Hipnofobias de Julio Cortázar

En esto por lo menos Lucas era serio. Tiene miedo de dormir porque tiene miedo de lo que va a encontrar al despertarse, y cada vez que se acuesta es como si estuviera en un andén despidiéndose a sí mismo. […]

Las anginas, la gripe, las maléficas jaquecas, el estreñimiento, la diarrea, los eczemas, se anuncian con el canto del gallo, animal de mierda, y ya es tarde para pararles el carro, el sueño ha sido una vez más su fábrica y su cómplice, ahora empieza el día, o sea las aspirinas y el bismuto y los antihistamínicos. Casi dan ganas de irse a dormir de nuevo puesto que ya muchos poetas decretaron que en el sueño espera el olvido, pero Lucas sabe que Hipnos es el hermano de Tánatos y entonces se prepara un café renegrido y un buen par de huevos fritos rociados con estornudos y puteadas, pensando que otro poeta dijo que la vida es una cebolla y que hay que pelarla llorando.

–Julio Cortázar

Nunca leí Rayuela, mi fascinación con Cortázar siempre se alimentó de sus cuentos. Charito, mi profesora de Lengua y Literatura me sentenció «Bianciotto a vos te toca Bestiario, de Cortázar» con una sonrisa que después descubrí cómplice.

Todo el mundo me conoce como un lector incansable. La inmensidad de lo que ignoro de fútbol se empequeñece frente a lo que sé sobre enfrentar al imperio británico (Salgari lo escribía con mayúsculas) en el delta del Ganges y la planificación necesaria para aterrizar un globo en «Senegambia» después de cinco semanas volando.

Estos años descubrí con disgusto que abandoné la ficción genial de Verne, Salgari, Borges y Cortázar, cambiándola por información bastante más prosaica de parte de Peters, Drucker, Godin y Kaushik.

Para colmo, casi abandoné los libros de cualquier raza, y me dejé absorber por infinidad de otros sucedáneos de la lectura: pasear la vista por una pantalla que tartamudea posts, tweets y correos con la secreta ansiedad de hacer que todo eso se convierta en algo útil si le aplico filtros, etiquetas y uso los agregadores y buscadores correctos.

Vergonzoso. Creer que son alimentos equivalentes para el alma, sólo porque «leer» parece ser el hilo conductor.

Leer tan solo unas líneas de Wilde, Verne o Cortázar, es un acto de creación. Mundos infinitos nacen en cada página, en cada mente. En cambio las literaturas de negocios, ciencia y divulgación presuponen un acto de destrucción con su lectura: un problema se resuelve, un misterio se devela, un fenómeno se explica.

No es lo mismo, aunque los libros viejos huelan igual. La música que nace en mundos imaginarios jamás desafina.

Por eso me emociono hasta las lágrimas cuando me encuentro con 450 páginas de Cortázar que nadie esperaba. Son un triunfo contra el tiempo, contra la muerte; son 450 nuevos mundos para cada uno que se les acerque.

Me hace feliz saber que todavía nos esperan sorpresas como estas a nosotros los crédulos. Me redescubro en estas reacciones, que mi yo-de-siempre negaría jovialmente mientras se concentra en una manchita minúscula que no quiere salir de la pantalla del iPhone, rezando porque los cronopios no hayan aprendido a manifestar su ira a través de pixels muertos.

PD: gracias, B, por un regalo genial.