleno viernes de Cuaresma, recibe la Esposa de Cristo.
Sabemos que la Iglesia Católica pertenece a un reino que "no es de este mundo" y que su cabeza invisible es Cristo. Nivelarla públicamente en un plano de igualdad con "ciertos sectores de la sociedad, de la prensa y de los políticos" es demostrar una falta total de fe, de respeto a su dignidad y de visión en su origen sobrenatural. La alianza de Dios con la milicia se remonta hasta el Paraíso, donde el Creador, para defender Su Reino del mal, (capitaneado ya por Satán) puso frente a sus puertas a un ángel armado con una espada.
Lo que en realidad me alarma de una afirmación tan ridícula, rayana en el delirio místico, es que se convierta en un argumento en alguna discusión de importancia.
La iglesia es una institución política. Su funcionamiento, los actos de sus representantes y funcionarios, sus objetivos e intereses, son estrictamente políticos. Dios, Alá, Buda, Vishnu o el nombre que cada uno le ponga a su divinidad favorita, no tiene nada que ver con la iglesia o el estado soberano del Vaticano.
Cuando la iglesia, por sí o a través de sus representantes, comete delitos por obra u omisión, como encubrir los crímenes de las dictaduras, o encubrir los crímenes de índole privada que perpetran sus adeptos, tiene que responder por sus actos ante la corte de los damnificados.