Ser publicista en 2050 no es fácil. A principios de siglo la tenían más sencilla: un par de anuncios imaginativos, celebrity endorsements y ¡bang! la magia ocurría.
Hoy es mucho más difícil, pero a la vez excitante. ¿Chocolates? Hay millones. Sopa en sobre, hay un tipo por cada consumidor. Mientras todos los productos se «commoditizaron» y «personalizaron» al mismo tiempo, las cadenas de distribución se hicieron más eficientes. Poco puedo hacer para cambiar lo que Amazon y Walmart quieren vender.
¿Y entonces qué hago todos los días? Mi trabajo es despertar ideas de un extenso letargo. Hoy me toca recordarle a estos burgueses sobresatisfechos que es bello emocionarse cuando en primavera florecen las pocas flores que quedan. Que aunque tu cocina pueda producir los mejores platillos sólo con par de clics, encender un fuego en el jardín e invitar amigos a comer tiene su encanto.
El Estado nos encarga estas campañas. Cuando el hombre se emociona y deja la comodidad de la abundancia y la apatía, el Estado vuelve a cobrar sentido como proveedor de estabilidad y seguridad. Y consigue trabajo unos años más.
Esto apareció en el número 1000 de Expansión.