Néstor Kirchner en México

El presidente y la Primera Senadora están en México para la primera gira proselitista internacional de Cristina inaugurar la «Casa de la Cultura Argentino-Mexicana», coronada por una fuente que imita el monolito central de la Plaza de Mayo. Todavía debe estar en la embajada, repartiendo apretones de manos a obsecuentes y meseros, los principales invitados al evento.

De verdad, no tengo nada contra K. No viví su Argentina, y me tocó vivir muy poco de la anterior, por juventud o por ausencia. Quizás pueda criticar desde la forma algunas de sus decisiones, pero también quizás tomaría las mismas, si estuviera en su sillón.

La cuestión es que su discurso me parece TAN ajeno, TAN anclado en los ’70s, que no hubo ninguna parte de su declamación que me hablara en primera persona.

A punto de cumplir seis años viviendo en México, descubro que las manifestaciones exageradas de argentineidad me provocan un poco de rechazo. Que los aplausos forzados -demasiado expresivos- (quizás hubo aplaudidores infiltrados entre la manada?) cada vez que K mencionó que Argentina se negó a pagar la deuda externa, me dejan con ganas de preguntar «cómo? no fue porque NO HABÍA plata?».

Esa euforia del que busca reencuentros me resulta ajena. No basta la excusa de «somos argentinos» para apretarme contra un desconocido. Ni para hacerlo con uno que conozco, y sé que es un cagador. Yo no salí del país como último remedio, así que no estoy añorando la vuelta y las empanadas. Dame un taco, aunque la dieta se vaya a la merde. No tengo por qué estar de acuerdo con tu perspectiva exiliada, muchas gracias; me quedo con la mía.

En resumen, fui a la embajada en contra de mi voluntad («yes, dear», y’know), escuché un discurso escrito y ensayado para otra gente, y pude tomar un poco de Malbec para bajar empanadas normalitas normalitas. Toooodo un cliché.

Pero no todo es llanto esta noche: conocí a José Pekerman; estuvimos charlando como una hora, el tipo es repiola. Te cuento más tarde.