Uno no viene listo para enfrentar los desafíos de su tiempo. Toda la información que recibimos de chicos, viene de gente que tampoco estuvo lista para los propios.
Los da Vinci, los Tesla, Arquímedes y Jobs nos parecen adelantados, visionarios, cuando son simplemente personas que saben descifrar el presente y apropiarse de las posibilidades que tienen al alcance de la mano. Viven intensamente el hoy y se nutren de su entorno, porque si realmente vivieran en el futuro, todo su legado estaría en páginas de libros discutibles.
Aunque parezca una sobresimplificación, no deja de ser un don supremo que nos está vedado a los mortales rasos. Lo mejor que podemos hacer es descubrir esa carencia -o esas posibilidades- cuanto antes, para cambiar con un poco de suerte y viento a favor, el rumbo de nuestras vidas.
Y para intentar explicar por qué arranqué tan etéreo, creo que conviene viajar un poco al pasado.
En los alrededores de mis 5 años de vida, entre algunos ataques de asma y la ausencia suicida de toda prestancia futbolística, desarrollé una pasión voraz por la lectura, sabiamente alimentada por mis padres, que como gran porción de la clase media argentina veían en la cultura el camino más noble hacia la movilidad social.
Ese gusto por la lectura devino también en una visión un poco torcida de la realidad: más de una vez choqué contra el frío mundo (o los fríos nudillos de algún compañero de escuela) porque mi visión literaria de cómo debían ser las cosas no coincidía con cómo eran.
Llamémosle sensibilidad artística, y dejaré entrever que pasé mis años de secundaria y algunos de universidad soñando algunas historias fantásticas y escribiendo poesía de la que no me termino de avergonzar, por no-muy-misteriosas causas. Eso sí, para el teatro, la música y «las artes visuales» como aglutinador de las restantes musas, soy de piedra.
Me he quejado amargamente ya de haber dejado de leer. Lo que aprendí a ver hace poco es que también había dejado de soñar. En algún momento entre 1992 y 2000 pensé (o dejé que fuera pensado en mi lugar) que había que ser práctico, asegurarse un futuro tanto como se pueda y amoldarse a varias ideas preconcebidas de «carrera», «profesión», «vocación» y «éxito».
Acá estoy, con un título de Contador Público que me acercó muchas ventajas prácticas con el correr del tiempo, pero ninguna revelación estremecedora sobre mí mismo. Desde antes de comenzar la universidad yo trabajaba con computadoras y ese fue realmente mi primer amor profesional, pero cuando me tocó elegir la carrera, pensé que estudiar algo relacionado al campo de cómputo era más o menos limitante (1992 en Córdoba, Argentina), versus la posibilidad de conocer las tripas de la operación de empresas y negocios de cualquier ramo.
Lo suelo presentar como una decisión mega-inteligente tomada por un jovenzuelo en extremo maduro para su corta edad, pero -a la distancia- parece más una forma poco sexy de acomodarme a mi entorno que una epifanía.
Que no suene muy dark: he tenido una suerte monumental. Durante toda mi carrera profesional fui el tipo correcto en el momento justo y me funcionó a la perfección. Acepté ofertas e hice apuestas que siempre salieron bien para mí. La cosa es que casi nunca lo hice con amor. Se trataba más de no decir que no a buenas oportunidades que de seguir al corazón.
Cuando uno tiene un hijo, toda la vida cambia. Y Lucca en particular llegó con algunos desafíos extra, que nos costaron mucho en insomnio, tiempo de adaptación y todavía estamos aprendiendo a acompañarlo y allanarle el camino hacia el futuro. Nos paga con sonrisas y sueños brillantes, es un trato justo.
Entonces un día, al azar, me encontré con el concepto de kintsukuroi, que significa «reparar con oro». Es una tradición japonesa, que consiste en reparar objetos de cerámica con una laca que contiene oro o plata, como en la foto. El trasfondo tácito de la tradición es que el resultado es más bello por haber estado roto.
Este futuro que con Bárbara construimos para Lucca, y tooodos esos sueños brillantes que nos regala, son kintsukuroi. No sé predecir el futuro, pero a alguien con semejantes sonrisas solo le esperan cosas buenas.
Volviendo a mí, la cosa es que llevo 21 años desde que conseguí mi primer trabajo y cada vez que me toca recorrer esa historia, lo hago con más distancia, como si estuviera hablando de otro. Todas esas decisiones racionales, convenientes y rentables, tuvieron un «costo de oportunidad» en términos de las nulas ganas que tengo de repetirlas, por ejemplo.
Pero no TODO va tan así, según descubrí hace poco. Resulta que en 1995 conocí Internet, en 1997 renté mi primer servidor en una empresa de hosting (esa es toda otra historia, no tenía tarjeta de crédito y pagaba enviando cheques/giros por correo físico a nvision.com), y desde ahí siempre mantuve vivos varios websites de amigos y clientes, con un gusto inusitado.
El hosting y la ristra de partes móviles que implica siempre fue un hobby para mí. Lo veía como la extensión natural de mi actividad como programador y después facilitador de comunicación. Los pilotos de carreras aprenden de mecánica como la gente que publica cosas en Internet debe saber manejar los cimientos de esas publicaciones.
