El «Tiempo Real» no es real

Ni necesario. Y el real transcurre lento. No me atosiguéis.

Este es el primer post de una serie donde contaré mis aprendizajes durante mi año sabático, que se está acabando.

Los que vivimos en internet estamos acostumbrados a entender «tiempo real» como actualizaciones rápidas, eventos en vivo e información en la punta de tus dedos.

Los que vivimos en internet bien podríamos vivir dentro de un raviol. El tiempo real es lento. No instantáneo. Es REAL! Y a veces parece arrastrarse.

Cuando tienes años tonteando en Twitter, Facebook y reductos parecidos, junto con software de escritorio que dispara alertas, recordatorios de juntas, cumpleaños y pagos atrasados; y a eso le sumamos uno o dos teléfonos celulares que vibran, chillan y parpadean con SMS más recordatorios duplicados de las mismas juntas, es fácil confundirse y comenzar a tomar eso como la realidad.

Desconectado de la velocidad habitual en la vida de oficina, pude ponerme a pensar en el valor real de la inmediatez, y mis conclusiones se dividen en 2:

  1. En una era en que escasean las primicias, los medios se preocupan por exaltar el valor de «te enteraste de esto ANTES gracias a mí», comportamiento que bloggers y fauna similar reproduce con fruición (no hay razón para no hacerlo, toda vez que un blog es un medio).
    Ahora, enterarme ANTES me sirve si ese conocimiento me permite cambiar una decisión y beneficiarme, por ejemplo dejar de fumar antes gracias a haber recibido información sobre los efectos nocivos del tabaco. Más allá de eso, enterarme antes de la selección de vestuario de una pseudo-actriz para presentarse en un evento, o de la «declaraciorrea» de un político en campaña, incluso -anatema!- de la nueva línea de productos de cierta marca de computadoras, hace poco por mejorar mi vida.
    Conclusión 1: enterarme que AOL compra TechCrunch en el instante en que están firmando los papeles, es irrelevante para cualquiera no involucrado en la transacción, así que los medios que apelan a la velocidad como argumento de venta, deberían preguntarle a sus clientes si eso es lo que necesitan.
  2. Con la aparición de las redes sociales abiertas y asimétricas como Twitter, donde un descerebrado como yo puede ser visto por 3500 incautos, es importante estar informado para no quedar como un estúpido. Entonces sí habría un cierto valor para el humano promedio en mantenerse informado con una cierta inmediatez, para evitar que esa «audiencia» se ría de él.
    Esa vía de pensamiento no tiene en cuenta un par de cosas: de 3500 personas que podrían ver un tweet mío, sospecho que hay unos 100 a 120 que lo ven, de los cuales hay 50 que lo LEEN. Es cierto que quedará por siempre en Google y la Library of Congress, pero el impacto REAL es minúsculo. Además, incluso suponiendo que 3500 personas leen detalladamente todo lo que digo, el impacto real que eso puede tener en mi VIDA es igualmente marginal.
    Conclusión 2: humanos hiperinformados sobre estupideces efímeras agregan contenido sin valor notable a la conversación. Y si ese es su único aporte, hacen que pierda interés muy rápido en conversar con ellos.

Con el reciente rescate de los mineros chilenos pude observar otra faceta del tema: el momento en que la cápsula/sonda llegó a la madriguera donde esta gente vivió durante 69 días, tuvo más rating televisivo que un discurso presidencial en cada país donde se transmitió (excepto Venezuela y Argentina, donde no saben contar).

Todo el mundo quería ESTAR PRESENTE en el momento en que saliera ese primer minero a la superficie. La Presidencia chilena lo vendió así, las cadenas de televisión vendieron publicidad con ese mensaje…

…y mil-millones-de-televidentes se prendieron de los aparatos por media hora.

Eso duró el tiempo real. En unos 30 o 60 minutos se descargó ese gigantesco orgasmo transnacional, con discursos esperanzadores, arrebatos triunfales y lágrimas vertidas por parte de gente sensibilizada de todo el mundo. Ahora vamos a cenar, que se enfría el puré.

Los medios intentaron mantener el interés, los más hijos de puta con contadores de mineros rescatados vs mineros muertos, los más profesionales con flashes informativos y enlaces alusivos cuando pasaba algo importante. Pero -visto descarnadamente- enterarte (o ver, o presenciar) cuando sacaron al minero número 24 no hizo nada por tu mayor entendimiento de la condición humana ni su lugar en el universo, y tampoco el primero, 30 horas antes.

En paralelo, en el mundo digital, otra marea de información: durante algunas horas, mientras se alistaba el primer descenso y hasta más o menos el quinto rescate, Twitter y Facebook explotaban: los emocionados proclamaban «Viva Chile, mierda!» y los insoportables informaban con minucioso detalle lo que veían en su televisor. Detalles como la velocidad de la cápsula, los asuntos familiares de los mineros y las entidades internacionales que habían colaborado en el rescate, ametrallaban las pantallas de computadoras y teléfonos de todo el mundo, sin ninguna necesidad aparente.

Leí en su momento a un blogger/columnista de uno de los tantos Times que se publican en USA diciendo que estaba en el cine, pero que podía seguir todo lo que pasaba en Chile vía video streaming gracias a la buena señal 3G que tenía en la sala. Se me nublan los sentidos y me atacan palpitaciones. Si su función era cubrir el rescate, hubiera estado en la redacción de su diario; ergo, era ocio. Si se iba a clavar viendo lo de Chile, ¿no podía hacerlo desde su casa, en vez de pagar el ticket? Pero la que más me gusta: ¿por qué no se deja de joder y lo ve al otro día -o una semana después- en alguna de las miles de repeticiones y reseñas periodísticas?

A no confundirse: fue un evento emocionante. Fue una muestra de profesionalismo, entereza, habilidad técnica y una considerable dosis de suerte por parte de todos los involucrados. También permitió que mucha gente común le diera un vistazo a la trastienda de la industria creadora de celebrities, al enterarse que ya hay tours, películas, libros y merchandising en desarrollo para lucrar cuanto se pueda de la exposición que tuvieron los mineros. Pero difícilmente mi vida cambie a causa de ello, y mucho menos va a cambiar por haberme enterado en el momento en que me enteré.

Muchas veces se les criticó a los medios impresos la facilidad que tienen para convertirse en envoltura de pescado al día siguiente, y muchos pensaron que la solución implicaba una mayor velocidad, por ejemplo imprimiendo múltiples ediciones. Aplausos: ahora puedo envolver pescado con el diario de hoy.

Con los medios digitales pasa igual: el que estén posteando desde la conferencia de prensa, no mejora mi entendimiento del asunto.

Consejo para los dos bandos: concéntrense en la profundidad de lo que me quieren contar, y cuéntenmelo con una periodicidad que mantenga mi interés. No lo necesito antes, lo necesito bueno.