El viernes pasado fui (a regañadientes) a ver una obra de teatro a instancias de Barbie. Me sorprendió gratamente, así que si están en México DF y logran leer esto hasta el final, vean la invitación en (Más).
Si pensaban que «ir al teatro» es equivalente a sentarse frente a un escenario donde perpetran «El diluvio que viene».
Si alguna vez de vacaciones pegó la idea de «ir al teatro» y terminaron acordándose de la madre y la hermana de Nito Artaza, medio cegados por la ingente cantidad de brillitos que puede alojar la pechera de Moria.
Si un día se pusieron «culturosos» y fueron a ver una obra más cool, conceptual, recomendada por amigos con barba rara y ropa de morfología dudosa, y durante la primera mitad del miserable monólogo se dieron cuenta que el actor no tenía suficiente aire como para terminar honrosamente la segunda (ni Uds. paciencia).
Tienen que ir al Encierro. No es «ir a ver». Es ir ahí. Si tenés suerte y estás en el lugar indicado (a unos 70 cm adelante mío), hay una petiza portentosa que te pasa por encima y te apoya (el flaco aullaba). Si estás al lado de la columna de la izquierda, un par de movimientos acrobáticos «te hacen vientito». La autoridá (alguien le confiaría su seguridad a un/a «Gerente de Investigaciones»?), transfigurada en Lucy Liu, compite con solvencia con una belleza griega de perfil francés.
La obra recorre escenario y platea, porque son la misma cosa. El Rioma es inesperadamente apto para esta puesta en escena. Y te dan un tequila cuando te sentás. Y se convierte en la disco de siempre cuando se acaba la historia. Y uno termina pensando que antes estaba mejor.
También actúan algunos tipos (impecables), pero uno no se fija en esos detalles.