Cuando el agua no canta, hay que llamar al lapidario.
Mi amigo Paco tenía un serio problema: las fuentes de su jardín, en lugar de sonar de una manera armónica, emitían un glub, glub desagradable.
La solución que encontró me llevó a descubrir la ocupación más excéntrica que se me ocurre: el lapidario.
El lapidario se instala en tu jardín y estudia con detenimiento el canto de tus fuentes. Un par de golpes aquí y allá para corregir la piedra, y otra vez a escuchar atentamente qué más dice la fuente.
Ojo con restar importancia a lo que hace este afinador de fuentes. Cuando medites tu próximo emprendimiento, cuando apagues la cabeza luego de una semana larga, cuando necesites inspirarte, si lo haces junto a una fuente bien afinada, los resultados se multiplicarán.
Dos conclusiones: 1) Lapidario es un triste nombre para un oficio tan musical. 2) Quisiera tener los problemas que sufre mi amigo Paco.