Biblioteca llena = cementerio

El domingo pasado estuve en un evento llamado «Más libros, mejor futuro» donde Barbie leyó algunos pasajes de libros de autoras locales ante una asombrosa cantidad de gente. Asombrosa si tomamos en cuenta el discurso recurrente sobre la lectura en vías de extinción.

Mientras pontificamos acerca de la indispensabilidad de la lectura para el avance de la Humanidad, la realidad dice que comprar un libro de $200 (unos USD15), está bastante abajo en las prioridades de una familia de 5 que vive con los hipotéticos $6,000 que les tocan según algunas luminarias gubernamentales.

Más allá de los útiles escolares, que cuestan y bastante, comprar un libro para entretenerse es infinitamente más caro que encender la TV.

Mientras tanto, en mi baticueva, filas y filas de libros que pueblan mi biblioteca juntan polvo y jamás van a ser abiertos por segunda vez.

Llevo un rato largo pensando en estas cuestiones, especialmente desde la aparición -con éxito en el mercado- de los lectores digitales como el Amazon Kindle.

Pienso que hay libros para guardar y hay libros descartables. Guardo las obras completas de Borges, inagotables; poesías y relatos que cambian según mi humor cuando las lea; biografías de inmortales con ojos que queman desde el sepia de sus fotos. Guardo libros que dicen quién soy o quién aspiro ser.

Hay otros libros que no resisten una segunda lectura, que al entregar el último punto perdieron todo de sí. Conozco libros que ni los autores creen propicio recordar; son sólo una salchicha más escupida por la planta empacadora de Gladwell & Co.

Sea cual sea el bando al que pertenezcan, todos comparten un potencial que mi biblioteca desperdicia: harían mucho bien ante los ojos ávidos de alguien, mucho más que juntando polvo en mi casa.

Tratamos a los libros con una deferencia innecesaria. Hacemos reverencias ante el totemlibro y no los separamos del conocimiento que representan y transmiten. En siglos pasados, una buena biblioteca era parte esencial del patrimonio familiar.

Tengo una propuesta: guardemos solo el 10%. Nos quedemos con los autografiados y algunos entrañables, algún regalo de alguien que viva en la misma casa y vaya a notar la ausencia. Regalemos el resto. Vaciemos las bibliotecas para que no se conviertan en cementerios de libros.

Yo voy a hacer eso. Sepa quien me quiera regalar un libro, que se lo está regalando a mucha gente.

*Autores: no se asusten, no voy a dejar de comprar, sólo voy a dejar de alojarlos indefinidamente en mi pared.