Ese hobby, me sorprendí, es la actividad profesional más extensa que desarrollé en mi vida. Y también es la actividad a la que siempre regresé. Mientras la programación dejaba de ser central para mí, o la publicidad perdía su encanto inicial, o nomás me ganaba la vagancia, siempre tenía un rato para masajear un server y robarle unos ciclos extra de performance.
Es difícil de explicar, y por eso le estoy dando tantas vueltas al asunto. Me genera una brutal disonancia cognitiva, porque tengo programado en la cabeza que la respuesta «correcta» a la tan temida pregunta «¿A qué te dedicas?» está más cerca de «Tengo una agencia de publicidad» o «Soy el CEO de X empresa» que «Me gusta tontear con computadoras sin interfaz gráfica», especialmente después de 20 años de «carrera».
Preconceptos sociales -artificiales, o’course- aparte, es indescriptible el gusto que me da diseñar plataformas de hosting y lo mucho que disfruto aprendiendo y experimentando sobre ideas nuevas a cada rato. Esta es exactamente la sensación a la que se refiere el refrán/aforismo «Elige un trabajo que te guste, y no tendrás que trabajar ni un día en tu vida», que atribuyen a Confucio. Mientras tanto, mis servers responden a unos 8,000,000 de visitantes al mes, y me divierto como un enano que se divierte.
¿Qué aprendo de todo esto? Kintsukuroi. Tengo que aprovechar los fragmentos «rescatables» de lo que hice hasta ahora, y agregarles el «oro» de estos descubrimientos recientes para ver si logro un resultado más bello que el anterior. Al final, sigo siendo el mismo que ayer, y tengo 21 años de experiencia en tecnología, comunicación y management; lo central es para qué los uso, y predigo que a partir de ahora vienen tiempos apasionantes.
Está bien, acepto que mis pasiones son raras, pero si conoces de alguien a quien el hosting le haya quedado chico, o su WordPress ande leeento, sería un excelente momento para ponernos en contacto. Yo, encantado.
Gracias. Estas letras son un poco de oro entre tanto quebranto.
Abrazo. Sonrisa.
Mr. B. Quiero aprender WordPress…
Pero amén de eso, tus textos siempre son ORO, pero entre tanto que se lee hoy en la red, no resta solo darte las Gracias.
Me hiciste reflexionar, y cuestionar el rumbo que he tomado en aras de la «practicidad»…
Platicamos luego y me iluminas.. Ok?
Un abrazo.
Ustedes 3 son ejemplo de guerreros, luchadores y pasion por lo que hacen. Los quiero.
Espero en un puñado de años poder leerme a mi misma como tu lo haces ahora. Sé que me dirás que todavía te falta mucho por entender de ti y los caminos que te llevaron a donde estás, pero para mi eres un ejemplo de la lucidez que se logra a través de la auto exploración, experimentación y atención a nuestras propias reacciones.
Celebro que descubras nuevamente qué es lo que te gusta hacer, que por cierto me parece que será muy buen negocio. Espero pronto estar solicitando tus servicios.
Y gracias, por compartir tu aventura, la de los servers, la de Lucca, la personal, la que compartes con un café matutino. La generosidad siempre paga con creces.
Un abrazo amigo,
Buena reflexión. Somos tantos los que andamos por la vida tomando decisiones que parecen correctas… Pero todos los días nos preguntamos porqué sentimos ese vacío…
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Andrés, más allá del «fallido» comienzo dándole una silla en el salón de la fama a Jobs junto a Da Vinci y Tesla (algo así como invitar a Godinez a hacer un protagónico en Walking Dead…), es increíble como a veces los seres humanos no podemos salir de nuestro propio «preformato», hablando en idioma geek.
Esto lo digo porque leo tu resumen de vida y estoy leyendo el mío también. Podríamos agregar detalle más, detalle menos, tropiezo más, tropiezo más, tropiezo más, e hijo incluído… Pero siento que tu definición de «tomar todo lo mejor de cada parte de esa vida pasada» y unirlas con oro es lo más sensato que he leído en más de 30 años de vida y veintitantos de experiencia laboral en el mundo informático y luego periodístico y publicitario.
Agregaría como pieza de tu propio Kintsukuroi, la claridad para describir conceptos y situaciones que tenés, algo que sin dudas es parte de lograr también clarificar nuestra cabeza para elegir las mejores piezas a unir.
Saludos y lo de Jobs era chiste 😉
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Leerte Andrés es siempre leer lo que necesito en el momento que lo necesito.
Creo que soy un artista roto, calculado siempre, tomando deciciones de acuerdo a lo que socialmente necesito y me habia olvidado de lo que puedo hacer y hacer sin cansarme.
Aun sigo preguntandome si estudiar algo que me deje dinero o algo que realmente me guste.
Despues de leer esto solo puedo pensar que cada quien tiene algo que reparar.
Me parece agradable en relato y el significado que le doy.
Buenas palabras justo en el momento mas indicado para mi, y da la coincidencia que también compartimos los mismos gustos, me agradaría poder entrar en contacto con usted.